HISTORIAS DE CORSOS, VIKINGOS Y COMPARSAS

Los años ochenta en Alta Gracia, estuvieron marcados entre otras cosas por los famosos Maxi Corsos que se hacían mayormente en la Avenida Belgrano y tenían su palco junto al Museo Histórico. Entre otras cosas,los disfrazados no pagaban entrada. Y tal vez allí comenzó la historia de Los Vikingos.

Cosas Nuestras 10 de julio de 2020 juan carlos juan carlos
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Los años ochenta en Alta Gracia, estuvieron marcados entre otras cosas por los famosos Maxi Corsos que se hacían mayormente en la Avenida Belgrano y tenían su palco junto al Museo Histórico. Y en estas fiestas hubo artistas de renombre, los Carditos nos arrancaban risas todas las noches, y los disfrazados abundaban. Entre otras cosas porque los disfrazados no pagaban entrada. Y tal vez allí comenzó la historia de Los Vikingos.

Treinta y ocho años más tarde de su aparición en público reunimos a Chochó y Daniel Gómez, a Soledad Freytes y a José Saracho, los principales hacedores de una comparsa que hizo historia en nuestros carnavales. Hoy han ganado peso, han perdido pelo o tienen canas (salvo Sole que se sostiene siempre linda), pero siguen con la alegría de siempre y las ganas de festejar cada carnaval con alma y vida. Como cuando inventaron a Los Vikingos.

“En nuestra vida normal ya somos cualquier cosa, así que imaginate en los corsos. Los Vikingos nacen así: yo lo conozco a él (José) por un amigo. Me dice que tiene un amigo que le gusta la joda. Eramos pibes, de 17 años. Charlamos y un día pintó la primera locura. Se estaban por hacer los corsos. Por más que laburábamos, no teníamos plata. La idea era ir a los corsos y no pagar entrada, lo que hacías colándote o bien entrando a las 2 de la tarde y esperando hasta la noche. El tema es que nos enteramos que los que iban disfrazados entraban gratis. Pintó una revista D´artagnan y vimos las historietas de vikingos y dijimos ¿por qué no?, sabemos trabajar la madera, éramos albañiles y nos dábamos maña. En cuatro días y de la nada, armamos la comparsa”, cuenta recordando, Chochó Gómez.

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Todo era útil para la comparsa. La madre de los Gómez les regaló muchísimas pulseras, colgantes y ropa. Polleras de raso que los muchachos se ocuparon de descoser para confeccionarse el vestuario. Aquel primer año, en los carnavales de 1983, apenas fueron unas veinte personas. Pero la idea fue creciendo, y los participantes, multiplicándose.

“La comparsa era de todos, pero alguien tenía que mandar. Yo puse mi sueldo y todo lo que tenía para armarla. Una vez cobré la semana, entré a Creaciones Heda y compré 35 pares de sandalias. Venía con las bolsas y llegué a mi casa. Mi esposa me retó porque me decía que ella que andaba en pata y yo le compraba sandalias a las minas”, cuenta y ríe Chochó, que no se queda en esa sola anécdota: “Basamos la comparsa en el personaje de Nippur, donde el tipo estaba con el casco, con la espada, el escudo, y tenía como una pollera grande de los luchadores de aquella época, con escamas que parecían monedas. Fue Saracho y se compró en el banco una fortuna en monedas de cien pesos. Todavía andan dando vueltas por ahí, porque ni las usamos… y cuando las quisimos gastar ya no valían nada”.

La charla va de historia en  historia, de risa en risa. Imposible seguir un hilo conductor serio cuando el tema es una comparsa y los protagonistas son tipos cincuentones con el alma y la buena onda de pibes de veinte.

La historia oficial indica que la comparsa nació en barrio Residencial El Crucero, en la calle Lincoln Sur 545, donde por ahí peleaban con algún vecino a quien no le gustaba eso de escuchar ruidos y ensayos todos los días. Pero las ganas pudieron más y siguieron adelante varios años. La cosa fue creciendo. “La gente iba llegando. Era como un imán enorme. Uno traía a otro, y se iban juntando muchos. Era un lindo grupo, a pesar que éramos muchos, no hubo ni una sola pelea durante diez u once años que tuvimos las comparsas. El primer año fuimos 17, pero llegamos a ser más de cien integrantes”, cuentan los muchachos; Chochó es dueño de otra enorme anécdota: “Un día en calle España había una boutique. Yo volvía de laburar, todo lleno de cal y vi en la vidriera: “corpiños armados $ 1,50”. El sábado laburé medio día y fui. Todo sucio, me lavé un poco las manos y entré. “Me das de esos corpiños de 1,50… que números tenés? Hay 85, 90, 95… hasta 130, me dijo la chica. De los grandes grandes, dame dos, y de los chicos, hasta el 105 dame unos 15 o 20. La empleada no entendía nada hasta que le expliqué que era para una comparsa. Esos corpiños armados estaban ideales para vestir a las chicas”. A ese grupo inicial de Miguel Gómez, el negro Jacinto, Ramón y Chochó Gómez se le fueron sumando decenas, cientos de personas cada año.

