"DOÑA ELISA", CON LA FE COMO BANDERA

Francisca Elisa Mansilla de Navarro nació en el corazón de barrio Sur.  Pero pareciera que hubiese vivido toda su vida en barrio Parque San Juan. 

Cosas Nuestras 04 de mayo de 2022 juan carlos juan carlos
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Francisca Elisa Mansilla de Navarro nació en el corazón de barrio Sur.  Pero pareciera que hubiese vivido toda su vida en barrio Parque San Juan.  Allí, más allá del Crucero, habita su vocación por ayudar a los demás, su convicción a la hora de trabajar por un barrio mejor, y con la fe como bandera y guía. 
Y claro, por aquellos pagos, fue y es conocida como “Doña Elisa”...

La historia de Elisa, es rica en anécdotas, pero sobre todo en hechos, en logros. Ha sido y es una luchadora incansable que consiguió logros que comenzaron siendo un sueño y se convirtieron en realidades. “Mi padre me dejó eso, trabajar por la gente”, comienza contando Elisa. “Desde chica trabajé. Primero en casas de familia, luego en el Sierras Hotel, en el Centro de Jubilados de la calle Olmos y muchos años en el Hospital”.

Fue enfermera por vocación, no por estudio. “De cuando el hospital estaba en barrio Sur. Fue cuando conocía a la Hermana Gregoria, que me quería mucho. Ella tenía una hermana, Sara, en la calle 13 en Parque San Juan y ahí surge lo de la capilla en el barrio”.

Cuente, Elisa, cuente: “Ella daba catecismo en la casa de su hermana, y luego llevaba los chicos hasta los Salesianos a la misa de los domingos, porque acá no había iglesia. Fue cuando el Espíritu Santo me iluminó y dije “si me ayudó a hacer mi casita, por qué no levantar una capilla en el barrio para los chicos”.

Un tiempo antes, el Dr. Caferatta había donado dos terrenos a esos efectos, pero la comisión que se había formado se había disuelto y todo había quedado en la nada. Entonces, Estela puso manos a la obra. “Resulta que la viuda de Caferatta un día visitó a Sara y le pedí un terreno, y me dijo que todo estaba judicializado. Pero que su cuñado tenía lotes y vivía cerca, atrás de los eucaliptos en lo que era la calle 5”. El rostro de Elisa se ilumina cuando cuenta el desenlace de la charla: “Mi padre murió y no hubo quien hiciera una capilla. Yo no lo voy a vender un terreno, le voy a donar ocho terrenos que tengo”, dijo Caferatta.

Los terrenos eran ocho en total, distribuidos por todo el barrio. “Fui a ver al Padre Brissio en los Salesianos y le conté. Me recomendó que formara una comisión y allá fui. La armamos junto a Mirta Ortiz que conocía a todo el mundo en el barrio y buscó a todos. Fue un grupo impagable, comprometido con la causa. El presidente fue Antonio Terreno, estaban Pocho González, Luis López, Arata, el “Pelusa” Bustos, sus esposas, y obviamente estaba yo. Una maravilla como trabajamos todos. Decidimos que la iglesia debía estar frente a una plaza, pero ningún terreno estaba ahí. Entonces, vendimos y rifamos los terrenos, reunimos el dinero y compramos otros dos lotes, frente a lo que hoy es la plaza, para levantar la capilla. El proyecto lo hizo un ingeniero y seguimos trabajando para conseguir los dineros para la obra”.

Siempre el recuerdo, a la hora de reconocer el trabajo, para el Padre Aldo Tobares, que llegó al barrio cuando aún era diácono.

“En casa amasaba cinco kilos de harina, hacíamos empanadas y salíamos en mi renoleta a venderlas por la ciudad. El Dr. Caferatta nos regaló la puerta grande y la campana. El altar, cuando las monjas se tuvieron que ir del Hospital, nos lo donaron para la capilla y es el que está hasta hoy. La Virgen del Valle la trajimos de Catamarca a través de la querida Graciela del Río. Así fuimos haciendo las cosas, a puro trabajo, amor y golpeando puertas. Sin ir más lejos, hice hacer doce de los bancos que hay en la capilla. La imagen de San José la donó mi hermana. Evita Terreno donó el San Juan Bautista, y así fuimos armando todo. En el casino nos dejaban llevar las alcancías para que nos donaran pesito sobre pesito, todo para reunir fondos para la capilla. Hacíamos cenas o almuerzos en el Chanta 4 y la gente siempre nos respondía. Vecinos, comerciantes siempre nos ayudaron en todo”.

