De las memorias de Oscar Ferreyra Barcia: personajes de otros tiempos

Oscar Ferreyra Barcia es uno de los grandes historiadores que ha tenido Alta Gracia. De su escrito “Volviendo al Pasado”, rescatamos este texto hablando de personajes de principios del Siglo XX.

Cosas Nuestras30 de junio de 2024juan carlosjuan carlos
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Oscar Ferreyra Barcia es uno de los grandes historiadores que ha tenido Alta Gracia. De su escrito “Volviendo al Pasado”, rescatamos este texto hablando de personajes de principios del Siglo XX.

En esos inolvidables años de mi niñez tuve oportunidad de conocer y alternar en la diaria convivencia con algunos personajes que sobresalían en el acontecer cotidiano de la Villa.

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No olvidaré la figura expectable y empinada de Don Alberto Lozada, montado en su bien cuidado caballo zaino paseando en horas de la tarde por las calles del pueblo, saludando a los vecinos que se encontraban en las puertas de sus casas o bien caminando. Hay una festejada anécdota que dice “que cuando Don Alberto era Juez de Paz y Jefe del Registro Civil, alguna madre parturienta retardada en sus obligaciones de concurrir a la oficina para anotar al hijo recién nacido, paraba al Jefe en plena calle para cumplir con el trámite legal que Don Alberto guardaba en su memoria para hacer al día siguiente la anotación respectiva en los libros de nacimiento. Bueno... si el hombre se olvidadaba, como ocurría generalmente, con el tiempo había que hacer una sumaria información”.

La gorda Dominioni

Hay algo que grabé con nitidez en mis recuerdos y fue la inconfundible figura de aquella dama obesa, de mediana edad que recorría diariamente las calles de la Villa, sentada en el asiento trasero de su automóvil “Studebaker”, de color rojo con la capota baja, conducido por un chofer correctamente vestido con su uniforme azul y que al verla pasar, los vecinos exclamaban a coro “¡allí va la gorda Dominioni!”.

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Esta señora era la esposa de un conocido industrial fabricante de sombreros para hombre, que pasaba la mayor cantidad de su tiempo en Alta Gracia ocupando el chalet de Don Carlos Franchini que se había ausentado a la Capital Federal.

El poeta de la Villa

Tampoco podría olvidar en esas evocaciones una figura que se había hecho familiar en la Villa, la del poeta y escritor Belisario Roldán que, en su coche de plaza con la capota baja y conducido por don Jesús Páez, si era en el invierno, con una manta de vicuña sobre su espalda, cruzaba por las calles del pueblo antes de dirigirse al arroyo donde escribía sus poemas sentado sobre las rocas, con un bote de ginebra a su lado y el “mateo” esperándolo a corta distancia para conducirlo de regreso a su domicilio de la Villa Carlos Pellegrini.

Bombas al amanecer

No puedo dejar de recordar en esas reminiscencias del pasado, la figura del sordo Leopoldo Benavídez quien, con su mortero al hombro era el encargado de anunciar con bombas de estruendo los más importantes acontecimientos religiosos, patrióticos o festivos que se realizaban en la Villa.

Dulce tentación

Tampoco podemos dejar de mencionar en estas recordaciones a otro personaje muy apreciado por los niños: “Gabucho”.

El fue el primer heladero ambulante que recorrió nuestras calles en aquellos lejanos días. Con su saco blanco, un sombrerito del mismo color, una corneta y el carrito de dos ruedas que empujaba sin cansancio por las calles del Alto y del Bajo, estacionándose frente a las escuelas a la salida de clases para vender sus helados, que si en ese momento se le agotaban, los elaboraba a la vista de los clientes con el hielo y los ingredientes que llevaba en el interior de su carrito.

Con el tiempo, ya en pleno crecimiento de su negocio, utilizó su carro más grande con capota, tirado por un caballito criollo de andar cansino.

El “Carlitos” local

Aún recuerdo con alguna nostalgia y la profunda pena que causó su desaparición, aquel “Carlitos Chaplín” de Antonio Minicone, que con varita, su galerita y sus bigotes recorría los desfiles carnavalescos saludando a la gente con la mímica cinematográfica de su personaje.

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O cuando recorría las calles de la Capital Federal enviado por la municipalidad luciendo su indumentaria chaplinesca, sentado en el auto antiguo de Don Dionisio Martín repartiendo propaganda turística que invitaba a los porteños a visitar Alta Gracia para gozar de sus cálidos inviernos o de sus frescos y atractivos veranos.

Pasando quiniela

En esto de andar recordando, tampoco puedo pasar por alto sin hacer memoria de su persona de baja estatura y abultada barriga. Hablo de Don Natalio Rigatuso, el primer quinielero que se instaló en la Villa en aquellos años.

Tenía su agencia en la calle Belgrano, al lado del almacén de Briñón y era quien bancaba las jugadas disfrazando su actividad ilegal con alguna “coima” discretamente entregada a algún funcionario policial o escudando su negocio con la venta de billetes de Lotería Nacional.

Pan caliente

Y para culminar, tengo que mencionar a Don Pedro Rivero, el primer industrial panadero que se instaló en Alta Gracia. Cuando lo conocí allá por 1917, era ya un hombre entrado en años.

Tenía su venta de pan y su “cuadra” en la esquina de calles Córdoba y Liniers. Los domingos trabajaba junto a su mujer, Doña Rosa y elaboraban la mejores empanadas que se comían en la Villa y que él mismo, después de hornearlas, con un par de canastas, las vendía entre una selecta clientela. Entre ellas mi familia que, como plato fuerte, tenían en el menú de cada domingo las famosas empanadas criollas de Don Pedro Rivero.

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