¿TE ACORDÁS DE PIZZERÍA MIGUELITO?

Para cualquier altagraciense que se precie de tal, hablar de Pizzería Miguelito es hacer referencia a un lugar donde una simple pizza era motivo de elogio.

Comercios con historia 12 de octubre de 2022 juan carlos juan carlos
PIZZERIA MIGUELITO

Para cualquier altagraciense que se precie de tal, hablar de Pizzería Miguelito es hacer referencia a un lugar único, donde una simple pizza era motivo de elogio. Te contamos los secretos detrás de la mejor pizza que -aseguran- se comió en la ciudad...

¿Te acordás de Pizzería Miguelito? Si tenés más de cuarenta, seguro que sí. Si sos aún mayor, no nos cabe duda.
Pero detrás de este verdadero ícono gastronómico de Alta Gracia hay una historia digna de conocerse.

¿Quién fue Miguelito?

Lo primero que hay que decir, es que Miguelito no se llamaba Miguelito, sino que se llamaba Atilio. Pero vamos por partes...
“Mi papá nació en la Pampa de Achala. Siendo muy chico contrajo poliomielitis. Estaba a la deriva y Doña Amalia Manzanelli se hizo cargo de él. Tenía cuatro años cuando se enfermó y fue contenido por ella. A los 18 años, cuando tuvo que hacer el servicio militar, no encontraron ningún papel que acreditara su identidad. Fue cuando, en agradecimiento a quien lo había cuidado y contenido durante su enfermedad”, cuenta Mercedes una de las hijas de Miguelito. 
Así, aquella mujer que tanto amor le había dado de niño tuvo su merecido premio, ya que ella no podía tener hijos.

Nace la mítica pizzería

Amalia, o mejor dicho “Doña Amalia” como todos la conocieron siempre, había sido moza en Casablanca.Le gustaba el tema culinario y sabía cocinar muy bien. Por eso no extrañó que poco más tarde pusiera su propio negocio. 
“En realidad mi papá nunca se llamó Miguelito, se llamaba Atilio. Mi abuela puso el negocio junto a un socio, y el nombre de la pizzería fue por el hijo del socio, no por mi papá”, cuenta Mercedes. 
Poco importa eso a esta altura de la historia. Para la gente de Alta Gracia, aquel hombre que en sus piernas llevaba el recuerdo de la poli, siempre fue y será “Miguelito”.
El primer lugar donde se instaló “Miguelito” fue en la avenida Belgrano, frente a lo que hoy es el Supermercado Becerra. En aquella época, estaba al lado de las oficinas de Entel, un poco más abajo de Pássera. Al frente estaba el Hotel Italia. 
Más tarde, en 1977, se mudó a la calle España, frente a la Policía.
Doña Amalia era el alma de aquella pizzería. Pero no solo eran pizzas por la noche. Al mediodía había comidas. Un menú diario y distintas minutas. Un dato del menú: había un plato principal, pero siempre, siempre, había sopa. De postre, flan casero, budín de pan… todo era bien casero.
“Todo lo hacía ella. Incluso las pastas, que comenzaba a hacerlas bien tempranito. La masa, el relleno, todo lo hacía mi abuela”. Allí trabajaba ella, mi papá y distintos chicos que ella recogía para que no estuvieran en la calle y de paso se ganaran unos pesitos”.

Miguelito, de entrecasa

Su esposa fue Marta Inés Moreno. Era oriunda de José de la Quintana. Esta historia también merece ser contada.
“Resulta que mi abuela materna y mi abuela paterna eran hermanas. Entonces mi papá y mi mamá se conocían desde niños. Y como él era adoptado, no había problemas, porque no eran familia de sangre”.
Miguelito (mejor dicho, Atilio) y Marta se amaron mucho. Tanto que tuvieron nada menos que ¡14 hijos!. Mercedes, nuestra interlocutora para contar esta historia, fue la segunda de la larga lista de hermanos. Eran unos cuantos, y de ellos junto a Mercedes en el negocio trabajaron sus dos hermanas (Silvia y 
Corina). “De chica, nuestra felicidad era que pudiéramos ir a ayudar a mi abuela al negocio. Empecé a trabajar con ella a los 11 años. Iba a la escuela José María Paz y cuando salía, me iba corriendo al comedor para estar con mi abuela y mi papá”, recuerda.
Pero... ¿cómo era Miguelito puertas adentro de su familia?
“Mi viejo era de la vieja escuela, era muy estricto. Siempre lo tratamos de usted, igual que a mi abuela. Era muy estricto, pero nunca nos faltó nada. 
Además, era muy dado a darle una mano a quien lo necesitara. Era buenazo, a veces de más. La gente lo recuerda como una persona muy educada y amable, y así era y así nos enseñó que teníamos que ser con los demás”.

