Recorrió buena parte del mundo con su música.
BALADA PARA UN LOCO NO TAN LOCO
Recordando en primera persona al querido Emilio Calvo Cavia, mucho más que un personaje.
Personajes31 de octubre de 2020juan carlosDesde hace un tiempo se lo extraña por el centro. Emilio formaba parte del paisaje urbano y se hace muy difícil encontrar a alguien que no lo conociera. Allá por los inicios de 2018, se fue. En silencio; sin que ninguno de sus amigos se enterara cómo y mucho menos, por qué... Quienes lo tratamos, quienes compartimos momentos con él, sabemos que tenía todavía mucho por vivir, mucha música por escuchar y muchas amistades por seguir cultivando.
La usanza popular estila, por lo general, llamar “loco” a todo aquel a quien no puede entender; es más fácil simplificar que intentar comprenderlos. Y así terminan convirtiéndose en personajes de esos que caminan la ciudad y a los que se los puede ver cada día todos los días por el centro. En el caso de Emilio, que de loco no tenía nada, este periodista tiene la misión de cronicar su vida y su muerte no ya desde el punto de vista del profesional, sino del amigo. Y créanme que no hay tarea más ingrata que la de anunciar la partida de alguien con quien se han compartido capítulos imborrables en la vida.
Por eso me permito hacerlo en primera persona. Emilio Calvo Cavia. Hijo de español y de española. De Luisa y de Severino, quienes siempre lo llamaron “Milito”. Habitante de la calle Arzobispo Castellanos, pero ciudadano de Alta Gracia en toda su definición.
Emilio y el rock
A Emilio siempre le gustó el rock. Con él y varios más compartimos jornadas inolvidables de recitales en Córdoba y en los viejos festivales de La Falda por los años ochenta, por solo nombrar algunos de los muchos momentos que vivimos en barra.
Ir su casa era sinónimo de escuchar buena música en aquellos viejos tocadiscos desinflados de cualquier siesta. Se fue sin dejar nadie detrás suyo. Sin siquiera avisar que iba a partir. Las circunstancias, ahora, son lo que menos importa. Se fue con su amplia risa de piano, su pelo largo, su barba crecida y sus anécdotas. Para muchos, partió un personaje de la ciudad (porque la verdad que lo fue, y de los mejores), para este periodista, se fue un amigo.
A la hora de los recitales de rock, Emilio decía siempre presente.
Amigo y conversador
Para quienes no lo trataron, tal vez Emilio fue solo un personaje de ciudad. Sin embargo, fue mucho más que eso. Buen tipo, conversador, conocedor de la buena música y amigo de compartir momentos con sus personas más cercanas.
Detrás de sus casi 60 años de vida (porque Emilio no parecía, pero era de esos tipos que nunca envejecen) quedaron mil anécdotas, cientos de historias y de momentos, la mayoría risueños, irrepetibles. Elegimos recordar su vida, ahora que la muerte se la quitó. Esto es más complicado, aunque no tanto para los que han pasado los cincuenta años.
Junto a Héctor Salzgeber, uno de sus grandes amigos.
“Lata, madera y ruido” de un sueño de pibes,
a los escenarios de la ciudad
“Lata, Madera y Ruido”, allá por los setenta, marcó una época.
Pero.. ¿Qué fue Lata, Madera y Ruido? Lo cuenta Héctor Salzgeber, amigo de toda la vida de Emilio, y uno de los integrantes del conjunto musical. Primera pista resuelta: fue un grupo “musical”.
Pero lo cuenta Héctor: “Nació jugando, nos gustaba la música, vivíamos escuchando discos en su casa y se le ocurrió la idea a él y a la madre (Luisa Cavia) y con Jorge Biolatto y Néstor Rivara empezamos la idea, pero jugando. Con el tiempo nos animamos y nos presentamos en los Maxicorsos. Ganamos los dos años (1974 y 1975) el primer premio en la categoría novedades o algo asi”.
Pero “Lata, Madera y Ruido” tocaba y no tocaba... “Nooo, solo hacíamos mímica (risas); habíamos hecho los instrumentos nosotros mismos y nos ayudaban los viejos. Los tarros que yo tocaba eran de helados del Petit Colón, el padre de Biolatto tenía carpintería, y las guitarras las hacíamos, las pintábamos y decorábamos nosotros. Las primeras guitarras eran de terciado con luces y con una pila... injertos de pibes...”
Lata Madera y Ruido en el escenario, en plena actuación.
Aunque en estos tiempos se difícil de creer, esta locura de banda llegó a “tocar” en unos cuantos lados. “Hueco que había, nos metían, la gente enloquecía con nosotros, que subíamos al escenario con pelucas que hacíamos con lana de Tadar, y mucha onda”, agrega Héctor. Total que los muchachos subieron al escenario con la Mona en Colón, estuvieron en los quinchos estudiantiles, en Mao Mao, los invitó Lalo a tocar la noche de León Gieco en Kraka, y hasta fueron invitados a un programa de la vieja LV2: “Nos invitaron y como la radio era con público, cargamos todos los catafalcos en el SATAG y nos fuimos. ¡Alta Gracia entera estuvo escuchando! Nos hacían el aguante a full. Aunque no lo crean, ese día en la radio hasta firmamos autógrafos”.
Anécdotas de aquellos tiempos, cuando los integrantes de la banda eran pibes de 13 o 14 años, hay millones.
“Nos había apadrinado un grupo reconocido en la época de Córdoba capital llamados “Los Vampiros”, y por eso Emilio solía tener un vampiro cromado en su ropa”.
Es que Emilio era el líder de la banda, por así decirlo, y no se exagera: “El era el capo del conjunto, sin duda. A la hora de guardar los diplomas y los premios de los corsos, todo pasaba por él. También los premios en efectivo, que era plata que usábamos para la indumentaria o para pagar los viajes que hacíamos. El la administraba”.
El “Cabezón” Néstor Rivara, otro de los integrantes de Lata, Madera y Ruido, certifica esto: “Emilio era quien mandaba, incluso hasta nos retaba si no íbamos a ensayar como se había previsto. Era todo un personaje, pero un personaje querible, muy querible”.
El grupo al poco tiempo, se disolvió. “Fuimos creciendo, y ya nos empezó a dar un poco de vergüenza, dejamos de ser pibes, y para la gente perdía la gracia de la inocencia inicial”, relata Héctor. “Hoy todo eso forma parte los recuerdos más hermosos de mi vida”.
Recorrió buena parte del mundo con su música.
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