PEDRO POLACOV SE JUBILÓ Y ESCRIBE SUS MEMORIAS

Desde hace un tiempo, pandemia mediante, "el ángel de los niños" decidió “colgar el estetoscopio”.

Cosas Nuestras27 de junio de 2021juan carlosjuan carlos
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Desde hace un tiempo, pandemia mediante, Pedro Polacov decidió “colgar el estetoscopio”. Luego de más de 50 años como médico, y tras haber atendido a generaciones de altagracienes, hoy disfruta su merecido descanso. Pero su cabeza inquieta no le permite estar quieto y decidió escribir sus memorias. Nos recibió en su casa y hablamos de su vida, contó sus anécdotas y habló de sus proyectos.

Con la amabilidad de siempre, nos atendió en el living de su casa de siempre, allá en calle Olmos. Se notaba que tenía ganas de hablar, de contar. La pandemia lo alejó de mucha gente y las visitas siempre son bienvenidas.

¿Cómo habrá sido esto de retirarse luego de tantos años?
“Veía la pandemia y sinceramente pensé que iba a durar bastante tiempo. Cuando llegó al año, decidí en agosto pasado suspender todo y jubilarme. Así que bueno… fue una decisión meditada. Mi hijo Mario me hizo los trámites, envió una nota al Consejo Médico para que considere mi jubilación teniendo ya 86 años. Entregué la matrícula y ya está..”,  nos cuenta.
Matrícula 2820 que luego de más de sesenta años de profesión, ya no podrá volver a utilizar.

¿Luego de tantos años, qué es lo que más te queda como saldo?
Lo de hacer bien las cosas y entender que cada día se aprenden saberes nuevos. La última vez que fui a un congreso fue en Mendoza. Un muchacho joven me preguntó para qué iba y le dije: “siempre se aprende algo nuevo, es mejor escuchar a los profesionales modernos para realizar una actividad correcta”. Siempre entendí que a la profesión hay que tomársela en serio y siempre se puede aprender. Todo me servía y me ponía contento aprender algo nuevo.

Y de hecho, hasta sus últimos días de médico, siempre estaba buscando artículos que lo instruyeran, como si algo le faltara aprender en la vida.

De vocación, pediatra

Pedro Polacov siempre quiso ser médico. Y hay una anécdota de su vida que pinta de cuerpo entero esta afirmación. Dejemos que él mismo la cuente: “Fue una vocación de entrada. De chico tuve fiebre tifoidea. En esos tiempos solo había sulfamida, no había antibióticos. El Dr. Oliva Funes fue quien me trató (yo tenía 5 o 6 años) y me preguntó qué iba a ser cuando creciera. “Voy a ser médico doctor y por eso cuando sea médico me va a tener que regalar el estetoscopio. Cuando me recibí, fui a verlo a la Clínica Chutro, donde trabajaba. Me presenté, le dije quién era, le recordé la historia y le dije que me había recibido de médico, que quería ser pediatra y que venía a buscar el estetoscopio. Me lo quiso dar, pero obvio que no se lo acepté. De ahí me fui al Hospital de Niños y allí arranqué mi carrera”.

En el viejo Hospital de Niños trabajó durante nada menos que cuarenta años. “Allí, siempre era el primero que llegaba y el último que se iba de la sala. Me gustaba mucho estar ahí, ver trabajar a los demás, observar a las enfermeras haciendo su tarea, estar con la gente. De todos aprendí siempre”.
Durante muchos años, Pedro Polacov alternó el Hospital, junto a la Clínica y su consultorio particular, el que construyó en el primer piso de su casa y que era visitado a diario por muchísimos pacientes llegados desde distintos puntos de la ciudad, y de lugares aledaños.
“Nunca tuve horarios para atender a los chicos. Sea a la noche, a la madrugada, a cualquier hora. Por ahí venían del campo a las 2 o 3 de la mañana y los atendía porque los chicos no podían esperar. Yo en esos tiempos, luego del Hospital, iba de 3 a 4 de la tarde a la clínica y a las 4 a mi consultorio hasta que terminara, sea la hora que fuera”.
Es que Pedro, poco a poco y a pura vocación se iba convirtiendo en el “Angel de los Niños”. 
“Algunos papás me decían que no me podían pagar, y yo les decía que no había problemas.
Entonces, la gente me hacía regalos. Me traían la gallina, (viva, por supuesto). La gente siempre fue muy generosa. Otros me traían una docena de huevos, o naranjas que tenían en la quinta. Era muy lindo todo eso, lo disfrutaba muchísimo”, cuenta Pedro sonriente.

