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Cecilio Luna fue, para todos, el Negro Jololo. De físico imponente que poco tenía que ver con su caracter, era imposible no quererlo. Conozcamos un poco más quién fue este personaje...
PersonajesHace 2 horasCecilio Luna fue, para todos, el Negro Jololo. De físico imponente que poco tenía que ver con su caracter, era imposible no quererlo. Conozcamos un poco más quién fue este personaje...
Armar el rompecabezas de la vida de “Jololo” Luna no es tarea fácil. Pasaron muchos años, los recuerdos se borran, las fotos se pierden y los testigos se van más allá del Crucero. Igualmente, junto a su hijo Pablo hace un tiempo logramos armar un dibujo de lo que fue un hombre bohemio, que se fajaba arriba de los cuadriláteros, pero sabía ser tierno con los suyos. Que además era músico y laburante.
Su libreta de enrolamiento nos permitiría conocer que se llamaba Cecilio Luna, a pesar que para todos, en Alta Gracia y por donde se moviera, era el “Negro Jololo”. Todo un personaje, que en el deporte trascendió en el boxeo, cuando Alta Gracia tenía festivales en los salones del Sierras Hotel y había unos cuantos que “le hacían” a los puños enguantados.
Junto a Pablo, recorrimos su vida. No solo la del deportista, sino de un hombre producto de su época que formó parte de la vida social de Alta Gracia y que fue conocido por todos.
“Mi papá era casado, separado y juntado luego con mi mamá. Del primer matrimonio tenía un hijo (el que muchos conocieron hasta hace algunos años como el Negro Jololo, que hachaba árboles). Con mi madre nos tuvo a mi hermana y a mí. Papá iba junto con el siglo, nació en 1900, el 28 de diciembre y falleció joven el 2 mayo de 1968".
No era de Alta Gracia. “Vino de Mendoza, luego de un terremoto, huérfano de padre, con 8 o 10 años, al poco tiempo falleció la madre. Lo criaron gente de acá. Vivió en varios lugares”.
“Como laburante, era un todo terreno. Le ponías un motor, lo desarmaba y lo volvía a armar. Pero donde más trabajó fue en las canteras, en las minas de cuarzo, de mica y feldespato. Yo lo acompañaba de chico, llevábamos el mate cocido a las canteras que estaban más allá del Observatorio (canteras La Camila y Cantera San Luis). Recuerdo a Don Rusconi que vivía en Libertador e Italia, tenía los camiones y fletaba piedra. Danilo Bonamici, siendo muy jovencito iba con un Chevrolet sapo y sacaba piedra de allá. El Pirulo Antonello también”.
Cecilio Luna fue un hombre de mil trabajos. Pese a su carácter bohemio, nunca le esquivó a transpirar la camiseta.
“Trabajó en muchas cosas. Una vez, iba en un avión largando panfletos para una elección. El avión se cayó y se salvó de milagro. Cayeron arriba de unos árboles, todos raspados”.
Mil trabajos y también mil anécdotas. “Fue chofer de Barón Biza. Conoció a Miriam Stefford. Contó que se fue enojado con Barón Biza porque un día, en Córdoba, le tocaba llevar de paseo a la esposa. Ella hizo que parara para bajar al perro para hacer sus necesidades. Hasta ahí, todo bien. Cuando el perro había terminado de hacer sus necesidades, le alcanzó papel para que le limpiara la cola al perro. Ahí fue cuando se rechifló, le dejó el auto en pleno centro de Córdoba y se fue. Así era él. Era pacífico pero tenía sus límites”.
Jololo era un tipo de contrastes. Capaz de ser un recio peleador arriba del ring, se distinguía por su simpatía y su cariño en su vida privada. “Tengo lindos recuerdo de mi padre”, destaca Pablo. “Tenía un carácter muy lindo. Siempre andaba contento, nunca lo conocí triste. Era muy cristiano… aunque algunos mandamientos no los cumplía, pero bueno… Después de comer había que darle gracias a Dios, rezando en la pieza. El se acostaba, y a la hora que llegara, siempre rezaba primero. Nunca decía malas palabras. Cuando yo de muchacho por ahí decía algún insulto, su reto era “No seas tan bruto, hijo”. Ese era todo su reto”.
Lo define en pocas palabras: “Era un tipo muy alegre, cariñoso, juguetón. Todas las noches, de niños, nos contaba un cuento. Era alegre, bohemio. Salidor como todo tipo que le gusta la música. Con nosotros siempre fue muy cariñoso. Vivíamos en barrio Cámara, Mi mamá se llamaba Cruz Simona Pereyra, en casa era ella quien tenía que cargar con la autoridad. Mi viejo me cascó una sola vez y sirvió para todo el viaje. La que tenía que renegar conmigo era mi vieja, en el día a día. Ella hacía el pan, cuidaba las gallinas, regaba la quinta con agua que iba a buscar el pico público…”
Y nos cuenta una anécdota imperdible: “Cuando el viejo había salido de calaverear y venía muy en falta, y llegaba tarde a la noche, pelaba el bandoneón y le daba una serenata a mi vieja. Le golpeaba la ventana y le decía “serenata, mi amor” y ahí le tocaba. Mi vieja terminaba perdonándolo y le abría la puerta”.
