DÍAS DE RADIO

Texto extractado del libro "TIEMPOS VIEJOS (pero no tanto)" que sirve para homenajear a los periodistas y locutores radiales, a través de una vivencia personal. Justo para los cien años de la radiofonía argentina.

Pasado y Presente 27 de agosto de 2021 juan carlos juan carlos
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Hubo una vez, estando yo en séptimo grado, que alguien llegó al aula con una serie de tarjetas perforadas, adaptables a las primitivas computadoras de la época. ¿El motivo? Hacer una encuesta. Teníamos que poner nuestro nombre y apellido y la profesión que tuviéramos pensado abrazar “cuando seamos grandes”.

No lo dudé ni un instante, lo recuerdo muy bien. Con letra cursiva escribí firmemente: “periodista deportivo”. Corría el año 1975. Mucha agua bajaría por el arroyo y muchas lunas se reflejarían en el Tajamar. Hoy, puedo decir orgullosamente que soy lo que siempre quise ser. Periodista deportivo, pero sobre todo, periodista. Orgullosamente periodista. Agradecidamente periodista. Apasionadamente periodista. Trabajo en lo que me gusta. Vivo de ello. No es poco en la Argentina de estos tiempos.

Pero claro, comenzar no fue tarea sencilla...

Como muchos, empecé siendo oyente de radio. Mis domingos comenzaban bien temprano, cuando en la radio a válvulas que estaba sobre el aparador de la cocina me escuchaba las transmisiones de carreras de autos. Nasif Estéfano, Eduardo Copello, Jorge Cupeiro, Carlos Pairetti, el trueno naranja, la coloradita de Bordeu forman parte de mis recuerdos de niñez seguidos con avidez con la oreja pegada al parlante de una radio a la que se le iba seguido la onda. Eran palabras amigas en mis vocablos de infancia y motivo de dibujos en mis cuadernos escolares.

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Luego, el fútbol. Seguir a Belgrano, a Boca, al fútbol nacional. Sentirme relator y comentarista a la vez jugando con botones en la gran cancha que era la mesa de la cocina. Festejando un gol o protestando una jugada. Cronicando un partido del que era a la vez reportero, árbitro, jugador e hincha. José María Muñoz, la Oral Deportiva, Víctor Brizuela, “Córdoba Deportiva. Voz, verdad y justicia en el deporte”, José Ademan Rodríguez, Rubén Torri, “Atento, Sucall”, “¿y la lonita, Tito?”, Hernán Santos Nicolini, “Sucesos Deportivos”, Jorge Roca... ¡qué ganas que tenía de ser como ellos!

En aquellos años, eran sólo voces. Dotadas de la magia que da la radio. Imbuidas en el misticismo que sólo brinda un medio tan hermoso como la radio, que permite conocer, aprender, pero también imaginar, soñar...

Cuando los 80 iban corriendo, decidí de una vez por todas que lo mío tenía que ser el periodismo. Dejé mi más o menos bien remunerado trabajo de empleado de comercio y decidí que a la vida, de ahí en más, tenía que contarla yo. Pasar de oyente a relator. De oído a boca. Del parlante al micrófono. O a la máquina de escribir. O a la computadora.

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Ya con mis estudios comenzados, decidí romperle la paciencia a Luis Luque para entrar en Radio Alta Gracia. Podré decir muchas cosas del “loco”. Pero nunca olvidaré que fue el primero que me dio un micrófono. Y eso no sería justo olvidarlo.

Por aquella época, Radio Alta Gracia no era ni siquiera Frecuencia Modulada. La escuchabas por circuito cerrado. Si en tu casa tenías el aparatito, escuchabas la radio. Había que pagar una cuota y listo. Y la ciudad, dicho sea de paso, vivía pendiente de lo que se decía o se dejaba de decir por la radio.

“Vas a formar parte del equipo de Susana Santucho en el programa de la mañana”, me dijo Luis. Se llamaba, recuerdo, “Generación 2000” y era un típico producto mañanero. Música, noticias, horóscopo, deportes, actualidad, moda y todo lo que entrara entre las 9 y las 12 y media.

