CUANDO LA CIUDAD SE VESTÍA DE INOLVIDABLES VIERNES PEÑEROS

¿Qué vas a hacer este viernes? Vení conmigo, que hay peña en el centro. Se pone muy lindo, hay buen ambiente y grandes cantores...

Cosas Nuestras23 de julio de 2020juan carlosjuan carlos
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La invitación cabría para cualquiera que allá por mediados de los sesenta gustara del buen folclore. Es que en nuestra ciudad, cada viernes se organizaba en pleno centro, una reunión peñera que agrupaba en un mismo micrófono a cantores, músicos y humoristas.

Peñas a sala llena. Peñas que comenzaron teniendo como escenario el mítico Rose Marie, para luego trasladarse a otro lugar incluso más grande: la Confitería La Sombrilla. Nombres éstos ligados fuertemente a los recuerdos de quienes gustaban transitar la noche altagraciense por aquellos tiempos.

Y como en todo gran emprendimiento, hubo un gran mentor. En este caso se trató de José Schaffer, que de tanto estar metido en cuanto evento cultural había en Alta Gracia, se le animó a organizar peñas.

Fueron casi dos años de fiesta peñera. Alrededor de 77 noches por las que pasaron enormes figuras del folclore, y que además le dieron lugar a agrupaciones locales que buscaban crecer. Con José charlamos del tema. Nos enteramos de cómo eran esas reuniones y nos reímos cuando compartió anécdotas imperdibles de tantas noches recorridas. Es que nuestra ciudad, por tener, en aquellos tiempos tenía casi de todo. Lo que faltaba, se disimulaba, lo que había se disfrutaba. Y la tradición peñera era una de estas cosas. Había y se disfrutaba. Y mucho. 

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Corrían los años sesenta. En el Rose Marie reinaban el Gordo Vázquez, el Gordo LozanoAntolín González se estaba despidiendo del boliche. José Schaffer les hizo llegar una idea: organizar peñas cada viernes, todos los viernes. “Era un buen lugar, bien céntrico y además muy concurrido. Era cambiarle un poco la onda, pero me gustó la idea, y se los propuse”, arranca contando José, quien fue el dueño y mentor de la idea.

“Yo era musiquero también. Cantaba y además me encantaba ir a la Peña El Alero, de Córdoba. Ahí conocí el ambiente y trabé relación y amistad con varios músicos que luego traje a Alta Gracia”, continúa.

Arrancan las peñas

Convengamos una cosa para que no haya dudas al respecto. Se le dio nombre de “peña” al evento sólo porque así se llamaban. Pero se aclaraba que ello no significaba que la guitarra iba a pasar de mesa en mesa para que la pulsara el que quisiera. “Cada noche había un número importante y otros que acompañaban, pero todos eran de muy buen nivel. Salvo en una sola oportunidad, nunca firmé un contrato. Mi relación con la mayoría, y la seriedad para hacer las cosas permitían que me diera ese lujo”, agrega Schaffer.

Y así fueron armándose las cosas, hasta que llegó el momento de dar inicio a lo promocionado. “La primera peña tuvo como número central nada menos que a Daniel Toro, que hacía poco se había separado de Los Nombradores. “Vino de onda. Daniel en su mejor momento, cuando empezaba a ser solista. No cobró una moneda y encima los dueños del Rose Marie le querían cobrar un vino que se había pedido (risas). También estuvo Roberto Del Lazo, un solista de guitarra muy talentoso. Vino un tal Luis Fernando Correa (el Pícaro Cordobés) con su humor. Y no quiero olvidarme de quienes estuvieron en la primera y quisieron estar y estuvieron en absolutamente todas las peñas: Los Carditos. El Negro Ramón y el Loro López eran número puesto cada viernes”.

Un clásico

De entrada la repercusión fue buena. Sacaron un volante para publicitar el evento, pero al tercer viernes no hacían más falta. Las peñas se habían ganado su lugar en la ciudad, y la gente reservaba cada viernes. Se hacían a sala llena (y no era nada chico el Rose Marie). Antes de arrancar, ya estaba completo.