“Era un tipo que era feliz debajo de un árbol. Los martes y jueves, se juntaba con su conjunto a ensayar, luego de trabajar. Tocaba el bandoneón y por ahí se le animaba a cantar. Tenía una orquesta, que tuvo hasta que falleció. Con un tal Gallardo, Lucero (que tocaba clarinete) y García que tocaba el violín. Tocaban todos los fines de semana en cumpleaños de quince, casamientos, compromisos”, recuerda Pablo. “El padre de Pirulo Antonello tenía un Plymouth de esos viejos y en el portaequipajes ponían la guitarra, el bandoneón, el violín, el clarinete, ataban todo y se metían en el auto y ahí viajaba la banda. Don Huber Antonello y los muchachos desaparecían los viernes y volvían los lunes. Eso era siempre”.
Hablemos de él como boxeador. “Alguien lo vio y le dijo `vos tenés que ser boxeador`. Y así como estaba, le pusieron unos guantes y lo subieron a un ring”. “Me pegaron una paliza de aquellas. Estuve como quince días en cama tomando sopa con bombilla. Pero mientras estaba en la cama, ahí decidí que iba a ser boxeador”, dice Pablo que le relató alguna vez su padre.
Empezó a entrenar y las otras peleas ya fueron distintas. Entrenaba cerca de donde era el correo viejo (sobre la calle Prudencio Bustos pasando Belgrano). Por ahí vivía y en un cajón, perdida, hay una foto entrenando castigando a una bolsa colgada de una higuera.
Peleó acá, en Mar del Plata, en Rosario, en Villa General Belgrano, en Córdoba… "El contaba de las peleas que tuvo, que ganó algo de dinero, pero que le alcanzó para andar viajando. Era un tipo bohemio. Siempre se acordaba del Maestro Bútori, que siempre lo guiaba, a pesar de ser menor que él. Salía a entrenar por el camino a Córdoba. A veces, cuando había partido en Córdoba, se iba caminando hasta allá”, finaliza Pablo.
Arrancamos la nota con la idea de escribir la trayectoria pugilística de Cecilio Luna. Terminamos escribiendo sobre la vida de Jololo, sin dejar de tocar ninguna de sus facetas. Bohemio, andariego, músico, minero, padre cariñoso, amigo leal, boxeador rudo.
Todo eso fue Cecilio Luna a lo largo de sus 68 años de vida. Mendocino de nacimiento, altagraciense por adopción, dio que hablar en nuestra ciudad allá cuando el siglo XX promediaba.
Tal vez la mejor forma de definirlo la exprese su hijo Pablo: “Fue un excelente padre, que me permitió tener una niñez maravillosa. Me enseño lo que es la libertad. Era un tipo libre”.
Así lo recuerda Zemborain en su libro “Viejas Estampas de Alta Gracia”:
Era un hombre de físico impresionante y fuerza descomunal, con alma de niño. Reía con una risa fácil, espontánea y estentórea, mostrando una doble hilera de dientes sanos y blanquísimos en su bocaza que le ocupaba medio rostro. Alegre por naturaleza, era el músico obligado en cuanto bailongo familiar se realizaba, pues acompañado por dos guitarristas, hacía sonar su bandoneón, casi tan estrudosamente como sus risotadas o su vozarrón, pero con más armonía gusto.
Simpatiquísimo y bueno, se hacía querer por la gente. También era boxeador, y en cierta ocasión se le programó una pelea con un campeón de la marina alemana, de la tripulación del Graf Spee, que por avatares de la guerra había arribado a nuestras costas.
El alemán era grandote y muy técnico para hombre de su físico. El negro Jololo, en cambio, sólo poseía una mortífera pegada, teniendo, por lo demás, la misma soltura y flexibilidad de un paquidermo. Comenzado el combate el alemán obtenía grandes ventajas, hasta que Jololo le asestó, sobre el brazo izquierdo, uno de sus terroríficos mazazos, y allá fue a la lona su rival. Le iniciaron la cuenta, pero se levantó antes de los diez segundos, aunque con dolores que lo obligaron al abandono. Luego se comprobó que se lo había fracturado.
Tal el Negro Jololo y su fuerza hercúlea.
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El apellido Zorn vincula a Victoria directamente con Villa Oviedo. Barrio con identidad si los hay, en Alta Gracia. Y mucho de eso tiene que ver con sus orígenes laburantes que lo forjó en una barriada que a fuerza de manos callosas fue erigiéndose al sur de la ciudad.
La estación de las flores, el amor y la juventud siempre fue bien recibida en Alta Gracia.
Cecilio Luna fue, para todos, el Negro Jololo. De físico imponente que poco tenía que ver con su caracter, era imposible no quererlo. Conozcamos un poco más quién fue este personaje...