BAR PALITO: CUANDO LLAMA LA SED Y APARECEN LOS AMIGOS

Para hablar de un bar, primero hay que conocer a su dueño. Luego, el boliche termina siendo un reflejo de él, y a él se le asemeja.

Cosas Nuestras01 de agosto de 2021juan carlosjuan carlos
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Para hablar de un bar, primero hay que conocer a su dueño. Luego, el boliche termina siendo un reflejo de él, y a él se le asemeja.

Por eso fuimos al encuentro de “Palito” Quintero, el dueño del bar que lleva por nombre su propio apodo. Uno entra y ve un poster del Diego sonriendo; varias fotos de amigos, músicos y juntadas. Una mesa de pool que aparece como muy grande para el salón, con su paño gastado por los años. Y una amiga infaltable: la guitarra.

Ese es el mundo de “Palito”, que nos recibe detrás del mostrador y nos invita a sentarnos para hablar...

¿Desde cuándo el bar?

Hace 30 años, que no es poco. Por entonces yo trabajaba en los camiones y cuando se vino la malaria pararon y quedé en banda. Acá había una carnicería y mercadito y luego pusieron un bar. El dueño me dijo que no le gustaba tener un bar. Yo había tenido ya uno antes, cerca de la plaza de los Inmigrantes. Un bar con dos canchas de bochas. Ahí estuve cuatro años. Total que le dije “Te lo atiendo”, y quiso vendérmelo. Al final arreglamos para
alquilarlo. Esto era de la Tita y de la Coca Quintana. Eran tiempos en que se trabajaba muy bien. Las moliendas
estaban a full, tenía clientela a toda hora. Venían los obreros y también los camioneros que estaban esperando un cambio de turno. A la noche, traían el asado y lo hacíamos acá. Estaba de lunes a lunes, venía a las 11 de la mañana y me iba a las 4 de la mañana del otro día. Así era siempre.

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Contanos tu historia...

Nací en Alta Gracia, más concretamente en el Valle Chico. Luego viví por el Segundo Paredón desde donde venía a caballo con mi hermana al Víctor Mercante. Hice dos años en el Nacional y como no había más guita, tuve que
empezar a trabajar. Aprendí a manejar los compresores a los 15 años. Luego me fui a trabajar a Río Tercero. Manejé mucho tiempo camiones, algo que me gustaba. Un día jugando a las bochas con unos amigos salió la idea de ir a laburar a El Chocón, que se estaba construyendo, y allá nos fuimos.
Estuve allá seis meses, en el medio de la nada y la soledad más absoluta. Era muy duro, llegué en pleno invierno, me acuerdo que allí vi en un televisor blanco y negro cuando el hombre llegó a la Luna. Me volví para hacer la colimba.

Largo el viaje...

Luego volví a Alta Gracia, ya vivíamos en barrio Córdoba y empecé a trabajar con Ariel Gastón en el reparto de vino y soda. Don Ariel fue muy bueno conmigo y me enseñó muchas cosas en la vida, por ejemplo a ser más responsable. Surgió la posibilidad de comprarme un terreno y lo compré con un préstamo de la Caja de Crédito que me ayudó a conseguir el mismo Ariel Gastón.
Ya tenía un terreno, que no era cualquier cosa y empecé a construir. También trabajé para distribuidores de la Coca Cola en Alta Gracia. Un día me echaron, me pagaron indemnización doble y con eso puse el boliche allá por el 74. ¡No sabés lo que fueron esos años de boliche! Tenía una clientela de aquellas, había cada uno... muchos de ellos me siguieron luego a este otro boliche. Allá armábamos una partida de pase. El lugar tenía sus cosas, pero si se armaba lío siempre era entre la gente de adentro, no molestaban a nadie. Los milicos no pensaban lo mismo y lo terminé cerrando.

¿Y cómo siguió tu vida?

Tenía 27 años cuando tuve que cerrar y me dediqué a ser artista. Armamos “Las Voces del Amanecer” con el Pelusa Domínguez y el Bichi Saavedra. Por entonces había muchos, como el Tucho Sosa, Los Cantores de la Noche, Los Maimareños, Los Changos Serranos. Muchos y buenos.
Luego de dejar el grupo trabajé en La Serrana un tiempito, manejando vehículos de reparto. Era un trabajo hermoso. Luego anduve en el reparto de pan, hasta que me agarró la hiperinflación en tiempos de Alfonsín…Finalmente, luego de manejar los camiones de piedra desde el Observatorio, compré este bar y no me fui más. Esta es mi vida, acá vivo prácticamente, no me dan ganas de irme.

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¿Cómo fueron estos 30 años?

En todo este tiempo ha pasado de todo acá. Cosas lindas y de las otras, pero más de las lindas. Y muchos, muchos personajes que fueron desfilando.

¿Como quiénes?

