Tino Nava: paella, gaita y mucha sazón

El "gallego" es todo un personaje. No vamos a descubrir nada nuevo diciendo esto, claro.

Personajes 18 de septiembre de 2022 juan carlos juan carlos
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Tino Nava es todo un personaje. No vamos a descubrir nada nuevo diciendo esto, claro. Pero es bueno haber charlado un rato largo con él para ir descubriendo la persona que está detrás de este pintoresco español que se fue convirtiendo, con el paso de los años, casi en un símbolo de nuestra ciudad.
Tino, en realidad es el apócope de Justino, el nombre que eligieron ponerle sus padres cuando nació allá en Gijón, en la Comunidad Autónoma de Asturias, al norte del territorio español. Justino Nava Vega, para ser más consecuentes con su documento de identidad.
Nacido un 14 de marzo de 1938. Tiene 84 años en los papeles, pero –créanme- es mucho más joven en su espíritu. ¿Quién no ha terminado riéndose alguna vez con alguna de sus salidas, luego de charlar un rato con él? Si es cierto que el espíritu es lo que marca la edad, eso con Tino calza perfecto.

De Gijón a Alta Gracia

“Gijón es una ciudad muy parecida a Mar del Plata, por las playas y por el clima”, comienza contando. “Cuando me vine, Gijón era una ciudad mucho más chica de lo que es hoy, ha cambiado una barbaridad”, agrega.
Allá, en Gijón, Tino aún tiene familia. Una hermana y una sobrina a quienes ha ido a visitar varias veces. “Desde que me vine para acá, he vuelto más de 30 veces. La vida me dio la oportunidad de hacerlo y no me lo perdí”, cuenta.
Al principio, según parece, no estaba muy convencido de cruzar el Atlántico. Por aquel entonces tenía 21 años. 
“Vinieron primero mi hermana y mi cuñado. Luego mi padre y mi madre y recién después yo, que no quería venir”.
Sus padres llegaron directamente a Alta Gracia. Acá los esperaba un coterráneo y familiar, Aquilino Nava, dueño del Hotel Covadonga que los albergó y les enseñó los secretos del negocio del alojamiento.
“Cuando iniciamos en el rubro, la hostería estaba a la vuelta de donde está hoy, en calle Buenos Aires 135. Un poco más abajo de donde era el Hotel León”.
¿Por qué no querías venir a Argentina? “Porque yo allá trabajaba en un astillero, una industria muy fuerte en mi pueblo, que es una ciudad portuaria. Tenía un buen trabajo como soldador y un buen sueldo para aquella época. Construíamos barcos para todos lados y la verdad es que no me hacía falta irme”.

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Llegada a Alta Gracia

Cuando llegó a Alta Gracia, al poco tiempo empezó a trabajar de soldador en la Kaiser, cuando existía un área que era Lockheed Kaiser. Al principio como soldador en el área de fabricación de aviones, más tarde en la planta de mantenimiento y luego en el área de compras. “Apenas me presenté, entré a trabajar. Sabía de qué se trataba”, afirma.
Hoy, luego de tantos años y más allá de su reticencia inicial, no duda: “Alta Gracia es la mejor ciudad de la provincia de Córdoba. Estamos a un paso de la ciudad capital, pero vivimos en un ámbito de tranquilidad envidiable. Es una ciudad limpia y muy linda que me adoptó y yo también la adopté. Aquí estoy muy bien y aquí me quiero quedar”.

Como en España, pero acá

Llegó en 1962 y a poco de llegar tomó contacto con unos cuantos españoles que vivían en Alta Gracia y no le costó hacerse de amigos. “Había muchos por aquella época, incluido tu padre, Esteban Gamero Crespo. Estaban Gerardo Conde, Félix Tineo, a uno a quien le decíamos el “colchonero”, Fermín Gorostiza, que era vasco, Félix Pichel… había muchos”.
No más venir fui a conocer el Centro Español que llevaba muy poco de fundado, y me hice socio. El edificio lo habían comprado entre Jorge Rodríguez y otros españoles que vivían acá. Costó $ 416.000, pagaron 200 mil y lo otro quedó hipotecado. La hipoteca la tuvo un señor llamado Pedro Egea , que vivía unos metros arriba del Tajamar. Hubo que cambiar la comisión y me nombraron presidente, Pichel de Secretario y Adolfo Menéndez de Tesorero. Teníamos la ayuda de Jorge Rodríguez, que conocía mucho.
Total que había que pagar la hipoteca y entonces hicimos una campaña de socios vitalicios. Uno de ellos eres tú (señalando al periodista que escribe esta nota). Tu padre, en lugar de ser él, te puso a ti. Además, Adolfo Menéndez que tenía una joyería en la Av. Belgrano nos dio un reloj Tissot para rifar. Salíamos casa por casa a ofrecer la rifa. La ganó un señor llamado Oscar Sosa. Con todo eso pagamos la hipoteca y además nos sobró plata.