MIGUELITO 2 (1)

Los secretos de Miguelito

Esta pizzería marcó una época en Alta Gracia, y no fue producto de la casualidad. En tiempos en que había muchos lugares similares, supo hacer historia y cuando estosucede, siempre hay un por qué, un motivo, un “secreto”.
“Muchas veces me han dicho que en Alta Gracia no se han comido pizzas iguales desde que cerró Miguelito. ¿Había un secreto? No sé… tal vez el gran secreto fue hacer las cosas con pasión, y cuidar que todo lo que se vendía era siempre casero, elaborado por ella”, cuenta Mercedes, aunque por dentro siente que el secreto se lo llevó Doña Amalia al fallecer a sus 99 pirulos.
“Yo algo aprendí, y cada vez que viene a visitarme alguno de mis hermanos, me piden que les haga pizza para comer”, agrega.
Pero, como suele ser en estas cosas, la calidad del producto nace de la calidad de sus componentes.
“Además de lo artesanal y casero, se compraba lo mejor para elaborar la comida. Mi abuela toda la vida le compró la verdura a Don Perea, que estaba al lado de la policía. El venía del mercado y le bajaba la mercadería a ella antes de llevarlas a su negocio. Era todo un personaje muy querible ese español”.

¿Qué pizza pedimos?

Al momento de la carta, no había mucha vuelta a la hora de las pizzas. Había básicamente tres variedades para elección de los comensales.
A saber: la de muzzarella, la especial con morrones y anchoas, y la de jamón, muzzarella, morrón y anchoa. Y también las empanadas, que también eran muy ricas dicho sea de paso.
Hubo clientes de paso, claro. Pero también los hubo aquellos que eran consuetudinarios, que se hacían presente casi todos los días.
“Al mediodía, la clientela se conformaba con los empleados del Banco Provincia, con la policía, y con gente que trabajaba o tenía comercios en la zona del centro. Por supuesto, había clientes de esos que iban todos los días, y también se dio el caso de una pareja que vino de vacaciones a Alta Gracia, comió en la pizzería y cada vez que visitaban la ciudad, volvían”.
Se hace odioso recordar nombres, por temor a olvidarse de muchos. Pero allá vamos, Mercedes. “Quienes sabían ir siempre, todos los domingos era la familia Brandalise. Eran infaltables. También los Najle eran clientes asiduos de la pizzería. Esto por nombrar solo a algunos”, cuenta.

MIGUELITO 1

Un local sencillo y cálido

Pizzería Miguelito, cuando estuvo ubicado frente a la comisaría, en calle España lejos estaba de ser un lugar lujoso. Limpio, ordenado, pero simple. Muy simple.
Y con un calor humano enorme, que lo hacía acogedor y diferente para todos los comensales.
¿Qué recordás del lugar?, le preguntamos a Mercedes...
“El local tenía una vidriera grande, con cortinas de color claro. Las paredes estaban pintadas de tonos claros, y en el medio del salón había dos columnas porque el edificio tenía planta alta. El cartel de Pizzería Miguelito estaba pintado en el vidrio del frente. Lo pintó y lo dibujó el propio Audino Vagni, con quien mi papá era muy amigo”.

La pizzería cerró víctima de la hiperinflación en las postrimerías del gobierno de Raúl Alfonsín. Casi 30 años se fueron con la crisis económica del país. Tres décadas que por su salón y sus mesas pasó la historia misma de la ciudad.

MAMA MIGUELITO

Historias en bandeja

Por si alguien no se acuerda, y para aquellos que no lo conocieron, Miguel, como consecuencia de la polio, tenía una pierna 5 centímetros más corta que la otra, y no usaba zapatos ortopédicos. 
Pero era un maestro para llevar la bandeja como con cinco platos y bebida, sin que nunca se le cayera nada. “Nadie se explicaba cómo hacía para manejar así la bandeja, pero la verdad es que era un verdadero arte lo suyo”, relata Mercedes, sonriendo al recordarlo.

Miguelito (Atilio) Manzanelli falleció en 2004, luego que unos años antes le detectaran cáncer. Y su madre, Doña Amalia falleció a los 99 años, hace cinco años. Hasta el último de sus días, con una lucidez envidiable. Con ellos se fue un ícono gastronómico local. Tanto que de solo hablar de él, ya nos dio apetito.

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