La “Yaya” Montamat y el Conservatorio Williams: pasión por la música

Su nombre fue Yolanda Viel de Montamat. Pero todos la conocían por “Yaya”.

Cosas Nuestras 17 de diciembre de 2023 juan carlos juan carlos
YAYA VIEL DE MONTAMAT

Su nombre fue Yolanda Viel de Montamat. Pero todos la conocían por “Yaya”. Persona culta, educada, de excelentes modos, que supo ganarse un lugar en la memoria de la ciudad como profesora de piano y como mojón ineludible a la hora de repasar nombre relacionados a la cultura y al arte en Alta Gracia. Parte de su historia, la repasamos en esta nota a modo de homenaje y en su memoria.

“Tengo algo para vos que seguramente te va a interesar”, le dijo Cristina Roca a este periodista en los pasillos del Concejo Deliberante.
Tras unos minutos de espera, la funcionaria y amiga volvió con un sobre plástico y dentro de él, una papel que daba cuenta de tener unos cuantos años. Hoja gruesa, doblada en tres y conteniendo lo que intuíamos era un documento importante.
No nos equivocamos. Por el documento en sí, y por la historia detrás de esa amarillenta hoja de papel.

La música, esa pasión

Fue la propia Cristina Roca quien nos contó esa historia de la que estamos hablando.
“Mi abuela, la Yaya, hizo el primario primero en la escuela Manuel Solares, y cuando se inauguró, se pasó a las monjas. Ahí empezó a estudiar piano hasta que terminó la primaria”.
Y sigue contando: “Una vez recibida en la primaria, comenzó a viajar a Córdoba, al Conservatorio Del Carril que estaba ubicado en la Hipólito Yrigoyen al lado del Museo de Ciencias Naturales en una casona vieja. Así hizo su carrera de profesora de piano”.
Pero la historia de Yolanda Viel de Montamat, “la Yaya” recién estaba comenzando.

Contacto en Buenos Aires

A poco de haber cumplido 18 años, logró que el gran Maestro Alberto Williams la nombrara como la representante de su institución en Alta Gracia. 
Fue en febrero de 1922 y precisamente de eso da fe el tan mentado documento que nos había acercado Cristina.
“Ella no tenía lugar, por lo que daba clases a domicilio. Por aquellos tiempos, muchas familias de Buenos Aires llegaban a Alta Gracia y pasaban todo el verano en la ciudad. Estudiar piano formaba parte importante de la vida de ese sector de la sociedad argentina”. 
Y así fue como entonces ella iba a las casas donde esta gente alquilaba y les daba clases allí durante las vacaciones.
Con eso ganó sus primeros pesitos con los que compró un auto para poder movilizarse y seguir con las clases a domicilio. 

CONSERVATORIO WILLIAMS

Con la música en casa

Sigue narrando Cristina: “Cuando se casa en 1928, instaló el conservatorio en su casa de calle San Martín. A partir de ese momento, el Conservatorio Williams tuvo una sede fija. 
En las dos piezas de adelante daba las clases. Ahí tenía la sala de música y el piano. Ellos vivían en la parte de atrás”
Total que la Yaya llegó a tener más de 150 alumnos. Muchas familias tradicionales de Alta Gracia la recuerdan. Es que la mayoría de las familias de cierta condición social llevaban a sus hijos a estudiar piano.
“Una de sus alumnas fue Chona Del Anno a quien, cuando la Yaya se retiró, le dejó el Conservatorio. Chona lo tuvo en su casa de calle España”.
Docente de alma
Paralelamente, Yaya fue maestra de música en algunas escuelas. A pesar de tener solo la primaria terminada, era una autodidacta que le permitía ser una docente destacada y muy respetada durante muchos años. Llevaba la docencia en el alma y lo reflejaba en cada clase que daba, en cada aula en la que disfrutaba habitar.

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Festejos y reconocimientos

Yolanda Viel de Montamat, la Sra. de Montamat, la “Yaya” tuvo en vida reconocimientos a su carrera docente y a su don de gente.
“Recuerdo que cuando cumplió 80 años, recibió muchos regalos. Hay una foto de ella rodeada de muchísimas flores que le habían regalado, por ejemplo. Estaba rodeada de flores”, recuerda Cristina.
Pero hubo más. “Myriam y Bety Bijman, hermanas de Toto y de Yacko fueron alumnas de ella, y además buenas amigas de la Yaya. Cuando Isaías Goldman junto a Myriam organizaron en Córdoba una fundación para promover el arte, a la sala de música donde está el piano, le pusieron el nombre de Yolanda Viel de Montamat”. Fue un orgullo para toda la familia, sin dudas.