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Nada fue casualidad

No existe la magia, al menos no en las historias de vida como la de Pedro. Que haya tenido una trayectoria de más de 60 años fue producto de la capacidad, pero también de la vocación y de tener los objetivos claros.
“Hice el secundario en el Manuel Belgrano, que entonces funcionaba en el Monserrat. Decidí por mi cuenta que quería hacer el Sexto año libre, para poder entrar a la facultad. Junto con un compañero, Eduardo Ortega iniciamos el desafío. A la mitad del quinto año empezamos, e hicimos los dos años a la vez. En diciembre rendimos y aprobamos todas las materias, menos matemáticas. Igual, podíamos entrar a la Facultad sin rendir. Nos anotamos como irregulares hasta julio que rendimos y aprobamos la previa.
Luego, hicimos un plan junto con Juan Schaffer, para rendir libre una de las dos materias de Primer Año y dedicar los otros cuatro meses a la otra materia. En diciembre aprobamos todo con muy buenas notas. Ampliamos el plan: hacer el segundo año y materias de tercer año. Total: le ganamos un año a la carrera, la hicimos en cinco años. El 29 de diciembre de 1960 me recibí de médico”.
A la hora de recorrer sus historias como pediatra, la lista es bien rica. Desde casos complicados (“yo era muy amigo del Profesor Alberto Lubecki. Era un profesor de Río Cuarto muy reconocido y me apoyaba en él cuando tenía algún problema o alguna duda. Revisaba al niño, se ocupaba junto conmigo”) hasta aquellas historias que hoy forman parte de lo más lindo que ha pasado en la ciudad. “Hay muchos recuerdos muy lindos. Uno de ellos es de cuando atendí a los primeros trillizos que nacieron en Alta Gracia. Por entonces no había ningún instituto que atendiera a los niños prematuros. En la Clínica Central teníamos una incubadora muy básica. Eran de la familia Rodríguez. El papá era Comisario en la ciudad. La incubadora era algo muy rudimentaria: un receptáculo de metal con la tapa de vidrio y para darle calor teníamos una bombita de luz grande. Utilicé la incubadora y los tres salieron a flote. Hoy deben tener casi 50 años”.
Y como ésta, muchas historias más lo tuvieron como protagonista. “Fui el primero que advertí que iba a haber una epidemia virósica de encefalitis en Alta Gracia. Hice la denuncia en el Ministerio de Salud Pública. Yo tenía 16 chicos internados y a todos les había hecho la punción lumbar, los electroencefalogramas. Conseguí que vinieran del Instituto Virológico de Córdoba y corroboró que yo estaba en lo correcto. Se logró llevar tranquilidad a los papás gracias al alerta que yo había dado. Me felicitaron los mejores médicos de la provincia luego de aquello”.

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Una y mil historias

Pedro Polacov continúa contando historias, todas relacionadas con la vida, con sanar a los niños. “Un día descubrí que nació en la clínica un chico que estaba con vómitos constantes. El motivo del vómito puede ser por varias causas, pero le dije a la enfermera que me diera una sonda especial para ver la permeabilidad del esófago y el estómago. Cuando llegó al esófago la sonda se dio vuelta y no pasó. Inmediatamente me di cuenta que el esófago no llegaba al estómago, sino que era como un saco que cuando se llenaba producía el vómito. Era un niño de dos días de vida. Llamé urgente al Instituto Halac y lo vinieron a buscar para operarlo. Tuve la fortuna de que estando un día en el supermercado, me vio un señor con un chico de unos dos años en brazos. El niño era flaquito. Me preguntó si era el Dr. Polacov y me agradeció por haberle salvado la vida a su hijo. “Lleva ya diez operaciones de esófago luego de su diagnóstico. Gracias a usted lo tengo vivo”. me dijo”.
Pero las historias y las anécdotas llegaron hasta su último día como médico activo: “Llegó al consultorio un niño de siete meses. Los padres me dijeron que estaba muy débil, que comía poco. Lo revisé, y clínicamente estaba perfecto. Tengo por costumbre tomar la tonicidad de los músculos. Lo senté y se me fue para abajo. Lo mandé al neurólogo infantil ya con el diagnóstico elaborado. Fue el último día que atendí. Y el último paciente de aquel día”.

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Pedro, ¿todo esto va a estar en tu autobiografía?
Si, voy a hacer un recuento de vida, dividida por decenios desde mi nacimiento hasta hoy. Estoy en eso, voy de a poco porque hay mucho para contar y no quiero dejar nada fuera del relato. Hoy, es el objetivo y la meta que me he propuesto luego de retirarme.
Y así Pedro Polacov, el “Angel de los Niños” continúa con su espíritu inquieto, ahora en la calidez de su hogar, frente a una computadora, escribiendo sus memorias y cosechando el cariño de generaciones de vecinos que pasaron por su consultorio, que luego llevaron sus hijos y más tarde sus nietos.  

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