Peleteiro: el mejor “Sapo” de este pozo

Detrás de su banco de trabajo, rodeado de zapatos, carteras y mochilas, puede verse a un hombre siempre sonriente...

Cosas Nuestras 31 de enero de 2021 juan carlos juan carlos
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Detrás de su banco de trabajo, rodeado de zapatos, carteras y mochilas, puede verse a un hombre siempre sonriente. Capaz que uno pasaba y no lo veía, pero él, seguro que estaba alerta y te pegaba un grito desde adentro de local. Y el grito llegaba con un chiste, con una broma, con una risa.

Juan Angel Peleteiro fue sólo su nombre oficial. Para todos fue simplemente el “Sapo”, y así con ese apodo que el cariño de los amigos le otorgaron, transitó su vida en la ciudad hasta convertirse en un personaje casi obligado del centro altagraciense. Así era el “Sapo” Peleteiro. Hombre de trabajo, pero que amaba tanto su profesión que supo convertirla en pasión y divertirse en cada jornada de labor.

Se crio en un ambiente donde el trabajo dignificaba. Donde había que ganarse el pan todos los días y no había lugar para la holgazanería. Hijo y nieto de inmigrantes que llegaron como tantos a estas tierras corridos por el hambre y la miseria del viejo continente, supo su familia encontrar en Alta Gracia el lugar donde asentarse y construir su futuro. No podía salir mal árbol de tan buena semilla.

Juan Angel Peleteiro fue el segundo de tres hermanos. Hijo de Don Franco y de Doña Socorro. A Franco, su padre, lo trajeron a Buenos Aires viajando de polizón en un barco cuando solo tenía 8 meses de vida allá cuando transcurría el año 1909. Una historia familiar y personal que merece ser contada. Y a eso nos dedicaremos...

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Hablemos del “Sapo”

Jorge fue su hermano menor y Noemi, su hermana más chica. Con ellos creció en el seno de su casa familiar, que durante el día se convertía en el salón de la reconocida zapatería de su padre. Todo ello frente al Tajamar, de donde se ganaría el apodo que lo acompañaría durante toda su vida.

Tuvo una infancia feliz y supo granjearse amigos desde muy chico. Amigos con los que en su adolescencia y juventud compartió deportes, salidas y aventuras. El “Sapo” fue un buen tipo. Así, con todas las letras. Una de
esas personas que se extrañarán siempre. Si todavía cuando uno pasa por la primera cuadra de la Prudencio Bustos, está esperando el saludo a los gritos, la risotada, el chiste de cada día…

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Una historia de inmigrantes

Para recorrer la historia de su vida, que en definitiva es el recorrido por la historia familiar y comercial de su gente, hablamos con Norma, quien fuera su esposa, y con Viviana, una de sus hijas. Ellas nos contaron, entre emocionadas y divertidas, cada momento, cada anécdota de la vida de este querido vecino de Alta Gracia.

“Mis suegros abrieron la famosa zapatería frente al Tajamar en el año 1935. Para los que no la hayan conocido, estaba frente a lo que hasta hace poco eran las oficinas de Cosag, al lado de los piletones de agua que antes se usaban”, comienza contando. “Allí estaba la casa familiar de los Peleteiro, y la zapatería. Fue famosa por la calidad de los zapatos que vendía, y porque además vendía camisas, corbatas y demás prendas del elegante vestir de la época”. 

Era un negocio grande que trabajaba las más importantes marcas. Junto con Minicone, eran los dos grandes referentes del rubro en Alta Gracia durante aquellas primeras décadas del siglo XX.

Pero ahondemos un poco en su historia familiar. Como tantas, es una historia de inmigrantes, de búsqueda de un mejor destino, de huida de una Europa hambreada y de abrirse camino a fuerza del trabajo y el sudor
diario.

Sus abuelos llegaron al puerto de Buenos Aires cuando promediaba el año 1900, desde el pueblo de Malpartida, en Avila, Castilla La Vieja. La leyenda familiar cuenta que Franco, su papá viajó de polizón en el barco que los trajo desde Europa al puerto de Buenos Aires.

Se ha formado una pareja

Ya en Alta Gracia, Franco conoció a Socorro Cano. Ella era altagraciense, hija de una reconocida familia española afincada con fuertes lazos en la ciudad. Socorro Cano, trabajaba también en la zapatería. Era mucho más que un ama de casa y se ponía al hombro el negocio junto a su marido.

Fruto de ese matrimonio, Juan nació en 1938 y aquella zapatería familiar fue la cuna que vio crecer al “Sapo”. Su abuelo también había sido zapatero, y la profesión se fue trasladando generación a generación. Es que no solo había venta, sino también compostura de calzado y allí trabajaba un empleado que fue muy conocido, Don Churquina. Fue de él quien el Sapo aprendió el oficio.

Juan creció jugando en el parque del Tajamar. Por eso le pusieron “Sapo” de sobrenombre. Se crio en ese lugar y allí pasó toda su infancia y su adolescencia. Cuentan que desde bien pibe andaba con cajas de zapatos llenos de sapitos que sacaba de la acequia que llevaba el agua. Eran sus juguetes de cada día.

Jugar y trabajar

Pero no todo era diversión. También había que incentivar el hábito del trabajo. Por eso junto a su hermano, iban periódicamente al Sierras Hotel. Allí había un salón de lustrado de calzado, donde ellos concurrían a cumplir con su labor de lustrines. Todo se para que los copetudos turistas del hotel no tuvieran que “bajar” al pueblo.

El negocio familiar estuvo frente al Tajamar hasta el año 1974, cuando se enfermó Don Franco y al poco tiempo falleció. Las circunstancias hicieron que se tuviera que vender todo para afrontar los gastos de internación y de su operación. 