CUERPO DOCENTE SAN MARTIN 1968

La “Yaya” y el “Nani”

La Yaya tuvo cuatro hijos, y uno de ellos fue Juan Antonio Montamat. El “Nani”, como todos lo hemos conocido.
Y como no podía ser de otra manera, junto a su madre, Nani aprendió a conocer y a amar la música. Con ella estudió y aprendió a tocar el piano, una pasión que no abandonaría nunca más en su vida. “Como Nani sufría el problema en su pierna, producto de la parálisis infantil desde cuando tenía dos años había muchas cosas que no podía hacer. Entonces se dedicó a la música. Fue cuando mi abuelo se lo llevó a Manuel de Falla con quien había trabado una cierta amistad. Mi abuelo le comentó que tenía un hijo que estudiaba piano y lo llevó. Falla lo escuchó y le enseñó algunas cuestiones de técnica para el piano” (ver “La lección de piano”).

Tocar en Buenos Aires

Las alumnas y alumnos de la Yaya estudiaban y se preparaban todo el año en Alta Gracia,  pero el examen final tenían que rendirlo en Buenos Aires, en el Conservatorio central, y con el Maestro Alberto Williams presente. No era poca cosa. 
Fue así como una vez le ofrecen a la Yaya a llevarlo a Nani para que diese un concierto allá en la capital del país. 
“Mi abuela estaba dando clases en el conservatorio, sentada todo el día y le dijo a su hijo: “cruzate al frente hasta lo de Don Najle (que era peluquero por ese entonces) y decile que te corte bien corto porque tenés que ir a dar un concierto”.
Entonces Nani, que tenía apenas 9 años, cruzó la calle rengueando y le dijo a don Said Najle: “Dice mi mamá que me deje bien pelado”.
...Y Najle lo peló y le dejó un jopito sobre la frente. Y así fue a Buenos Aires. 
Cuentan que cuando entró al escenario era un espectáculo: bajito, rengo, peladito y con un jopito. Se paraban para aplaudirlo de la ternura que daba”.

No nos habíamos equivocado. Aquel documento bien conservado nos llevó directo a historias de vida que debíamos contar.

Además, sirvió de disparador de recuerdos para honrar la memoria de una de las personas que hizo del amor por la música y la pasión por la docencia, su razón de vida. Yolanda Viel de Montamat. La “Yaya”.

La lección de piano

Por Cristian Moreschi (*)

NANI MONTAMAT

Un niño a caballo avanza despacito buscando una casa entre las montañas. Era otra Alta Gracia. Era la Alta Gracia de ayer, con más sueños que historia, con más campo que casas. En medio de ese paisaje, la figura del jinete se recorta entre la arboleda.

Tiene que ver a un señor. Sabe que la reunión es importante; se lo ha dicho su padre y debe ser puntual. Además de portarse bien y mantener el silencio necesario, deberá escuchar con atención todo lo que se le diga. 
Esa primera cita iba a repetirse. Los años marcarían la dimensión de su trascendencia: aquellos encuentros dieron categoría a su pasión por la música y le otorgaron un lugar en nuestra historia.

Juan Alberto Montamat, “Nani” como le decían familiares y amigos, fue el único alumno que tuvo Manuel de Falla en los cuatro años de autoexilio en Alta Gracia. Era el tercero de los cuatro hijos que tenía el matrimonio formado por Enrique Montamat, maestro de escuela y Yolanda Viel, ama de casa y profesora de piano.

Juan Alberto creció respirando música clásica. En su casa natal de San Martín 125, los grandes compositores se le fueron metiendo en la cuna y en el alma. Tenía tan solo 5 años cuando, colgado de la pollera de su madre, le imploró que le enseñara a tocar el piano. Y así empezó.

Pero las lecciones más importantes estaban por venir.

Su papá, hijo de españoles, y con inclinaciones republicanas, había tenido alguna relación con el Maestro; en una oportunidad en que tomaban el té le comentó que su hijo tocaba el piano, a lo que él respondió: “Tráigalo, quiero escucharlo”.

A Nani, la polio le había afectado la pierna derecha y su padre le había comprado un caballo a los 8 años, que él había bautizado “Ñato”. Así fue como un día desde su casa, trepado en su alazán, se fue al trotecito liderando su aventura, cruzando distancias y monte, para buscar aquel chalet escondido en el sector más alto de la ciudad.

Su propia historia empezaría a escribirse también en aquellas primeras clases. María del Carmen, la hermana del Maestro, lo hacía pasar. El se comportaba bien; sabía que no había que molestar al compositor, quien hacía un culto de la paz y la tranquilidad.

Le daban un vaso de leche que tomaba únicamente por respeto y comenzaban las indicaciones. La primera quedó guardada para siempre: Falla lo sentó frente al piano y le enseñó una sonata de Mozart. Desde ese día, las prácticas se sucedieron. Apenas ponía los dedos en el piano, ahí nomás Falla le hacía algunas indicaciones. A veces asentía con la cabeza, otras escuchaba pacientemente, pero siempre se mostraba muy amable y atento.
Juan lo miraba y pensaba qué tendría de especial ese hombrecito enfermo, bajito y diminuto, para que fuera tan admirado y respetado por todos.

“Nani” fue el único alumno que Manuel de Falla tuvo en su vida.

(*) Texto extractado del libro “Camino de la Historia 2”, de Cristian Moreschi

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