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Miguel Golocovsky: Tomándole prueba a los recuerdos
Repasamos capítulos de su vida. Buscamos al profesor, al padre, al amigo, al vecino. Fuimos a buscar a Golocovksy y terminamos encontrando al “Golo”.
Cosas Nuestras30 de abril de 2024juan carlosEscribir sobre el Doctor Miguel Golocovsky fue un desafío que nos impusimos hace tiempo. Queríamos ahondar en la trayectoria del profesor, en la capacidad del profesional. Pero también en la calidad del ser humano que todos conocieron.
Hablar de él es hacer referencia a una persona importante, y a la vez a un personaje de aquellos que tuvo la docencia de Alta Gracia. Querido y respetado por todos quienes lo conocieron, “el Golo”, como lo llamaban -y él asentía y se dejaba llamar- es al día de hoy una persona muy recordada en nuestra ciudad.
Golocovsky tenía una frase como bandera, que lo definía perfectamente. “Doctor puede ser cualquiera con un poco de estudio. Pero no cualquiera es un señor”, decía.
Por eso aunque la mayoría lo llamaba "doctor" el prefería que lo reconocieran y recordaran como un señor.
Sus primeros años
Miguel Golocovsky nació en Buenos Aires el 29 de diciembre de 1924. Fue hijo de inmigrantes rusos, de religión judía. Sus padres tenían un almacén de ramos generales en el barrio de Caballito y él trabajaba con ellos haciendo el reparto a domicilio de la mercadería. Eran 10 hermanos en total pero fueron falleciendo muy jóvenes por diferentes enfermedades. Solo sobrevivieron su hermano Marcos y él.
En Buenos Aires, a la par de trabajar con sus padres, viajaba a La Plata a estudiar y también trabajaba en la Cervecería Quilmes.
Mientras cursaba en la facultad, en una práctica de laboratorio cuando tenía 20 años aproximadamente, descubre que era diabético. Una enfermedad que lo acompañó toda su vida.
Se recibió de Licenciado en Química en la Universidad de La Plata a fines de los años 40.
El Golo y Alta Gracia
Vino a la ciudad poco después de recibirse, buscando trabajo atraído por un anuncio en el que buscaban bioquímicos y comenzó a trabajar como ayudante en el laboratorio de Piccón. Por ese entonces, era el único laboratorio que había en Alta Gracia.
Al tiempo sus amigos le regalaron un microscopio y lo alentaron a que recorriera su propio camino y tuviera su propio laboratorio. El mismo funcionó al frente de la plaza Solares, en un primer piso al lado de la Municipalidad.
En el año 1950 cuando se fundó el Colegio Nacional comenzó a dar clases como profesor de Física y Química. Un cargo que sostuvo hasta que su jubiliación en el año 1988. Durante un tiempo también fue director del laboratorio del hospital regional Arturo illia.
Aproximadamente en el año 1975 mudó el laboratorio a la calle Belisario Roldán en sociedad con Roberto Prieto hasta fines de la década del 80 cuando vendió su parte a Carlos Polacov.
Era una persona exigente con
los demás, pero
primero, lo era consigo mismo.
Fue socio fundador de lo que fue la Clínica Central. También trabajo en la fábrica de Terma SA haciendo control de calidad en la década del 80 hasta que la fábrica dejó de funcionar. A fines de la década del 80 también dio clases en El Obraje cómo profesor de química por aproximadamente 10 años. A pesar de ser un colegio católico, su Director Avanzi lo convocó y le propuso formar parte del cuerpo docente.
Golocovsky, el docente
Para él enseñar era una vocación, lo que hacía que se saliera de lo tradicional, pero a la vez se hiciera respetar por los alumnos. Creaba el espacio para que sus alumnos estuvieran cómodos, sin que faltara nunca el respeto.
Era “Golo”. Era perfeccionista y lo hacía sentir a todos.
Disfrutaba dar clases. Las preparaba con cariño y con mucha dedicación. Todo ello, sin haber estudiado para ser docente. Lo llevaban en el alma, era su vocación. Era exigente, pero primero se exigía a sí mismo.
De su paso durante tantos años por las aulas surgen cientos de anécdotas que iremos reflejando más adelante.
La persona, el personaje
Miguel Golocovsky fue respetado y a la vez querido por la gente, en especial sus pares y sus alumnos.
Fue una persona que se movió en muchos ámbitos, gracias a su capacidad y a su don de gente.
Elegimos hablar con Yanina, una de sus hijas, para que nos contara un poco del “Golo” íntimo. Despojada (lógicamente) de objetividad, dijo: “Se me fue en el mejor momento. Mis viejos se separaron cuando tenía yo 9 o 10 años. Mi vínculo fue de visitarlo. Me empiezo a relacionar más con él a los 15 o 16 años. Compartíamos mucho lo que eran las meriendas. El era grande, pero teníamos muy lindas charlas. Lo que más respeto y valoro fue el legado en lo intelectual.
Además le gustaba mucho el ajedrez y me lo hizo disfrutar. Había dos generaciones de diferencia, no obstante, su mentalidad súper abierta nunca me dejó de sorprender”. Y agrega: “era muy serio, pero a la vez manejaba ciertos gestos de ironía que sabía dosificar muy bien. Era todo un personaje mi papa”.
El vecino de todos
A lo largo de su vida, Miguel Golocovsky supo entreverarse en muchos ámbitos sociales y profesionales de la ciudad. Por otra parte, su memoria, detallista y prodigiosa le permitía acordarse con pelos y señales de todos quienes habían pasado por su vida.
Pese a no haber nunca viajado, podía hablar sobre el mundo con total naturalidad. Leer era una de sus pasiones, junto con la músic clásica, que sabía disfrutar.
Muchos lo recuerdan tomando su merienda en las mesas de Stuttgart, saludando a todos los que pasaban por el lugar. O, cuando vivía en calle Belisario Roldán, cruzándose a Las Violetas a comprar el exquisito fiambre que vendían en el negocio de la familia Davidoff.
Amigos tuvo muchos y sería injusto nombrar a algunos, dejando de lado otros. Fue genio y figura en todos los ámbitos de su vida.
Miguel falleció el 21 de junio del 2000, a los 75 años.
El Concejo Deliberante de la ciudad hace unos años le rindió homenaje colocando su nombre en una de las calles del barrio Parque San Juan junto a otros reconocidos docentes de la ciudad.
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