Historia de esclavos

La comparsa de Los Vikingos se caracterizó por sus coreografía y su maquillaje. Y si no, que lo digan los muchachos cuando “inventaron” los esclavos que a punta de látigo iban desfilando en pleno corso, abriéndose paso entre la gente: “Fue todo un tema pintar a los muchachos para que fueran esclavos negros. Teníamos una olla, la metí al fuego y le metí grasa de chancho, grasa de vaca, dos potes de betún y cualquier cantidad de corchos. A eso le agregamos un tipo de carbón que se sacaba de los proyectores del cine Monumental. Sacamos bolsas de ese carbón y hacíamos una especie de pasta y con eso los pintamos. Cuando volvíamos, todos nos bañábamos. A las 9 de la mañana del otro día, había un rubiecito que vivía del otro lado de la ruta, que no había forma de lavarlo… cayó luego con la madre diciendo mirá como me han dejado al chico!!! Yo no lo voy a meter así en la cama!!! Otro año cayeron el negro Godoy (hijo de un boliviano que colocaba cerámica), un porteño y un formoseño cuñado del Pato Ervidia. Los pinté con eso, íbamos bajando por el Petit Colón y hacíamos como que les pegábamos con un látigo que armamos con un palo, cinta ancha y en la punta un pedazo de piolín, que pegaba el chasquido. Los negros les pedían el vaso a los que estaban sentados en la vereda de las confiterías en el corso y les mangueaban cerveza”.

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La historia de los trajes

Cuando nacieron Los Vikingos, hubo que inventar toda la indumentaria. No había dinero, pero sí mucha imaginación: “Los trajes, algunos eran de nilon. No teníamos tiempo de hacerlos y muchas veces no había plata. Yo trabajaba en las obras para el gringo Zullo. Había que buscar los elementos para hacer los cascos. El primero se hizo con un balde para lavar la ropa, a la que le pegamos una ensaladera arriba. La cuestión era conseguir todo gratis. La esposa de Zullo tenía un balde, lo ví y dije “es perfecto”. Le tiré el balde a mi compañero y nos fuimos rajando; hice lo mismo con unos bowls de acero inoxidable. La señora estaba buscando el balde y los bowls que me había llevado… Pasó el tiempo y un día Zullo vio el traje cuando pasábamos por Scharus. La señora lo miraba… lo miraba... hasta que le tuve que decir que había usado sus cosas para el traje”, relata José Saracho. Macetas, tazones de aluminio, cuernos comprados en alguna casa de regionales, todo sirvió para darle vida a Los Vikingos.

Alma de comparsa

En Los Vikingos y en las comparsas que le siguieron, había gente de todas las edades. “No había edad ni había kilos. A las chicas les poníamos pollerita y salían a la calle”. Chicas gordas, flacas, altas, bajas…todas se le animaban a la comparsa. Pasaba por divertirse, esa era la idea”, dice Miguel Gómez. Hasta el 85, Los Vikingos fue una comparsa con exhibición de trajes, luego llegarían los redoblantes. Pero Chochó sigue contando la historia detrás de la historia: “Desde el 83 al 87, tuvimos Los Vikingos. Del 87 al 91, nos dedicamos a boludear, pero siempre disfrazados y bien producidos con lanzallamas profesional. El tipo tomaba alcohol o kerosene. Le abríamos paso como 20 metros y tiraba las tres bocanadas. En el 91 hicimos Los Mercenarios del Futuro con un primo y mis hermanos. También la Sole. Ganamos el primer premio.

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En el 92, hicimos Los Dioses del Espacio también con mi primo. Eramos como 35 en el grupo. El organizador no le pagó a ninguno de los grupos musicales y a nosotros nos contrató para salir la mitad de las noches, 4 de 8. No nos quería hacer contrato y no quisimos salir. Fue al lado del Tajamar.

En el 93, no íbamos a hacer nada. Pero Tatino y Carpincho me tentaron de hacer una comparsa. Insistieron y les dije que Los Vikingos murieron, pero me pedían que hciéramos una. Fui a hablar con mi primo y vi que él estaba haciendo una comparsa sin avisarme. Ahí nomás lo hablé a mi hermano Miguel para que hiciéramos algo. Fue todo muy rápido, el corso estaba encima. Decidimos hacer una de árabes… que era todo trapo, fácil de armar. Hicimos las cimitarras que eran las espadas y los cuchillitos, nada más. El martes preguntan por las chicas. Tenía que haber como mínimo con 70 y no las teníamos. Uno cayó al otro día con 10 o 15 chicas prometiendo traer más. El sábado salimos con casi 100 chicas. La ropa la hicimos no sé con qué, pero la hicimos. No sé de dónde sacamos la plata”, recuerda Chochó..

Cuentan que un año organizaron dos comparsas (Los Vikingos y los Indios) para sacar el primero y el segundo premios. Pero salieron terceros, ya que les ganó “Las Hormiguitas Viajeras”, de barrio Gral. Bustos, porque les habían prometido el primer premio para la obra de agua en esa parte del barrio.

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“Con el premio recuperábamos algo de lo que poníamos, que era mucha guita. Claro que a muchos de nosotros nos interesaban las mujeres que ganábamos con la comparsa”, recuersa José Saracho.

Sea como sea, fueron años dorados de nuestros carnavales, con personajes como éstos, que salían cada noche a divertir y a divertirse con sus ocurrencias.  Junto con otras agrupaciones como Paravachasca, Aguará, Arabesque o la Comparsa Fantasía (30 o 40 payasos, era más una murga que una comparsa), eran los créditos locales en la “batalla” de las comparsas frente a las que llegaban desde Córdoba cada año.

Ellos dejaban horas de su vida, trabajaban duro para armar la comparsa, gastaban de sus bolsillos para que todo estuviera bien. Hoy, tres décadas más tarde, siguen teniendo su espíritu y sus ganas intactas. Hoy son “viejitos piolas” que sueñan que vuelvan los corsos para volver a divertirse.

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