ANTONIO MINICONE: EL ÚLTIMO DANDY

Don Antonio Minicone fue todo un personaje, eso queda claro. Pero mucho más allá del personaje, vivió un hombre con una historia de vida durísima, que lo forjó en su personalidad. Y que le dio mucho, muchísimo a Alta Gracia.

Cosas Nuestras18 de agosto de 2020juan carlosjuan carlos
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Multifacético personaje que transitó casi todo el siglo XX en nuestra ciudad, Don Antonio Minicone tuvo mil costados que merecen ser contados a la hora de repasar su historia. Una historia de vida que trascendió lo personal y familiar para terminar convirtiéndose en un capítulo ineludible de la historia de Alta Gracia.

Bon vivant, deportista, dirigente, galante, educado, comerciante, divertido, comprometido, bailarín, todos aspectos que describirían perfectamente a un hombre que adoptó a esta tierra como propia y la amó, la defendió y la promovió como no lo hicieron muchos de los nacidos aquí. Don Antonio fue todo un personaje cuya vida y acción merece ser contada y rescatada para las generaciones que no lo conocieron. 

Por su costumbre de adoptar el personaje de “Carlitos” que inmortalizó el gran actor, fue el “Chaplin de las sierras” en cada carnaval. Pero también fue un tipo que mixturó una fuerte personalidad con la simpatía que repartía día a día en su andar por las calles de la ciudad. Su personalidad lo colmó de amigos y lo llenó de sueños. Sus sueños le proveyeron mujeres, a quienes amó pero con quienes nunca formalizó, tal vez por aquello de “¿para qué hacer infeliz a una pudiendo hacer felices a tantas?”, que solía decir.

Se dio el gusto fundar un club, y de jugar defendiendo esos colores. O de viajar a Buenos Aires y en plena calle Corrientes promocionar el turismo de Alta Gracia a bordo de un Renault 1904.

Rey por excelencia de los carnavales, cuando en esta ciudad la cita carnestolenga era un sagrado rito pagano cada año y el centro se llenaba de gente que iba a divertirse sin inhibiciones ni nieve loca. Tan rey que el escenario de los corsos de Alta Gracia terminó llevando su nombre.

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En fin… Antonio Minicone fue un personaje ineludible a la hora de contar la historia de Alta Gracia en el siglo XX. Y a eso nos dedicaremos a partir de ahora, uniendo relatos de quienes lo conocieron y lo trataron.

Carlos Soto Polo es sobrino nieto de Antonio Minicone. Nadie como él para contar su historia, porque formó parte de su vida durante muchos años. Arranquemos:

La vida de Antonio fue muy dura en sus primeros años. Historia de inmigrantes, con condimentos de tragedia. Nació a fines del siglo pasado en Messina, Sicilia. Hijo de Don Vicente Minicone y de Nina Caggiano, llega por primera vez a Argentina en 1898 junto a sus padres y sus hermanas Francisca Antonia y Juana. Antonio era el tercer hijo de la pareja. La familia viene a Argentina a hacer la América. Los padres de Antonio, en Europa tenían zapatería. Cuando llegaron en aquel primer viaje, se instalaron en Rosario. Antonio era muy chico y ponen una pequeña zapatería, la madre ayudaba a hacer los zapatos junto con los aprendices.

Hablamos de 1898, América se estaba fundando, recibía a los inmigrantes calificados, empezaba a asentarse la pequeña burguesía que instalaba las fábricas domésticas, aún no se producía el efecto Inglaterra con la producción en serie. Lograron en unos años amasar una buena suma, porque era una época de oro, con una moneda estable. Cuando juntan el dinero como para comprar una propiedad, vuelven a Italia. Ya por entonces, la familia había crecido.

Italia, Messina y el horror

Vuelven, y en un lugar muy bonito y muy comercial de Messina, justo al lado de la Opera, se instalan. “De ahí que mi abuela sabía tantas óperas, y Antonio era histriónico, porque veía a los actores ensayar todos los días”, cuenta Soto Polo.

