DON MAURO, UN HOMBRE LIBRE

Fue uno de esos personajes que trascendieron una disciplina. Atleta, pero también pintor y fotógrafo. Un deportista de alma que hizo de su pasión un estilo de vida, y de su vida, una pasión.

Cosas Nuestras01 de agosto de 2023juan carlosjuan carlos
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Fue uno de esos personajes que trascendieron una disciplina. Atleta, pero también pintor y fotógrafo. Un deportista de alma que hizo de su pasión un estilo de vida, y de su vida, una pasión.

Hablar de Don Mauro Hernández encasillándolo en su actividad deportiva sería trazar una visión parcial de lo que fue su vida. Fue mucho más que eso.

Si bien es difícil imaginárselo sin sus zapatillas y su ropa de correr, la realidad es que este español de nacimiento (castellano de Valladolid) supo ganarse su lugar en el mundo a fuerza de humildad, convicción y buenos oficios.

Porque las cosas nunca le fueron fáciles, pero las afrontó siempre con paciencia, con calma y –sobre todo- con la sencillez que tiene la buena gente a la hora de abrirse paso en la vida.

“El nunca quiso tener jefe en su trabajo, y logró vivir toda su vida siendo su propio patrón. Con él hicimos todo lo que nos propusimos y fuimos felices hasta el último día”, nos cuenta Coca, su compañera de toda la vida al recordarlo.

Así era Don Mauro. Acá en Alta Gracia lo conocimos ya de grande, en su faceta de atleta veterano de grandes luchas y como un artista del pincel. Pero su historia de vida más allá del deporte, merece ser contada.

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Hablemos de Don Mauro

Y quiénes mejor que “las chicas Hernández” para ello. En el comedor de su casa, con paredes coloridas por cuadros y ambiente bohemio, Coca, Ana María y Ally, compartieron memorias, historias y ocurrencias de Don Mauro. Tres generaciones hablando de quien fue, sin dudas, el héroe de sus vidas. Así esposa, hija y nieta de Mauro fueron pintando su vida.

“Mauro empezó a hacer deporte a los 17 años en Rosario. En el Club Provincial y en Gimnasia y Esgrima. Uno tenía buenos aparatos y el otro, buena pista. También hacía ciclismo. Todo como un hobbie”, cuenta Coca desde el orgullo de haberlo acompañado en todo, siempre.

Mauro tenía, junto a un socio, una casa de fotografía. Allí se conocieron, se enamoraron y al poco tiempo, se casaron para estar juntos toda la vida. “Yo tenía 20 años y él 22. De Rosario vinimos a Alta Gracia; primero de paseo y como nos gustó el lugar, nos quedamos a vivir”, sigue narrando Coca.

Pero Mauro y Coca eran inquietos. Estar en un solo lugar no los convencía y siempre buscaban otros horizontes. Al tiempo se mudaron a Montevideo, donde siguieron con el negocio de la fotografía, a la par de su costumbre de hacer deporte. Su próximo norte estaría, precisamente en el norte.

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Su vida en Estados Unidos

California, y más precisamente Santa Mónica fue su lugar en el mundo durante casi veinte años. Allí se desarrolló y maduró como artista y como atleta. Su arte le permitió vivir y su pasión por el deporte lo llevó a tener una importantísima carrera en el atletismo.

Se asoció al Club de Atletas Veteranos, lo que le permitió hacer deporte en forma asidua y participar tanto en Estados Unidos como en otras partes del mundo. Así, compitió en campeonatos mundiales en Estados Unidos, Suecia y Canadá. 

A los 52 años obtuvo, para los 100 metros, una marca que tardaron siete años en superarla. Don Mauro corría también, y dejaba su sello en los 1.500 y los 5.000 metros.

En California Mauro y Coca empezaron a vivir exclusivamente del arte, nunca tuvieron jefe, hicieron lo que les gustaba y vivieron de ello. “A él le gustaba Santa Monica. Decía que era Córdoba pero con mar”, dice orgullosamente Ally, su nieta.

En Estados Unidos vivieron casi dos décadas: “cada 2 o 3 años nos dábamos una vueltita por Argentina para ver a los parientes”, acota Coca.