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Colectividades: uno de los protagonistas iniciales

Las Colectividades fueron idea de Inés Brunengo, de Yoly Guardabassi y de Roberto Martínez. Estábamos las colectividades de Argentina, Armenia, Israel, Italia y el Centro Español, que estaba presidido por Emilio Vázquez, que les prometió traer gente de Buenos Aires. Un día antes les dijo que no iba a participar y entonces vinieron a buscarme a casa.
Era una de poner manos a la obra de un día para el otro, pero dije que sí. Fui a lo de un señor Piccinini, y allí compré una chapa cuadrada e hice una paellera. Compramos medio camión de leña para una fogata enorme e hicimos la paella, que fue un éxito de la puta madre… Luego me fui perfeccionando, haciendo adaptar paelleras en acero inoxidable. 
Me conocieron y fui llevando la paella a distintos lugares. Así estuve en Santiago del Estero, en Santa Fe, a la Fiesta del Vendimia, a San Luis, siempre a hacer paella. Me llamaban y yo iba. Mi amigo Federico tenía un Baqueano, cargaba todo dos días antes y allá íbamos a hacer la paella. En la provincia de Córdoba estuvimos en muchísimos lados. Todavía me siguen llamando, la última fue en Villa Rumipal, que me convocó la Municipalidad.
Dejé Colectividades porque hubo un impasse por la pandemia, y ahora lo dejo para otro. No voy ni a comer”.

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Tino, de entrecasa
A la hora de contar sobre sus cuestiones personales, Tino no le esquiva a las preguntas. Por ejemplo, a la hora de hablar de su primera novia: “Iba al Cine Monumental los lunes porque daban películas españolas. De hecho, así conocí a mi primera novia. Con los amigos nos sentábamos en la ventana del Petit Colón a ver pasar gente. Y todos los lunes pasaba por allí para el cine una señora con sus tres hijas. Era una familia Fernández que vivía en la calle Mansilla”.
¿Y cómo avanzaste? “Un día fui detrás de ellas, y me senté al lado en el cine. Ahí supe que también eran españolas, de Galicia. Me tuve que sentar al lado de la madre y comenzamos hablar. Total que salimos juntos del cine. Hasta me acuerdo de la película: María de la O. Al poco tiempo íbamos a bailar a El Cañito. Me hice amigo del padre, que tenía un taxi al lado de la terminal, un auto enorme. Ella se llama Victoria Fernández, una chica muy bonita. Pero yo andaba de joda todo el día, una vez llegó un chico de Buenos Aires y se terminó casando con él”

¿Y donde se salía de caravana por esos tiempos?
“Se salía a bailar al Rose Marie, que por entonces era de Antolín González. Luego tuvo otros dueños con el paso de los años. Los fines de semana hasta ayudaba en la confitería. Además, estaba El Cañito donde había lindas fiestas. Eso, y bailes en el Club Los Andes, en Sportivo, en Colón. Había mucha vida social, y más sana que ahora. Al Cañito íbamos en el trencito que tenía Mascó y volvíamos caminando hasta nuestras casas. Por entonces, los bailes terminaban más temprano que ahora”.

Hoy Tino está más calmado, luego de tantas correrías. No pierde nunca su natural forma de ser, pero sabe que hace un tiempo llegó el momento de llamarse a cuarteles de invierno.
“No estoy casado, es que no tuve tiempo de firmar (risas). Hace muchos años tengo a Mary (María del Carmen) que es una linda compañera. Siempre uno necesita del otro. Además, es la única que aguantó y me soportó todas las fechorías que hice por ahí...”