Al lado de la opera instalan la fábrica de zapatos, que estaban destinados a la clase pudiente. Antonio y sus hermanas tuvieron que volver a aprender italiano y volver al colegio una vez más. Compran esa propiedad, instalan la fábrica, y en la parte superior ubican los dormitorios. Tenían muy buen pasar, con buenas ventas y bien vistos socialmente hablando.

Hasta que se da un hecho muy trágico y que los marcó para siempre. Apenas unos pocos días después de la Navidad de 1908. El 28 de diciembre, se fueron a dormir, para ser despertados abruptamente por el gran terremoto que destruyó totalmente a Messina y causó miles de muertos.

Quedaron literalmente en la vía, sin absolutamente nada. Salvo los abuelos, se salvó toda la familia, pero quedaron sin nada de nada. En la calle, y apenas con lo puesto, que era casi nada porque el terremoto los agarró en la cama, durmiendo. Perdieron todo. El grupo quedó en la calle y semidesnudos. Así deambularon por el campo. Fue algo terrible. Vieron cómo las grietas en la tierra se abrían y cerraban a su paso. Un panorama terrible. A eso hay que sumarle que era pleno invierno, con nieve y ellos casi desnudos.

El terremoto, el frío, la noche y el hambre dejaron marcado para siempre a Antonio. Recordaría siempre como chisporroteaban las ramas verdes de los limoneros que su padre prendía fuego para calentarse a la noche.

Así fue su vida hasta que lograron contactar una gente del campo que les dio una horma de pan, que les permitió comer luego de dos o tres días sin alimento. Así, hasta que llegó la ayuda por parte de los nobles.

No les quedaba otra que volver a América, donde ya conocían. Allá no había quedado nada. Llegan un 25 de mayo de 1910 a Rosario justo en el día del Centenario de la patria. Sería para no volver nunca más.

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Escuela Manuel Solares, con Antonio de alumno.

 Volver a empezar

Como ya estaban crecidos, todos los hermanos fueron a trabajar. El padre les consiguió trabajo en una tienda de Rosario. Antonio ayudaba con los zapatos en la tienda. El padre, con plata que le prestan sus paisanos volvió a fabricar zapatos, a remarla de nuevo.

Problemas de salud de Don Vicente,luego de tantas vicisitudes, terminaron trayendo a la familia a Alta Gracia, que estaba muy de moda como Villa. Corría el año 1916, luego que hicieran un piso económico para mudarse. Compraron la propiedad que se ubica aún hoy al lado del edificio municipal, donde hay un pasillo, un local y una casa y que por entonces llegaba hasta mitad de cuadra.

Allí instalaron el taller, la zapatería y la casa. Lindaba con lo que hoy es el comercio “El Hogar”. 

Al Sierras Hotel venía gente de alcurnia, que le compraba los zapatos de muy buena calidad que fabricaban. Empezaron a producir muchos zapatos y a crecer económicamente.

Al llegar a nuestra ciudad ya eran nueve hermanos (Antonio y 8 más). Además traen a vivir acá a dos tíos de Antonio. En total terminaron siendo 13 hermanos.

Antonio, el mayor de los varones, se puso como mano derecha de su padre. En el Sierras le permitieron ofrecer sus zapatos. Cabe aquí una anécdota contada por Carlos Soto Polo: “Se daba una particularidad, la clase media de la ciudad, entraba a la zapatería. Pero la aristocracia que frecuentaba el Sierras Hotel solo iba en el auto, Antonio iba con un cadete a la calle, le ponían la lado del auto una escalerita, la señora sacaba el pie, y le probaban los zapatos. En el mejor de los casos, lo dejaban ingresar a la habitación para ofrecer sus productos". Esto le dio una muy buena fortuna que le permitó al padre mandar a varios de los hijos al Colegio Monserrat. Don Vicente tenía la idea que el progreso venía de la mano de la educación. 