José hace memoria y cuenta los artistas que transitaron por el escenario. Hay nombres que a uno le dan ganas de volver atrás en el tiempo, sentarse a una mesa y disfrutar escuchando. Repasemos: Los Trovadores del Norte (que luego fueron Los Trovadores). Tenían como primera guitarra a Beto Giraudo, que era de Alta Gracia y muy bueno; El Chino Chemes, correntino que hacía folclore litoraleño; un grupo de médicos oftalmólogos jujeños que encabezaba Chumacero Fernández, que se llamaba Los Pastores; Los Andariegos (“con el único grupo que firmé un contrato, porque habían ido a El Alero y le compramos una salida"); el Dúo Oviedo – Olmedo, guitarristas de la hostia; Las Voces de Paravachasca, que eran muy buenos.

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Y siguen los nombres: Las Voces del Uritorco, que luego fueron Los del Suquía; Arnaldo Torres, que era un silbador, toda una rareza que hacía dos silbidos distintos a la vez. El Silbador Jujeño, le decían. El “Ñato” Elvio Modesto Tissera; María Helena, que hacía canciones del litoral. Tres para el Folclore (Luis Amaya,
Chito Ceballos y el papá de Obi Hommer), enormes. Julia Elena Dávalos. Jaime Dávalos; Carlos Di Fulvio, el gran Ariel Ramírez; Los de Salta. Las Voces del Huayra (el grupo que antes integró Cafrune), Los de Córdoba; Alberto Sbezzi; Los Serenateros, que hacían de todo, cantaban, contaban cuentos.. Humberto Gambino (el Cara ´e goma), que hacía fonomímica. (“Siempre hacía el mismo espectáculo y alguien le dijo que cambiara el repertorio. Respondió simplemente: mirá loco, cuando el negocio anda bien, no tení que cambiar ni el mostrador”). “Un día hubo una juntada entre Epifanio Monge y su grupo, que hacían música paraguaya con arpa y guitarra junto con Los Runa. Fue una gran noche, aquella”, cuenta José mientras disfruta recordando. Como se verá enormes nombres transitaron viernes a viernes.

Encuentros en el escenario

No hace falta decir que a lo largo del tiempo, hubo cientos de anécdotas. Repasamos algunas, contadas por el propio José: “Estábamos ya en La Sombrilla y en una misma noche tuvimos a Los Carditos y Los Bombos Tehuelches. Fue espectacular, no hicimos pis de la risa toda la noche, sobre todo cuando se entraron a dar por el pico entre ellos. Fantásticos”.

Pero tal vez la mejor de las historias sea ésta: “Un día estábamos terminando la peña y apareció un tipo pidiendo tocar. Le consulté al dueño y me dijo que no, que no le diera bolilla. Entonces le dije que no… “Prestame la guitarra y toco mientras los mozos limpian la sala. Yo solamente pido que me escuchen”. Accedimos. Mientras se desarmaba la sala, el tipo se puso a tocar y a cantar, y nos maravillamos. No lo queríamos dejar ir y lo comprometimos para el viernes siguiente.

Obvio que ese día vino, tocó y cantó, fue un suceso y no lo vimos más por acá. Luego se fue a Cosquín donde se consagró. Un tiempito después Ariel Ramírez lo convocó para la Misa Criolla. El tipo era Zamba Quipildor, que terminó siendo un prócer del folclore. Un día, ya consagrado y famoso, cayó por la peña tempranito, con un rollo de afiches y dijo: “pongamos la fecha y vengo a cantar gratis, estoy devolviendo atenciones”. Además, agradecido el hombre.

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Los Runa junto a Epifanio Monge y sus músicos. Un encuentro inolvidable en el Rose Marie.

Siempre en el centro

La locución en las peñas la hacía el mismo José. El sonido era de Ecos, “dejaba el micrófono, y los equipos y los pasaba a buscar cuando terminaba todo”. Eran tiempos de un solo micrófono en el escenario. Las peñas primero fueron en el Rose Marie.

Pero hubo cambio de escenario. Lo cuenta José: “Cuando terminamos abruptamente en Rose Marie, con toda la programación comprometida, se nos complicaba conseguir inmediatamente otro espacio donde continuar. El inefable José Ferrari nos cedió provisoriamente el restaurante Casablanca. Fue así como nos acomodamos y esa noche especial actuó entre otros el humorista Elvio Modesto Tissera. A la semana siguiente ingresamos definitivamente a La Sombrilla de la mano de su propietario Carlos Hauzer y allí seguimos el ciclo”.

Durante casi dos años, los viernes de la ciudad se vistieron de peña recibiendo lo mejor del folclore nacional. Hoy, lo recordamos con nostalgia y -por qué no- con un poquito de envidia.

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