Familia Murúa: la noble profesión de sacar el cuero

Desde hace más de siete décadas, el apellido Murúa es sinónimo de curtiembre y peletería. Hoy, reinventados a los nuevos tiempos, siguen siendo líderes en un rubro que fue señero en Alta Gracia.

02 de julio de 2024 juan carlos juan carlos
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Desde hace más de siete décadas, el apellido Murúa es sinónimo de curtiembre y peletería. Hoy, reinventados a los nuevos tiempos, siguen siendo líderes en un rubro que fue señero en Alta Gracia.

Conversar con el Negro Carlos Murúa siempre es un gusto. Se muestra orgulloso de su historia, y no es para menos. Con él charlamos sobre esta empresa familiar que lleva tanto tiempo en Alta Gracia. “El Nombre de la curtiembre, al principio fue “Carlos Murúa”, para luego pasar a ser “Curtiembre y Peletería Paravachasca”.

Carlos habla de la historia de su empresa con la pasión de quien hace referencia a su propia vida. Porque cita a su padre (Carlos igual que él), porque hace mención a su madre, y porque él mismo se crió entre las paredes  húmedas del viejo edificio frente al Matadero.

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“Mi viejo empezó más o menos en 1955. Yo nací un poco después. La primera fábrica la teníamos cerca, pasando el puente en un ranchito donde trabajaba en forma muy precaria, con agua fría. Curtíamos en piletas, porque eran pieles chicas. Allá debe haber estado 5 años más o menos. Fue cuando Don Cesáreo De la Torre le vendió este edificio a mi papá”.

El valor de la palabra

La historia de cómo Carlos Murúa adquirió el edificio habla de una época y de valores que hoy ya no existen: “Don Cesáreo  tenía acá un depósito. Hacían bolsos con cuerina con los sobrantes de Kaiser. Después puso La Revoltosa, que ya fue curtiembre. Le propuso a mi papá si se animaba a comprarlo. Al principio no quería porque era muy grande y valía un dinero que no tenía.´¿Cuánto te animas a pagar?´ le dijo De la Torre. Y le puso un valor de cuota mensual ínfimo, casi simbólico. ´Trato hecho´, le dijo y como al mes, Don Cesáreo le avisó: ´Prepárate tú y tu mujer porque vamos a hacer la escritura para que la fábrica sea tuya´. Mi papá no tenía ni para la transferencia para la escritura, y De la Torre se hizo cargo y a cambio solo le puso una cuota más en el trato. Le preguntó por qué había sido tan generoso y Don Cesáreo le dijo: ´Porque eres un hombre que vas a triunfar en la vida, eres muy trabajador´. Y ni siquiera firmaron los documentos. ´¡Me has dado la palabra, hombre!´, le dijo y se fue.  Y así se lo vendió, sin documentos y sin ninguna garantía… solo con el valor de la palabra dada".

“No es lo mismo decir piel que cuero. La piel es lo que tiene pelo (cabrito, vizcacha, zorro, la nutria). El cuero es con el que se hace el calzado o las camperas. Nosotros nos dedicamos siempre a la piel. Mi papá empezó con los quillangos y después lo seguí en ese rubro”.

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Lo Murúa, de entrecasa

“Vivíamos en barrio Sur, en la calle Mariano Moreno a media cuadra de Sporting al lado de la casa de Robertito Heredia. Al fondo de casa estaba el taller donde mi mamá y otras mujeres cosían las mantas. Ahí me criaron en un cajón de manzanas con un quillango, ese fue mi moisés y el de mis hermanos. Al tiempo ella dejó de trabajar para criarnos.

¿Cómo era tu viejo? “Mi viejo fue un tipo excepcional. Una persona que empezó a trabajar a los 9 años. Le preguntaron si le había gustado comer todos los días y dijo que si. Y comprendió que para lograr eso tenía que trabajar. No conoció a su padre pero siempre fue muy agradecido de su padrastro. Era de Villa Oviedo, una persona muy especial que siempre me aconsejaba  y con una visión muy clara, ojalá hoy lo tuviera con 90 y pico de años sentado al lado para preguntarle algunas cosas de esta crisis. En serio se lo extraña mucho, igual que a mi mamá que era mi confidente que cuando me caía, me levantaba.

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Eran muy bonachones, teníamos clientes que venían a comprar y elegían sábado o domingo porque sabían que mi papá lo esperaba con un asado. O venían para Navidad o Año Nuevo y pasaban las fiestas en casa.

Mamá un día me vio bajoneado, cosas de adolescente, y me dio un recorte de una revista para que le pusiera un marquito y lo colgara al lado de la cama. Lo leí y decía: no te sientas esclavo ni aún esclavo, no te sientas vencido ni aún vencido. Almafuerte. Lo tomé como una forma de vida y siempre lo tuve de ejemplo cada vez que sufrí golpes fuertes, para poder salir adelante como fuera. En los peores momentos, esas palabras, las de mi viejo y las de mi vieja me dieron fuerza para seguir peleándola y luchándola.