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Eduardo Noelac ya hacía móvil en las calles por aquel entonces. La conducción la compartían la Negra Susana y Daniel Quinteros (hoy es una de las mejores voces de la radiofonía cordobesa). A media mañana, Marco Ortíz –el “chirola”- con sus ocho o nueve años, leía cuentos infantiles, Saturnino Mateo Gómez daba las informaciones deportivas y Luis Luque seguro que algún bocadillo metía de vez en cuando. A mí me encargaron la tarea de buscar notas por la calle. 

Creo. Estoy seguro que uno de los momentos más emocionantes de mi vida fue cuando dije mi primera palabra en un micrófono. Sentí una emoción muy particular. Explicarla sería fácil. Entenderla, solo podrían hacerlo aquellos que sienten que su vida comienza a realizarse.

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Recorrí calles polvorientas. Hice una y cien notas con mi viejo grabador Panasonic, un “bocho” que me regaló mi padre. Reportee maestros, jubilados, deportistas, laburantes, desocupados, comerciantes, funcionarios. Pregunté por el precio de las frutas y el costo del pavimento. Por el alza del dólar y el presupuesto de las obras municipales. Hice de todo. Y todo me gustaba. Aún a pesar de no ganar una moneda, sentía que estaba enriqueciéndome poco a poco en ese rubro tan valioso que es la experiencia.

Y llegó la hora de un programa propio. Conducido y producido por mí. Reuniendo en una hora y media a las instituciones que clamaban por tener la palabra en un medio. “Tribuna de la Ciudad” fue durante un año la posibilidad de hablar para los sin voz. Forma parte de mis más hermosos recuerdos en esta profesión. 

Pero bueno... volvamos a lo que era Radio Alta Gracia por entonces. A ver, hagamos memoria... Don Pedro Reyna pasaba tangos y música “viejita” mientras hilvanaba recuerdos. Miquichi Valverdi ya por entonces arrancaba a la siesta con su “Meridiano Musical”, la queridísima Cristina del Pino le regalaba una voz de lujo a la gente. Un tiempito después, Carlos Daniel Pereyra se convertía en el ídolo de las amas de casa cuando abría cada mañana su programa con música de Palito Ortega. Su hermano Mario alternaba con José Luis Valverdi a la hora de manejar la consola.

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El segmento deportivo corría por cuenta de Saturnino Mateo Gómez, Hugo Giménez y Víctor Cuello, que era el relator de los partidos. También andaba ya por ahí Jorge “Tito” Miguel. A Eduardo Noelac lo retaban seguido pero él hacía como que no le importaba y continuaba haciendo la suya.

Francisco Caligiuri hablaba de música, mucho antes de dedicarse a hablar de política. Con él, estaban Juan De Césaris y Esteban Molinari y juntos organizaron lo más importante que se vivió del rock en Alta Gracia.

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Un poquito después, María Elena Ferreyra le puso un toque inteligente y hasta intelectual a la radio con su voz y su producción. El Negro Edgar Moreno comenzaba a hacernos notar que ya entonces estaba llamado a ser un grande. Adriana Agüero hacía sus primeros palotes en la locución y Ana María trataba de encarrillar todo lo mejor posible.

Cuando llegué a Radio Alta Gracia, el estudio estaba en la planta alta. En el primer piso de Chile 154. Un tiempo después se mudo a la planta baja. Tenía un poco más de “lujo”, aunque era más pequeño el lugar. Estuve en el tránsito de ser circuito cerrado a Frecuencia Modulada. Fue un momento muy lindo. Un paso grande y así lo vivimos.

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Seguramente me estoy olvidando de muchos otros que por ese entonces hacían la radio en Alta Gracia. Pido disculpas.

Luego, otras emisoras le dieron cabida a mis sueños de periodista. Es otra historia, otro presente. Hermoso y complicado. Pero otro. En esta columna solamente quería evocar aquellos mis primeros años en la profesión, cuando ni siquiera era profesión para mí. 

Labor hecha con el corazón, realizada con el alma. Con la vocación de servir a los demás y a la vez sentirme parte de la gente. Porque de eso se trata.

Lo que más le ruego al destino es que, me vaya como me vaya a través de los años, nunca, pero nunca olvide mis inicios. Olvidarme sería jugarle sucio a la vida.

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