LA GENERACIÓN DEL TONETE

Entre aquellos que ya peinan canas, el tonete fue -cuando menos- un elemento que jamás pudo ser descifrado musicalmente hablando. ¿O estamos equivocados?

Pasado y Presente 24 de agosto de 2020 juan carlos juan carlos
tonetes

En mi pasado hay puntos oscuros. Negros diría, si no quisiera ser condescendiente conmigo mismo. Pero no por ello ajenos al común denominador de aquellos que orillamos los cincuenta y tantos… largos.

Primaria del Colegio Nacional, década del ’70. Una o dos veces por semana, el horario de clases indicaba: en la tercera hora, “Música”. Luego de un turno de Matemática o de Lengua, materias como ésta deberían haber sido la panacea donde descansar la sesera y dejar de lado el estrés del estudio de las Ciencias Sociales.

Entre tanta Historia, Geografía o Ciencias Naturales, la clase de Música aparentaba convertirse en el reposo ideal. Claro, de no ser porque en ella se encerraba el misterio aún no resuelto de un instrumento musical que dejó marcada a toda una generación de pibes. Señoras y señores, con ustedes: el tonete.

Mezcla extraña de flauta dulce algo ñata y ocarina del Siglo XX, el tonete era una suerte de moderno instrumento de tortura para los oídos de quienes pasaban por la puerta del aula en aquella tercera hora de clases. Ni hablar de nuestros padres o hermanos, cuando teníamos como tarea, el practicar una canción en casa, para llevarla ensayada a la clase siguiente.

Sonaba horrible, el tonete, si me permite que le diga. No había forma de que alguien, por avezado que fuera, le sacara los dulces sonidos que la profesora (¡queridísima Señorita Ofelia!) aseguraba que podían salir de su interior. Lo peor del caso es que terminábamos creyendo que éramos nosotros los ineptos, los incapaces de hacer sonar una nota tras otra, dignas de escucharse.

Recuerdo que el mío era color azul. Por lo general, la boquilla –que siempre  indefectiblemente se llenaba de saliva- solía falsearse de tanto ponerla y sacarla para ser limpiada. Entonces, impiadosos parches de cinta adhesiva servían de seguro para que el maléfico instrumento no se desarmara en plena ejecución.

Porque hay que decir la verdad, con instrumentos como el tonete, “ejecutábamos” las partituras, las destruíamos, las hacíamos añicos...

¿Recuerda alguien lo desafinado y desagradable que sonaba “Sobre el puente de Avignon” interpretado por veinte o treinta tonetes dentro de un aula? ¡Ni qué hablar de “La Flor de la Cantuta”! Si nos escuchaba Chabuca Granda, nos hacía un juicio.

¿Quién habrá inventado el tonete? ¿Existirán todavía? ¿Seguirán torturando oídos? ¿Continuarán marcando a fuego a nuevas generaciones como lo hicieron con la mía? De los que habitábamos aquella aula, que yo recuerde, nadie nunca más se atrevió a tocar un instrumento...

 

Texto perteneciente al libro “TIEMPOS VIEJOS (pero no tanto)”, de Juan Carlos Gamero

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