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Siempre andando de bar en bar
En Cosas Nuestras nos propusimos ir de bares. Pero no a los bares de hoy, sino a aquellos bares que –algunos más, otros menos- fueron escribiendo su historia de estaño y vaso de vidrio de culo gordo.
Cosas Nuestras25 de diciembre de 2023juan carlosEn Cosas Nuestras nos propusimos ir de bares. Pero no a los bares de hoy, sino a aquellos bares que –algunos más, otros menos- fueron escribiendo su historia de estaño y vaso de vidrio de culo gordo.
Y qué mejor compañero de ruta para esta misión que Rubén Núñez, el histórico dueño del mítico Bar La Polar. En un imaginario túnel del tiempo, nos zambullimos con él y fuimos recorriendo las calles del centro y de la zona sur de la ciudad…
“Acá donde está el comedor, al lado de la Escuela Manuel Solares, estaba el bar de Yuyito Gómez”, arranca diciendo Rubén apenas empezamos la recorrida por calle España. Un poco más abajo, cruzando Lozada, dice: “donde está la dietética era la Pizzería Miguelito… ahí, frente a la Policía. (Y uno se acuerda de las mejores pizzas que se hayan comido en Alta Gracia). Y al frente, un poco más abajo, donde estaba el negocio de antigüedades estuvo la Parrilla Bar, que era de Chuchín Olmedo”.
También nos recuerda que cuando las hoy dependencias municipales de calle España eran las instalaciones del Club Vélez, en el pasillo también funcionaba una parrilla.
Y así, seguimos recorriendo. Bares, comedores, parrillas, almacenes con copeo, de un pasado de cuando los límites eran bastante difusos a la hora de etiquetar un negocio.
“Bueno, sobre Urquiza, casi al lado del Correo, estaban Los Mineros”. Pero sigamos por España abajo: “Un tal Sosa tenía un bar frente a Luppi. Era de San Clemente. Y al frente en diagonal, en la esquina con Urquiza, estaba Echenique, que era bar y comedor. Al frente, Las Delicias, la heladería de Coppo”.
Seguimos bajando… “En calle España, entre Urquiza y Liniers hubo un comedor que fue de los Valdivia. También estuvo el Rojo 5, que al principio fue bar y más tarde se convirtió en whiskería”.
La mayoría de los lugares conservan sus fachadas. Casas viejas de frentes altos, puertas y ventanas alargadas. Escenografía propia de este sector de la ciudad.
“Frente a la Plaza Mitre estaba (está) el Círculo Italiano, que tenía mucha vida social. Y más o menos donde está la Casa Radical había un bar. Al dueño le decían Pelusa, pero no me acuerdo el apellido”, sigue recordando Rubén conforme avanzamos con la recorrida.
La calle Liniers vaya si tiene historia de mostradores y vasos: “En la esquina con Belgrano, donde hay ahora una veterinaria estuvo el Bar Sarmiento. Más adelante, La Chulita, que era de Caeiro, un cubano que anduvo por acá. Al frente, el Torino Bar, también ahora es todo de Becerra. Cuando se vendió La Chulita, Caeiro puso el bar El Serrano más adelante, al lado del Club Colón”. Hoy allí hay canchas de paddle.
En la recorrida no llegamos, pero sí recordamos al Bar Carrasco, en la Belgrano. O al histórico Bar Beba, en la primera cuadra de México (Alfonsín), con sus cortinas hechas de chapitas de gaseosa, su tufo a vino barato y aceite usado demasiadas veces. Ese aroma tan particular (ayúdenme a no mentir, se sentía desde la vereda).
Vamos de a poco metiéndonos en el sur profundo de la ciudad. “En San Juan Bosco estaba otro bar. De Valdivia, el hermano del que hablé antes”.
Se entremezclan los recuerdos, los nombres, los apodos… es que algunos bares convivieron en el tiempo, otros pertenecieron a distintos años. Algunos simplemente pasaron con algo de pena y poca gloria.
“A ver… andá a Urquiza y Arzobispo Castellanos. Ahí estaba el Apolo 11”. Y así seguimos: “Los Primos, que era de Roberto Frugillo estaba en la esquina de Liniers y 3 de febrero. En la zona también había almacenes que daban copeo, como la de Bóccoli que estaba en Liniers y Córdoba (hoy Concejal Alonso). O la de Volpi”.
Pero hay más: “El Calandria tenía el bar en Córdoba y 24 de setiembre. Y una cuadra más allá en la esquina de Córdoba con 25 de Mayo, estaban Los Gringuillos. Cerca estaba también La Posta”.
La recorrida ya nos hace acordar aquellos versos maravillosos escritos y cantados por Armando Domínguez cuando recuerda el Barrio Sur…
Si a todos estos bares le sumamos a La Polar, en Arzobispo Castellanos, hacemos bingo. Todos lo suficientemente cerca como para que los parroquianos no tuvieran que caminar mucho trasladándose de uno hacia otro en la misma noche…
“Ahhh, no me quiero olvidar. En 3 de febrero y San Martín estaba el almacén La Estrella, que tenía copeo. Y donde estaba la vieja escuela La Torre, en 3 de febrero y Urquiza, había otro bar que también hacía peñas: El Amanecer. Un poco más abajo, en la esquina con 24 de setiembre estuvo el Bar Cacho”.
Dato curioso: por la zona, seguramente de la mano del furor que significó en los setenta la revista de Cognini, hubo un bar que se llamó “La Papa de Hortensia”.
Nos vamos para Villa Oviedo. En calle Luppi, yendo hacia Villa Oviedo, antes de la vías hubo un par de bolichones que tuvieron una vida no demasiado trascendente. “El que sí hizo historia fue el Bar del Matadero. Justo al frente estaba, estratégicamente ubicado (risas). Ahí se reunían todos los cantores y musiqueros hasta que se hacía de día, y un poco más”.
Seguimos metiéndonos en Villa Oviedo: “Estaba la Pista Vicente, donde también hubo bar. Al frente, lo de Cepillo. Las dos, llegando casi a la cancha de Banfield”. Ya por la Cervantes, siguen los recuerdos: “La sede de Banfield, el Club La Patricia… y del otro lado de las vías, La Pista de las Ranas, La Biela y Las 3 Argollas…” (A esta altura de la nota elegimos no saber detalles de por qué se llamaba así ese lugar).
La recorrida siguió y la charla continuó. Porque recordamos otros lugares, otros sitios…
“Hubo whiskerías también. La del loco Fabra. O el Avispón Rojo, sobre el arroyo que primero fue almacén de Rafaelli y que luego lo compró Genero. En otras partes de la ciudad, hubo más whiskerías: Lorena, frente al parque del Sierras, o Isidoro, barrio Poluyán, por ejemplo. O Stop, que tuvo varias mudanzas y terminó abriendo en calle Liniers, antes de la bajada del corralón. O algunas en barrio Parque San Juan, como Aloha..”
Pero más allá de los nombres, las denominaciones o los rubros, fueron todos lugares donde se concurrió a tomar algo, compartir un rato entre amigos, matar penas o revivir amores. Largas jornadas de vino tinto grueso en épocas en que el fernet era solo un bajativo y la ginebra estaba a la orden del día. Lugares donde había códigos que permitían trabajar al fiado hasta que el cliente cobrara la quincena.
Porque la clientela era en su enorme mayoría era gente laburante. Obreros, trabajadores, jornaleros que encontraban en las mesas de los boliches el paraíso que el sistema les negaba luego de muchas horas de laburo.
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