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En ese contexto de vida, trabajo y posición, Antonio Minicone fue forjando su personalidad dúctil, capaz tanto de ser fundador del Club Colón en 1922, como de convertirse en animador de cuanta comisión de cultura o turismo hubiera en la ciudad. Alternó su vida entre los piropos de esquina, el comercio y el teatro. Tuvo muchas novias, un amor casi secreto, y siempre le huyó al matrimonio. Era galante, gran lector y escritor de poemas que luego regalaba a sus queridas. Siempre elegante, de buen porte, con la educación que le dio la vida y con fuertes convicciones. Así fue esta persona-personaje que engalanó las calles de Alta Gracia casi hasta llegado el siglo XXI.

 Antonio y el deporte

El 23 de marzo de 1922, se fundó en Alta Gracia el Club Atlético Colón. La primera institución formal y organizada que practicó el fútbol por estas tierras. Producto genuino del “bajo”, con gente humilde, trabajadora y emprendedora inició el camino del deporte organizado en Alta Gracia. Y allí estuvo Antonio, inscribiendo su nombre entre los fundadores.

En Colón rió, sufrió, se divirtió y renegó. Pero también jugó, tanto al fútbol como al básquet. Fue dirigente, jugador e hincha. Eso lo llevó a presidir los destinos de la entonces Liga de Fútbol de Alta Gracia y más tarde a ser el presidente de la Asociación de Basquetbol de nuestra ciudad. Fue su titular en 1962, ocasión en la que Alta Gracia consiguiera el título de Campeón Provincial en Deán Funes. 

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En Colón proyectó y concretó muchas ideas que le dieron crecimiento al club. Tenía muchos amigos hinchas de Sportivo, pero siempre defendió su “colonismo” en cada charla, en cada café y en cada cancha.

Como no podía ser de otra manera, fue muy amigo del Maestro Rodolfo Bútori, que lo tenía como de promotor para muchos de los eventos que organizaba, como las carreras de autos cajón o los campeonatos de fútbol. Los unía su amor por el deporte y su compromiso social.

 Un galán de esquina

Antonio apenas terminó el primario, pero fue un autodidacta increíble. Fue muy buen lector, le gustaban las obras de teatro, tenía una memoria privilegiada. Le gustaban mucho las poesías y las novelas. Tenía una muy buena biblioteca, que para esa época no era común. En ella, abundaban los poemas y las cartas de amor, y de ahí se inspiraba para seducir a las mujeres, a quienes amaba sin hacer distinciones.

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Siempre respetuoso, siempre bien vestido, elegante. Nunca se casó. Le gustaban las mujeres en general, le encantaba tener muchas novias y hacía un arte en el juego de la seducción. 

Su vida social era muy de café, de amigos. Le gustaba mucho la actividad social y cuando muere su padre, ya tenía una cierta cantidad de dinero, se quedó con una buena porción de su herencia, pero no la vendió. Alquiló parte de la propiedad, empezó a cobrar la renta y se dedicó a vivir la vida. Y allí nació, sin dudas, la leyenda detrás de la historia.

Don Antonio tuvo un gran amor que duró casi 30 años. Era una mujer muy paqueta de Buenos Aires, y muy regalona, de apellido Palacios. Le decían “Chocha”, era docente y con muy buena posición económica. Fue mucho más que un amor platónico. Cuentan que alguna vez a Antonio “se le juntó el ganado” en una visita de “Chocha” a Alta Gracia, cuando lo descubrió con otra de sus mujeres. Luego se arreglaron y volvió seguido a la ciudad. Le compraba, le daba, era muy generosa con él, y muy atractiva. Le gustaba mucho bailar, y como Antonio era un gran bailarín, compatibilizaban muy bien. Fue el amor de su vida, y a pesar de ello, Antonio siempre huyó al compromiso matrimonial.

