
ASÍ EN EL FÚTBOL COMO EN LA VIDA: UNA HISTORIA DE PASIÓN Y MUERTE
La semblanza se remonta a las primeras décadas de existencia de nuestro querido fútbol local.
Juan Carlos "Cacu" García nos compartió para publicar esta hermosa historia. Habla de fútbol, pero en el marco de una ciudad que tomaba a este club como parte de su vida.
El domingoLos sábados íbamos a la cancha a alentar al "Sportivo Alta Gracia", el único equipo del pueblo de la Liga Cordobesa. Jugaba en segunda categoría, siempre queriendo ascender. La camiseta era negra y amarilla a rayas verticales.
En algunos jugadores las rayas hacían una curva a la altura de la panza antes de perderse debajo de los calzoncillos "Casi". La curva era porque en aquellos tiempos la preparación física no era una obsesión entre los "players", hasta que llegó el maestro Bútori. Muchos llegaban a jugar sólo el día de los partidos porque en el resto de la semana trabajaban en diversos oficios: los había panaderos, soderos, canillitas, carpinteros, etc.
Me acuerdo de un número 9, gran carpintero y temible cabeceador. Los calzoncillos "Casi" eran prácticamente obligatorios, sobre todo para los "fullbacs" y los "centrojás", habituales asistentes a los asados conmemorativos. Estos calzoncillos, tenían un elástico ancho que apretaba la panza, se usaban con la mitad del elástico abajo del pantalón y el resto doblado encima para que se viera, un poco para lucir más delgados y otro para demostrar jerarquía, porque al "Casi" lo usaban los craks que salían en "El Gráfico.
Los sábados eran una fiesta. Cuando veíamos estacionado el ómnibus que transportaba los jugadores rivales provenientes de Córdoba, sabíamos que había partido y el espectáculo asegurado, sólo teníamos que garronear la entrada. Si uno era menor o con cara de pibe más chico, por ahí te dejaban entrar gratis. Las otras alternativas era ser conocido de alguno de la comisión directiva, o jugar en las inferiores del club, todo un orgullo. Los partidos eran a muerte.
Teníamos un grupo de insultadores de árbitros que eran la envidia de los clubes cordobeses. Los soplapitos sabían que en Alta Gracia no se jodía y que cualquier pitazo en contra sería severamente repudiado por esa platea especial, a voz en cuello y con formales amenazas de agresión física que con frecuencia llevaban a la práctica.
El once de Sportivo generalmente era autóctono. Varios intentos de contratar futbolistas cordobeses fracasaban al poco tiempo por la capacidad innata de los foráneos a ceder ante la mejor oferta de otros clubes más ricos. Claro, el motivo fundamental era la pobre disposición de fondos que en Sportivo era tradicional.
Lo más triste era que algunos firmaban contrato y cobraban en dos equipos diferentes y simultáneos. Dedicaban un partido a cada uno, según la disponibilidad de la tesorería. Lo peor era cuando nos compraban al arquero. La platea insultadora tenía una capacidad especial para darse cuenta cuando, por ejemplo, el arquero se agachaba y le pasaba la pelota por debajo de las piernas. En esos momentos su atención se olvidaba del árbitro y se concentraba en el guardameta. Y cuando más nervioso se ponía el arquerito, más errores cometia. Los gritos lo taladraban porque la platea especial de los insultadores estaba tan cerquita de la línea de cal que era como si te puteara tu papá en el baño.
Claro que había acciones muy sospechosas, como cuando el arquero en los centros al área atropellaba al back central para evitar el cabezazo defensivo. Había otras más bien discutibles, como aquellas donde el guardameta le erraba la patada a una pelota que venía de rastrón, porque ya sabemos que los arqueros son más bien maletas en eso de jugar con los pies. Eso algunas veces se le perdonaba, salvo que fuera en los minutos finales de un empate. En esos casos, teníamos toda la semana para acordarnos del arquerito que para colmo era vecino o nos despachaba el pan y nos traía la soda a casa.
Varias veces Sportivo estuvo a punto de ascender a primera en la Liga Cordobesa y si no era por algún jugador travieso, era por un árbitro apalabrado por dirigentes del equipo rival. Se me escapan muchos nombres, pero no hay cómo olvidarse del chueco Feliú que llegó a jugar en Banfield, en Buenos Aires, y le hizo un gol al legendario Amadeo Carrizo. Jugaba de wing izquierdo y era el idolo de la tribuna. Rara mezcla de Garrincha y mula, su shot era capaz de voltear al arquero si lo agarraba de lleno.
Una vez yo estaba con la barra de amigos detrás del arco que daba al barrio militar y el chueco, después de hacer un golazo según su estilo de fusilar al arquero, con el envión pisó la red y el travesaño se le vino encima. El partido se suspendió por falta de arco. Los postes eran de madera y con el tiempo, las lluvias y las hormigas se pudrían en sus bases. No sé si habrá estado en estas condiciones, pero estoy seguro que el chueco era capaz de quebrarlo de un chutazo aunque fuera nuevo.
Un nueve goleador era Windauer. Se peinaba con jopo y raya a un costado y cabeceaba como ninguno. En aquellos tiempos había que ser valiente para cabecear un centro con la pelota mojada. Ya no se usaba el tiento, pero cuando el cuero se mojaba aumentaba más de dos quilos de peso y había que ponerle la cabeza cuando venía de aire. A los arqueros les quedaba el pecho colorado cuando la embolsaban y los botines venían con punteras de acero para no hacerse bolsa los dedos de los pies.
Los sábados nos armábamos el sánguche de milanesa y partíamos en barra a la cancha. El Yeye Parisi tenía una radio alimentada con una batería de auto para escuchar los partidos de Buenos Aires. Cuando apareció la "Spica", la primera radio "a transistores", fue todo un acontecimiento, maravilla de la tecnología.
Parecía mentira escuchar el partido desde esa cosa tan chiquita, aunque cuando "se iba la onda", volvíamos a la tribuna, al lado del Yeye y su radio a batería. La "Spica" era cara. Sólo estaba al alcance de los bancarios y los empleados jerarquizados de IKA.
La semblanza se remonta a las primeras décadas de existencia de nuestro querido fútbol local.
Horacio tal vez sea el resumen de todo lo que expresa la famosa frase de “la pelota siempre al 10”. Es que su sola presencia en cancha, durante años, fue un seguro de buen fútbol, de botín inteligente. De pase bien dado y jugada bien terminada.
Fue mucho más que un director técnico. Fue un formador, un docente. Un imprescindible a la hora de contar la historia de nuestro deporte.
Juan Carlos "Cacu" García nos compartió para publicar esta hermosa historia. Habla de fútbol, pero en el marco de una ciudad que tomaba a este club como parte de su vida.