Pero Mauro era demasiado inquieto como para quedarse allí. Así fue como en una improvisada caravana de tres Camper (casas rodantes) partieron rumbo a nuestro país junto a dos parejas más. Fueron más de tres meses transitando las rutas de América rumbo a Argentina. Una travesía increíble para entonces y para cualquier tiempo.

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Volver a Alta Gracia

“Al volver de Estados Unidos, nos instalamos acá en forma definitiva. Ya no hubo negocio, él pintaba y enviaba sus cuadros a los vendedores en California. Con eso nos alcanzaba para vivir. Fue la última etapa de una vida vivida a pleno”, dice Coca, su compañera. 

Aquí pudo explotar a pleno sus pasiones: el arte y el deporte. Pintó, dibujó, enseñó, corrió, nadó, anduvo en bicicleta y se dio tiempo para ser generoso con sus conocimientos; para brindar a los demás todo lo que él sabía y podía serles útil, sobre todo a los más chicos, a los pibes.

“Estuvo mucho tiempo con el Chungui Caviglia. Hicieron muchas cosas juntos, armaron grupos de chicos para correr, organizaron maratones, triatlones, planificaron el García Lorca, llevaron el deporte a los barrios, siempre pensando en los demás; así era Mauro”, recuerda Ana María, su hija.

Por esos días, la casa de Don Mauro se llenaba de chicos que venían a que les arreglaran las bicicletas, o para acompañarlo a correr; o simplemente a charlar o a escucharlo. Junto a él comenzaron a hacer deporte Pepe Margaría, la “Mona” Lucero, Alejandro Martín, Gallardo, Mauri Testoni, Iván Avila, por nombrar solo a algunos de los pibes que estaban a su lado. 

“En el primer triatlón que corrió Ivan Avila, como no sabía nadar, corrió con flotadores en los brazos. Mi abuelo, que estaba compitiendo, se quedó en el agua a su lado hasta que Iván llegó a la costa. Recién entonces fue cuando él aceleró y pasó a todos, pero en el agua, lo fue apadrinando, cuidando.” (Ally)

Mauro Hernández fue un hombre sencillo, correcto, de pocas palabras y muchas convicciones, tal vez poco expresivo, pero todo corazón. Que no predicaba la compasión, sino que la practicaba cada día. Que amaba lo que hacía. “Trataba por igual a un diplomático y al verdulero de la esquina. En casa era muy callado. Oíamos muy pocos “te quiero” pero vivía por nosotras. Ayudaba siempre a los chicos humildes, hacía lo imposible para que hicieran deporte como forma de protegerse en la vida”, agrega Ana María.

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“Unos tiempito después que Mauro falleciera, llegó hasta casa un muchacho que vivía en Villa Oviedo. Fue a dar sus condolencias y dijo “vengo a decirle gracias, porque Don Mauro me enseñó un oficio. El iba todos los miércoles al barrio a enseñarnos a los chicos a emparchar las gomas, a arreglar las cadenas, para que no termináramos en una esquina drogándonos o robando. Vengo a decirle que gracias a él, hoy tengo el oficio de bicicletero.” (Coca)

El deporte fue una filosofía de vida para él. Corrió hasta que no pudo más. Casi hasta último momento y aún a contramano de su salud. Hizo siempre lo que quiso, cuando quiso y contó siempre con el apoyo incondicional de su compañera de vida. Así fue sembrando amigos en cada lugar que estuvo y logró como mayor patrimonio el saberse rico en bondad, en enseñanza, en ejemplo.

Don Mauro admiraba a Confucio, leía a Galeano; a Huxley y a Ingenieros. Vivió como lo sintió, fue por la vida libre como un pájaro libre y nos dejó un legado tan importante como hermoso.

Tras los ventanales del comedor familiar se adivina que se ha hecho de noche. La charla nos llevó por todos los rincones de la vida de una persona muy especial que aprendimos a conocer junto a las mujeres de su vida. Ya era tarde, nos fuimos convencidos que habrá muchos a quienes les interese recordar a Don Mauro.

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