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Una nueva etapa

Fue cuando Juan, que por entonces trabajaba en Renault, decidió retomar todo y reabrir la zapatería. Fue en un local de Avenida Belgrano, frente a Telecom. “Allí estuvimos hasta el momento del “Rodrigazo”, que fue un golpe muy fuerte. Hubo que cerrar y alquilar en calle Prudencio Bustos, donde la zapatería estuvo 30 años”, recuerda Norma. En el negocio de calle Belgrano se vendían zapatos, ya en el nuevo local, solo era compostura, arreglo de calzado.

Alli, en la calle Prudencio Bustos, estuvo hasta el final. El “Sapo” era muy conocido en la zona y supo ganarse mucha clientela y una gran reputación en la profesión. “El olor a suela y pegamento forma parte de nuestras vidas. Lo siento y la verdad que cerrando los ojos, lo veo a mi papá. La imagen que tengo de él es ese olor a fana, la trincheta en la mano y los chistes que contaba, porque estaba todo el día con una frase graciosa a flor de labios”, recuerda su hija Viviana.

“Tenía una chispa bárbara. En las reuniones era el contador de cuentos y estaba lleno de anécdotas”, agrega Norma. Vivi sigue contado: “Mi papá era muy sociable. Por ahí dejaba el negocio y se iba a hablar con los vecinos comerciantes de la cuadra. Y me pasa algo muy particular. Hoy se me rompen los zapatos y no sé dónde ir, no encuentro nadie que los arregle como mi papá. Cuando mi papá cerró la zapatería, no sabía dónde ir a llevarlos…”.

El negocio por lo general siempre anduvo bien. Tenía una buena clientela, fiel, que supo ganarse con seriedad y con amistad. El Sapo era muy conocido, por su padre y porque él era muy dado. Iban de todos lados a llevarle trabajos. La tradición de ser zapatero que le permitió sobrevivir, ganarse la vida y sostener una familia. Nora Piteau, y toda su familia fueron clientes durante generaciones. Los Rodríguez Ares, los Tissera, Mazzuco, Fidalgo, todos ellos eran habitués de Zapatería Peleteiro. “Cuando comenzaban las clases era la época más dulce, porque le llevaban los zapatos, las mochilas, los portafolios”, cuentan. “Tenía clientas muy delicadas, que buscaban que les arreglara sus zapatos finos. Eran muy exigentes, y él siempre buscaba dejarlas satisfechas”.

Las anécdotas se apuran en salir a la luz. Como aquella de tiempos del Mundial 78. En Alta Gracia estaban los escoceses y los holandeses, siempre dando vueltas por el centro. Su hijo salía a buscar clientes por el centro y llevaba a los jugadores al negocio a que compraran zapatos ahí, con el temita de las virtudes del cuero argentino.

O aquella que no tiene desperdicio y que pinta de cuerpo entero al Sapo Peleteiro y su forma de ser y socializar. En un tiempo, las oficinas de Canal 2 estaban justo al lado de la zapatería. Tenían una persona de vigilancia, de seguridad, que siempre estaba charlando con el Sapo en la puerta del negocio. Siempre haciendo chistes, riéndose. Un día entraron a robar en Canal 2 y no se dio ni cuenta. Por charlar, no se dio cuenta que entraban los ladrones. Obviamente, el hombre debió haberse quedado sin trabajo. Al Sapo le gustaba más charlar que arreglar zapatos, y eso que ser zapatero era una pasión para él.

“Cachito Mazzucco prácticamente vivía con mi papá en el negocio, hablando macanas todo el tiempo”, agrega Viviana.

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Juan, por Norma

Norma fue el gran amor de su vida. Con ella compartió décadas de buenos y de malos momentos. Siempre juntos, siempre hombro con hombro, y criando a sus hijos primero, y a sus nietos más tarde. “Cuando lo conocí, trabajaba con su padre, luego entró a Renault donde estuvo 11 años hasta que se hizo cargo de la zapatería. Ellos eran una familia que podríamos decir acomodada para la época. La economía era distinta y su comercio era muy conocido”.

Es que eran tiempos de confianza. Cuando en el negocio vendían los calzados, muchas veces se pagaba una parte y el saldo se anotaba en una libreta y se pagaba en varias cuotas. Se manejaban otros códigos de venta. Aun cuando hubo unos cuantos que no cumplieron con la confianza depositada.

Pero también nos cuenta de la vida social de Juan. “Nunca le costó socializar, al contrario. Tenía cientos de amigos. Además, en su juventud también hizo deporte y ahí siguió cosechado amistades. Jugó al básquet en Vélez Sarsfield; también le hizo al fútbol. Primero en el recordado River Plate de barrio Gallego
y luego en Palermo”.

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Ella también venía de una familia de comerciantes. De apellido Bóccoli, criada en barrio Sur, sus padres tenían un almacén de ramos generales en la esquina que hoy hacen Concejal Alonso y Liniers. Cerca del Hospital, de
la Paulina Domínguez, y de la Gota de Leche donde vacunaban. Por la zona estaban los Dignani, unas cuadras más abajo.

Norma define a quien fue su marido: “El negocio de la zapatería, además de productivo fue siempre divertido
para él. Siempre disfrutó hacer ese trabajo que era su pasión. Pasó por momentos buenos y de los otros, pero de todos salió adelante con mucha actitud y mucho trabajo. Con su zapatería mantuvo a
su familia y los educó en la enseñanza del camino recto”.

Juan Angel Peleteiro, el “Sapo” vivió hasta los 75 años y lo hizo disfrutando a pleno de cada momento. Fue un tipo divertido, siempre amable y positivo. Con una sonrisa permanente y una broma que pugnaba por salir. Una de esas personas que se extrañan cuando se van, que no dejan de estar entre nosotros.

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