Y... no sé. El Zurdo Quintana y todos los suyos, con el Gringo Di Gianantonio, el Bicho Velázquez, el Toto Valdéz,
gente de Carlos Paz que venían a tocar y se quedaban hasta el otro día. Hacían un asado a la mañana. Así como se daba, se hacía, nada planificado. Con el tiempo también caían el Tucho, Pepe Valdez, Daniel Díaz, Juanchilo Miguens, el Beto Espejo… ahora viene Esteban Ferrer… todos buena gente y gente de la música…
Y muchas anécdotas, como cuando caía el Ignacio, que ya venia “colocado” y lo agarraba el Chueco Feliú, bien grandote y se lo ponía sobre el hombro. Hasta que no grités “Viva el glorioso partido radical, no te bajo”,
le decía y ahí iba el Ignacio gritando “¡Viva Perón!” (risas)

¿Tuviste que echar a alguien alguna vez?

Uhhh! Cualquier cantidad, pero muchos tenían aviso de retorno (risas) y volvían a los pocos días. Eran reincidentes. Igual, nunca hubo problemas grandes, solo algunos chupados que por ahí no querían irse. Una vez se armó un remolino, pero eso no es privativo de este lugar. Andá a la Sarmiento a la salida de los boliches y vas a ver que se arma en serio en la calle.

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¿Y cómo fueron estas tres décadas?

Hubo de todo. Un día sacaron las moliendas y se acabó todo en esta zona. Eran tres moliendas y además todo lo que movían en cuanto a camioneros y changarines. En los últimos años, las Colectividades son una ayuda para igualar números y luego seguir adelante. Igual, es uno de los últimos boliches que quedan...
Queda El Puma, pero con otros dueños. Este es el más viejo con un único dueño. Por ahí el del Gordo Maldonado, que no está registrado, pero nada más. Los otros fueron desapareciendo. Antes había muchos en
todos los barrios, casi todos eran ramos generales con una barra donde pedir un trago. Te nombro rincones como el de Doña Chorota, La Primavera, Salani, La Patricia, Las 3 A… en Villa Oviedo. Los Gringuillos, La Polar; El Calandria, Don Ernesto, lo de Doña Clarita, Volpi... En el Tiro Federal estaba la Dina. Había boliches por todos lados y todos trabajaban.

También cambiaron los hábitos, hay bebidas que ya no se piden

Hoy no se toman las mismas bebidas que hace treinta años. La caña Legui ya no la conocen, casi. Ahora es hasta difícil conseguir ginebra Llave. Los primeros tiempos se pedía cubana, ahora ya no. ¡Si compro whisky me lo termino tomando yo! (risas). El vino siempre se vendió, eso no se mueve, pero antes se tomaba mucho blanco dulce, por ejemplo. El seco casi nada, y el tinto. Cuando trabajaba en lo Gastón, yo bajaba en los negocios cinco
cajones de tinto, uno de blanco dulce y dos o tres botellas de blanco seco.
La cerveza fue de siempre, y luego fue ganando lugar el fernet que hoy es lo que más se pide.

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El bar también tiene un lado, digamos, solidario...

Mirá, acá les di siempre lugar a las chicas travestis. Yo me he cagado mucho de frio en mi vida cuando trabajaba afuera y las veía a ellas que no tenían donde ir y les di un lugar para que estuvieran más protegidas.
Acá no hay ninguno que sea más o menos que otro, todos somos iguales y acá adentro nos respetamos todos.

Recién hablaste de personajes, ¿quiénes otros pasan o pasaron por acá?

Y... por ejemplo, el Bocha, que venía siempre descalzo. Si no te ponés zapatillas, no te damos vino, le decíamos. Al rato volvía, pero con los zapatos al hombro, como Kung Fu!!! Era un dulce, un buen tipo muy querible.
Lo tenemos a “Semillita”. Todo un personaje. Un día se había tomado todo y cuando se chupaba se doblaba todo. ¡¡Decíamos que se parecía a las 6 y cuarto!!!. Total que eran como las 5 de la mañana y no se quería ir, seguía cantando. Yo tenía que levantarme temprano para ir al super y lo eché afuera. La cuestión es que cuando pasé como a las 9, él estaba todavía sentado en la vereda. Pasaban las señoras con los bolsos de las compras y lo tenían que pasar por arriba.

Son conocidas, por no decir famosas, las empanadas de Bar Palito. Las pasan a buscar de todos lados para llevarlas, o para comerlas en el boliche. Son una marca registrada del bar. Tanto como los valores de amistad
que se cultivan entre tipos simples, de barrio; gente de trabajo que encuentra en un vaso o una mesa un rato de escape a sus problemas diarios.

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Nos fuimos del Bar, pero antes, Palito nos dejó un último pensamiento que descifra por qué un local como éste puede perdurar así en el tiempo:
“Si tengo que elegir entre toda las cosas que he hecho en la vida, elijo esto. Acá me siento yo mismo, pleno. Es mi vida, ni a mi casa me voy al mediodía. Tuve oportunidad de trabajar en otras cosas y no quise. Esto es otra cosa, me gusta, lo disfruto".

Listo, Palito, cerrame la mesa, pero antes traeme un medio con soda.

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