“A Antonio nunca lo verías de sport. Siempre con su saco. Si era una fiesta familiar, con su moño. Para todos los días, su corbata. Una persona con muy buena contextura física que le permitía tener una gran presencia”, recuerda Soto Polo. Además, a Antonio le gustaba estar siempre presente en todos lados. Cada vez que había una fiesta patria, cualquiera fuera el partido político que gobernara, él indefectiblemente estaba arriba del palco, casi como sintiéndose protagonista del acto.

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El hombre lejos estaba de sufrir inhibiciones. En los casamientos, en las fiestas familiares, era poco menos que un showman. Mientras la “Chona” Dell Anno tocaba el piano, Antonio bailaba, y a veces hasta se animaba a cantar.

Era un admirador de Charles Chaplin y captó inmediatamente su humor, su esencia de gentleman y a la vez de personaje cálido, hasta ingenuo. Chaplin en casi toda su filmografía siempre tuvo un amor ideal y muchas veces imposible.

Antonio, como hombre de época se sintió identificado con ese personaje tan espiritual, simpático y a la vez agudo, y lo adoptó en infinidad de ocasiones.

Después, eso se hizo un personaje que utilizaba en los carnavales, y en las fiestas. También para promocionar el turismo en Alta Gracia en Córdoba y en Buenos Aires.

Dicen que su padre era muy severo con él en la exigencia del trabajo porque era el hijo mayor a cargo del negocio y la empresa familiar. Antonio solía enojarse mucho con su padre por ello, pero el respeto le impedía rebelarse. Cuenta la leyenda que en cada carnaval, sus padres sacaban un sillón a la vereda para disfrutar del corso (recordar que vivían frente la plaza Solares, al lado de la Municipalidad), y que Antonio, vestido de Chaplin, pasaba y –entre gestos graciosos y sonrisitas- le pegaba con el bastón a su padre en los talones  mientras hacía mohínes para la gente. Ante los insultos de su padre, Antonio terminaba escabulléndose entre el público para seguir disfrutando del carnaval, habiendo descargado sus broncas familiares. Lo que se dice todo un personaje.

Cuando se apagó su luz, Antonio tenía más de 90 años de una vida plena donde se mezclaron todo tipo de circunstancias. Hasta sus días finales, Antonio no cambió su forma de ser. Hizo siempre un culto de la honestidad. No tuvo nunca ambiciones económicas ni anduvo en nada turbio. Era un hombre derecho por donde se lo mirara. La honorabilidad y la palabra, para él siempre valieron oro.

Antonio amó profundamente Alta Gracia, la consideraba su lugar en el mundo, y la defendió con pasión. Sin nunca cobrar una moneda, viajó a todos lados para promocionar la ciudad en el país. Lo consideraba una misión personal el difundir las bondades de esta tierra.

Era muy agradecido a Dios, iba a misa, tenía sus momentos de reflexión, creía en lo trascendente. El, en su humildad, creía que había “algo” superior.

Era un tipo sencillo que lo mismo se reunía con los pudientes como con los obreros. Y todos lo querían, lo respetaban y eso se veía reflejado en su activa actividad como dirigente deportivo y social, donde llevaba las ideas a la acción.

Hizo teatro, baile, fue galante, todo con una personalidad tremenda. Estaba en los centros vecinales, si la iglesia necesitaba algo, él estaba. Si en la familia había un problema, él se hacía presente.

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Disfrutaba mucho que lo buscara la juventud. Les daba consejos a los jóvenes. Era familiero, se convertía en el nexo entre todos, él iba, negociaba. Si había desinteligencias entre sus hermanos, era el “moralista”. Si bien era un hombre que lo perdían las mujeres, no dejaba de marcarle pautas morales a sus familiares.