Ser hijo de Don Murúa me abrió muchas puertas y eso es lo que le transmito cada día a mis hijos. Me pueden decir de que era hippie, de que tenía el pelo largo… pero en la vida tengo firmes los valores familiares que me enseñaron y que transmito. 

Buenas épocas

Estuve en Buenos Aires en una curtiembre muy grande donde me enseñaron mientras trabajaba. Llevé mi cuero y ahí me enseñaron a hacer pieles finas. O sea, nutria, zorro, visón, todo eso… todo eso. La cuestión es que salió bien. Pudimos hacer unas pequeñas exportaciones dentro de lo que permitía un mercado siempre con trabas impositivas. Compramos unas máquinas nuevas. Era cuando le vendíamos a los brasileros, que son amantes del cuero. También le vendíamos a Chile.

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Llegamos a hacer hasta 50 mil cueros de vizcacha que llegaban de todo el país, por ejemplo. La fábrica llegó a tener 20 empleados en blanco. Incluso alguna vez llegamos 30, y a ellos sumale las costureras que trabajaban de afuera. Varios de ellos se jubilaron trabajando en la fábrica. Así, desfilan apellidos conocidos como Genari, Iriarte, Polanco… y siguen las firmas.

“Pero fueron otros tiempos…El día que desarmé las piletas te juro que lloré porque ahí estaban todos los años de laburo de mi viejo. Estaba mi viejo, ahí. Eso ERA mi viejo…”

¿Hasta cuándo duró la época de oro de este rubro?

No me he puesto a pensar, pero esto ya hace tiempo que no se trabaja como antes. En el medio pasaron muchas cosas, incluída una clausura sin fundamento en el gobierno de Bonfigli. Eran tiempos en que por acá había una curtiembre al lado de la otra. Estaban Maure, Mitrano, Romero con la viuda de Murillo, otra de Gigena, los chicos Pérez, Alessi que hacía badana…

Cuando asumió Walter y vio que se habían equivocado, levantaron la clausura. Y ahí seguí trabajando con pieles que por ese entonces estaban permitidas. También trabajábamos algo de cordero. Más tarde, con las lógicas restricciones a la caza, seguí trabajando con cabrito y conejo, que fue lo último que trabajé porque son animales de crianza, no silvestres.

Carlos Murúa sigue hilando la historia de su empresa familiar:

“Llegamos a hacer hasta 50 mil cueros de vizcacha que llegaban de todo el país, por ejemplo. Pero fueron otros tiempos... Llegaron a haber 20 empleados en blanco. Incluso alguna vez llegamos 30, y a ellos sumarle las costureras que trabajaban de afuera. Varios de ellos se jubilaron trabajando en la fábrica”. Acá es cuando desfilan apellidos conocidos como Genari, Iriarte, Polanco… y siguen las firmas. Muchos de ellos relacionados íntimante con el Matadero.

“El Matadero ayudó en muchas de vecinos de la zona. Los muchachos que trabajan ahí eran unos fenómenos y siempre daban una mano a la gente”.

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Pieles Paravachasca

Otro emprendimiento familiar fue Pieles Paravachasca.

“Inicialmente teníamos el negocio frente al Tajamar. Nació como Regionales Paravachasca, luego fue Regionales y Pieles Paravachasca. Hacíamos hasta sacones de vizcacha, que se vendían mucho. Luego nos trasladamos a la Galería Aion, en locales que eran de la esposa de Don Césareo (la historia se repite, ¿viste?), solo con pieles.

Pieles Paravachasca nació a principios de los ochenta. Lo atendían mi señora y mi mamá. El último tiempo nos mudamos al frente, al lado de Krakatoa. Luego se vino abajo la fábrica que apoyaba el emprendimiento y bueno… se terminó una buena época…

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Ganar, perder y reinventarse

Carlos Murúa no duda en contar las buenas y las otras.

“En la vida me tocó perder varias veces, pero tuve la fortaleza y el apoyo para levantarme”, afirma. 
Y tanto se levantó que va renovando proyectos. Porque la fábrica se reinventó en un emprendimiento de bombos y guitarras que se venden en las casas de regionales y jugueterías de todo el país. “Algunas cosas fueron invento mío, otras las vi en las redes y las adapté. Con los bombos estoy hace más de 40 años. Con las guitarras volvimos a fabricarlas.

Tenemos clientes en todo el país. Hicimos trato con jugueterías grandes, con mayoristas”. Ahora estoy con este proyecto (y nos muestra una hermosa guitarrita eléctrica fabricada a la perfección en cada detalle). La estuve ofreciendo, les ha gustado y estamos empezando a fabricarla junto a los demás modelos". 

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Los tiempos que corren no son fáciles, pero los Murúa no le aflojan a la hora de producir. Son nuevos tiempos, lo que no significa que se bajen los brazos. 

Siempre tengo nuevos proyectos, siempre cosas nuevas y la idea es que las lleve adelante mi hija, que continúe con la empresa familiar”, dice el Negro Murúa, orgulloso de saber que lo aprendido de sus padres, lo transmite a sus hijos.

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