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Para un corso, la comisión Pro Capilla hizo una carroza y participamos, todo sumaba a la hora de reunir fondos.
La piedra fundamental se colocó el 24 de junio de 1986. La obra, fruto del trabajo de todos, se hizo rápido. El Dr. Caferatta consiguió que Loma Negra nos donara para el techo cien bolsas de cemento.

El Divino Niño llegó desde Bogotá, gestionado por el Padre Aldo. De España había llegado un barco y en él, venía una imagen del Divino Niño. El barco ancló en Bogotá y se hicieron réplicas que fueron distribuidas a todo el mundo. Por eso llegó desde allá.

Luego, llegó el turno de construir el galpón y también se hizo en base a sacrificio. “A través de un sobrino, conseguimos la madera en Despeñaderos. Luego se fue arreglando y modificando”.

Comenzó a venir gente de todos lados y traía cosas para donar. Fue cuando a Elisa le encargaron que formara Cáritas. Pero claro, tenía que haber un lugar físico y también lo levantaron.

“En Blangino de Montecristo conseguimos los mosaicos que pagamos con unos cheques de Danilo Bonamici. Cada mes hacía empanadas para darle el dinero y cubrir los cheques. Así se consiguieron los pisos de Cáritas”.

Todavía no estaba terminada la capilla y ya hicimos un bautismo. Fue de la hija de Mirta Ortiz, con las paredes levantadas hasta la mitad y sin techo. Para Navidad también dábamos misa allí y armábamos el Pesebre.

Como si todo esto fuera poco Elisa también trabajó en la comisión que levantó el Dispensario del barrio. Inquieta, comprometida, nunca dijo que no a nada y se sumó a ese emprendimiento.

La historia de Doña Elisa es “su” historia, pero también la de mucha gente que desde el anonimato fue escribiendo con letra propia el día a día del barrio. “Hemos trabajado mucho, y fue hermoso hacerlo”, cuenta sonriente Elisa sabiendo que fueron muchos los que trabajaron y que ella fue quien dio el primer paso.

“Siempre fui muy creyente. En casa mi madre era catequista. La llamaban donde había enfermos o donde fallecía gente y rezaba y cantaba las novenas de una manera hermosa. Mi papá trabajaba en una chacra. De chica fui creyente y me encomiendo hasta hoy al Espíritu Santo”.

Hablar con Elisa es un placer. Realmente da gusto escuchar su historia. Con 96 años, tiene una fortaleza y una lucidez increíble. Hoy con casi un siglo de vida, conserva costumbres de toda su vida. En la mesa familiar  siempre hay un vasito de vino blanco que acompaña la comida. “Yo tomo Nativo en caja”, lo cuenta y se ríe, feliz porque la vida le ha dado todo lo que necesitó y porque pudo hacer por los demás siempre lo que se propuso.

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Durante muchos años, su vocación por el prójimo la ejerció siendo enfermera en el hospital, sobre todo cuidando a los niños. Los médicos dormían tranquilos si sabían que a la noche estaba ella cuidando la sala. “Luego de muchos años de ser enfermera de vocación, un día me propusieron hacer una suplencia, y más tarde me nombraron y trabajé allí hasta que me jubilé”.

La familia. “Uno de los pilares para que pudiera hacer todo esto fue mi marido. El me apoyó siempre en todo y me ayudó en todo momento”. 

Es que Elisa estuvo siempre a disposición de todo el barrio, de todos los vecinos que al día de hoy se lo agradecen. “Yo ponía inyecciones, curaba la insolación, curaba el empacho pero sobre todo, curaba el alma”. 

Nunca quiso cobrar una moneda por sus servicios, todo fue por amor a los demás sin esperar nada a cambio. Lo que se dice, una verdadera institución en un barrio que la quiere y la respeta

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