De una gran popularidad, más de una vez fue tentado desde la política. Pero nunca le interesó, más allá que simpatizaba con el peronismo.  Le gustaban las ideologías distributivas, no le gustaba la pobreza y de hecho, siempre ayudó a gente que lo necesitaba. No aceptaba la pobreza, tal vez porque la conoció muy de cerca de niño.

Don Antonio Minicone merece, sin dudas, un lugar privilegiado en la historia de Alta Gracia, como uno de sus partícipes necesarios en su crecimiento. Aquel siciliano que un día llegó con lo puesto, supo ganarse un lugar muy importante en quienes lo conocieron y la historia detrás de la historia de nuestra ciudad.

Don Antonio y el teatro

Otra de sus facetas, fue el teatro. Allí Antonio fue uno de los pioneros en nuestra ciudad. “Tiempos de COTECO, el grupo que dirigía Rolando Parisi y que integraba junto a “Pipina” Del Signore, Antomarioni, entre otros. Ponían en escena obras, la mayoría sainetes, en El Frontón de Sportivo y en el viejo casino del Sierras Hotel”, recuerda Pepe Valdéz. “El grupo lo había formado Rolando Parisi en el Colegio Libre (ex Hotel Suizo) donde hacían funciones y en el Club Sportivo. Estaban Marcelo Rojas, los hermanos Morcillo (Milo y el hermano), Audino Vagni…”, rememora José Schaffer.

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Ambos, Valdez y Schaffer terminaron siendo compañeros de elenco de Antonio Minicone años más tarde, cuando Fernando Borges (nombre artístico de Fernando Ingratta) formó un nuevo grupo de actuación, que tuvo vigencia muchísimo tiempo.

“Como compañero y a pesar de la gran diferencia de edad, hicimos teatro en obras que se hacían en el Cine Ateneo (en El Obraje), dirigidos por Fernando Ingrata. Trabajaba José Schaffer, Coco Carrizo, y una linda generación de gente que hacía teatro. Don Antonio trabajó en muchas obras que se pusieron en escena, incluso en “Así es la vida” que se hizo en el Cine Monumental”. (Pepe Valdez)

“La idea nació de la  mano de Doña María Kowender, una señora austríaca que tenía un grupo de teatro leído. Cuando pasó a la escena, se vino a vivir a Alta Gracia Fernando Ingrata. Dejó una gira que tenía por Latinoamérica y se vino para acá. El había hecho algo de cine y se animó a hacer teatro. El Grupo fue el Elenco Municipal de Teatro, que nació a mediados de los años sesenta. Duró muchos años, hacíamos una obra por año, bien puesta. “Así es la Vida” fue una de ellas”. (José Schaffer)

Precisamente de esa obra surgió una anécdota que pintaba de cuerpo entero a Don Antonio Minicone: Tito Avila había hecho la escenografía. Era una obra costumbrista del principios del novecientos que tenía tres actos en distintas épocas, y se cambiaba la escenografía y la indumentaria. Era un patio colonial con un aljibe que Tito había fabricado muy bien presentado para hacerlo realista, con roldana, balde y todos los “chiches”. Pues bien, en una de las apariciones de Minicone en escena, se ve que le quedaba cómodo pasar justo por ahí, donde estaba el aljibe y… no se le ocurrió otra cosa más que correrlo de lugar!!!! Era muy habitual que se saliera del libreto.

Para tomar real dimensión del espacio que ocupó Antonio en nuestra sociedad, cabe otra historia: cierta vez, el grupo de teatro iba a hacer una función a beneficio de la cooperadora de una escuela de la ciudad en el Cine Monumental. A falta de cuatro días para el estreno, la gente de la escuela dijo que había vendido nada más que 35 entradas… todo se venía abajo. Hasta que Antonio dijo “déjenme a mí” y agarró los talonarios. Tres días después llegó al ensayo diciendo: “Muchachos, he logrado vender apenas unas 700 entradas". Nadie podía decirle que no a un tipo como Antonio Minicone.

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