Los amigos y las fiestas

“Entre mis amigos más estrechos lo nombro a Esteban Tomás Barraza, a Manuel Piérola, ellos cuando compré esta casa, me salieron de garantía sin conocerme demasiado. Esas cosas no se olvidan. También Félix Pichel, Esteban Gamero, Felipe Cavia, Severino Calvo, José Aloy. Eramos una linda barra”.

¿Cómo eran las fiestas del Centro Español? Porque uno ha sabido que eran bien lindas...
“En las fiestas del Centro Español llevábamos orquestas, y concurría muchísima gente. Venía el Cónsul y otras autoridades”. Y en esas fiestas, Tino tocaba la gaita: “Tocábamos la gaita con Pichel, que era gallego pero nunca había tocado. Se enteró que yo traje una y enseguida aprendió, era mejor que yo tocando. Era capaz de tocar la gaita todo el día. Una vez fuimos a San Rafael, en Mendoza en un auto que nos prestó Piérola. Resulta que estuvo tocando la gaita ¡durante todo el viaje, mientras yo manejaba, me tenía loco!. Teníamos una amistad muy profunda, éramos realmente amigos. Igual con Manuel (Piérola)”.
Pero Tino sigue recorriendo nombres de amigos en su memoria... “No quiero olvidarme de otros buenos amigos. Como el Negro Cano, o Isidro Zamorano, que era nuestro bailarín cuando tocábamos la gaita en las fiestas. Una vez en Capilla del Monte se hacía la fiesta de las colectividades españolas. Tocamos con Pichel, y él bailaba. Gordo, de sombrero, y cachetes colorados. Una gran persona, que tuvo en barrio General Bustos una fábrica de guantes industriales”.

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Dígame la verdad: ¿usted lo ve a Tino de sotana?

El diálogo con Tino Nava transcurre por distintos momentos, todos muy divertidos por cierto. Pero ello no significa que no nos asombremos cuando este particular asturiano nos cuenta algunos aspectos no muy conocidos de su vida. Y si no, a las pruebas nos remitimos:
“Mis padres me mandaron un pasaje para Argentina y no quise venir, lo perdí. Luego me mandaron otro y no me quedó otra que subir al barco. Pasaba que yo había estudiado ocho años para cura. Cuando salí de allí, entré a trabajar en el astillero. Menos mal que dejé, porque de sacerdote, hubiera sido un fracaso… no me imagino de sotana”
La verdad, querido Tino... nosotros tampoco...

Y de esta historia surgió hablar sobre su relación con otro gran personaje de Alta Gracia, el 
Padre Viera. 
“Lo conocí mucho. Salíamos de excursión con él. Había un muchacho que levantaba pasajeros por los hoteles en un colectivo y allá íbamos, con Domingo Viera incluido. Una vez, apenas pasamos el Crucero, dijo: “hasta acá llegó el Padre Viera, ahora soy el Chango Viera” (risas). Era un personaje hermoso, fue uno más de la gente, muy campechano”

Y por si algo faltaba... La tarde que Tino fue torero

Tino también se le animó a ser torero por un rato. Acá cabe una aclaración: no fue una faena taurina donde se mataban los animales, sino un simulacro, solo toreando, sin banderillas ni espadas. Igual, dio lugar a una anécdota imperdible: “Fue en la época de Onganía. Hicimos propaganda por televisión y todo. Los toreros éramos Paquito Jiménez (un andaluz que vivía por acá), tu padre Esteban Gamero y yo. Lo íbamos a hacer en La Marianita, vino gente de todos lados para ver la corrida, hasta de Buenos Aires. Al mediodía, Onganía nos suspendió la fiesta. Igual, la hicimos de calladitos otro día en la estancia Los Algarrobos, camino a Falda del Carmen, y también hubo mucha gente”.

Pero allí ocurrió otro episodio que dio para la anécdota: “Resulta que entre los toros nos pusieron una vaquillona. Y las vacas no se pueden torear porque embisten con los ojos abiertos, a diferencia de los toros que los cierran. Y esta vaca me encaró a mí, hubo un embrollo, salté el alambrado y caí de espaldas al otro lado” (risas).

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