
ASÍ EN EL FÚTBOL COMO EN LA VIDA: UNA HISTORIA DE PASIÓN Y MUERTE
La semblanza se remonta a las primeras décadas de existencia de nuestro querido fútbol local.
Una vez más, nos recostamos en los recuerdos escritos y publicados por queridas personas de Alta Gracia, para seguir conociendo cuestiones que ellos vivieron y supieron transmitir.
25 de enero de 2025Del libro “De la tierra de las violetas”, escrito por Yoli Guardabassi junto a Teresita Pirra, extractamos la historia de los años iniciáticos del querido Colegio Nacional.
Vamos pues, con los recuerdos de Yoli sobre los primeros años del Nacio:
Muchos saben lo que se luchó, se trabajó para lograr nuestro querido Colegio Nacional, el primer secundario de la ciudad. Han transcurrido muchos años desde aquel 29 de mayo de 1950, día en que un pequeño grupo de jóvenes y adolescentes entrábamos por primera vez al Nacional que funcionaba en la escuela San Martín.
Los primeros profesores merecen ocupar un lugar especial, un lugar de honor en nuestra ciudad y, en especial, en el corazón de los que fuimos los primeros alumnos, aquellos que lo vimos nacer, crecer y hacerse grande, con la grandeza e importancia que tiene hoy. Como también todos los que formaban el cuerpo docente, administrativo y personal auxiliar a los que vimos trabajar con total entrega y amor sin cobrar un sueldo y sin saber si lo cobrarían.
El "cole" nació chiquito con solo tres secciones de estudio, dos de primer año y una de segundo, la que solo contaba con catorce alumnos. De este grupo egresaron con el título de bachiller nada más que siete. Esta fue la primera promoción. Fuimos compañeros, amigos, hermanos.
Para mí fue una hermosa realidad, vivida como un desafío frente a mí misma y a mi familia, en especial, a mi papá, por quien yo tenía un gran respeto y al que en mi lucha por estudiar lo había enfrentado con mucho dolor (él estaba formado en una sociedad machista, para quien la mujer solo tenía una misión en la vida: ser esposa y madre).
El Nacional me sirvió no solo para hacer realidad mi sueño de estudio, para crecer como persona sino también para descubrir en mí, capacidades que no conocía. El estímulo de profesores y compañeros me hizo sentir como líder (sabiendo siempre que esta capacidad me era regalada por Dios y que para nada alimentaba mi ego sino más bien esto era un compromiso que me impulsaba a servir y a trabajar para mejorar nuestras condiciones de alumnos, ayudando a lograr las cosas necesarias para el buen funcionamiento del colegio).
Con el asesoramiento de la profesora de Educación Física, Señorita Mercedes Carrera, fundamos el Club Colegial del que fui su primera presidenta, porque era necesario para trabajar organizadamente como comisión. El primer paso fue poner una cuota mensual a los alumnos y a continuación se organizó un festival en el que bailábamos danzas folklóricas. Todas estas tareas tenían por finalidad comprometernos y comprometer a la sociedad, con el objetivo de juntar dinero para comprar el material didáctico indispensable: tizas, borradores, escuadras. mapas, todo lo que pudiéramos porque no había nada (el Gobierno crea un colegio, la sociedad lo hace funcionar).
La dirección organizó un concurso de dibujo para seleccionar un distintivo identificatorio, de éste resultó seleccionado el que yo había presentado. Así surgió el primer distintivo en el que figuraba la sigla del Colegio Nacional Nº 140.
Rápidamente pasó el primer año y el Nacional se mudó a otro edificio, frente a la Plaza Solares (donde hoy funciona el Comercial).
Cuando nos mudamos, se nombró a un portero que vivía en el colegio, el Señor Domínguez. Es imposible para mí recordar al Nacional sin pensar en ese portero por todas las atenciones que él y su familia tuvieron para conmigo. Yo llegaba del campo en un sulky junto a dos de mis hermanitos. El era también hombre de campo y del frío mucho sabía. Después de dejar el sulky en el corralón de la policía, entraba al colegio y allí me esperaba con un repasador entibiado con el que envolvía mis manos para calentarlas y un té bien calentito que me reconfortaba y así cuidada y mimada por el portero y su esposa iba al encuentro de mis compañeros. Imposible olvidar tanto amor. Era una gran persona que nos conocía a todos y se comprometía con la realidad de cada uno.
Mi paso por el Nacional fue muy corto. Primer año lo cursamos de mayo a noviembre de 1950. A segundo lo rendí libre y en diciembre del 51, ya estaba rindiendo el ingreso para el Carbó porque yo quería ser maestra y el Nacional nos daba el título de bachiller.
Creo que no importa si el tiempo vivido fue poco o mucho, lo importante es la intensidad con la que se lo ha vivido y los cambios que en nosotros, los jóvenes, y en la sociedad provocó este acontecimiento. Por eso, en este amontonando recuerdos no es posible dejar de mencionar a éste, mi querido Colegio Nacional.
Quiero aquí recordar a aquéllos con los que he compartido el tercer año: Horacio Romer, Carlos Díaz, Carlos Di Motta, Parma, Nadina Desiervi "Pochi", María Ignacia González "Mogo", Margarita Sicilia "la Gringa", Mirelle Payán "Poupé", Lilian Docampo "Chuchi", Elba Valdez "señorita Pocha", Arminda Barros y Noemí Reartes. No nombré a todos y cada uno de los profesores porque esto no pretende ser una historia del Nacional, sino solo un recuerdo prendido en mi corazón.
La semblanza se remonta a las primeras décadas de existencia de nuestro querido fútbol local.
Juan Gumersindo Quinteros. De caddie a jugar un Mundial. El golf en sus venas para el mejor de todos los tiempos en nuestra ciudad.
Horacio tal vez sea el resumen de todo lo que expresa la famosa frase de “la pelota siempre al 10”. Es que su sola presencia en cancha, durante años, fue un seguro de buen fútbol, de botín inteligente. De pase bien dado y jugada bien terminada.
Fue mucho más que un director técnico. Fue un formador, un docente. Un imprescindible a la hora de contar la historia de nuestro deporte.