
La “Técnica”: los patitos feos que supieron cómo hacerse cisnes
Ellas se hicieron fuertes en base a la amistad y a querer abrirse paso en la vida, quizás sin saber que estaban escribiendo historia.
Un recuerdo personal de este periodista, pero que forma parte de la memoria popular de barrio Gallego. El Almacén "Los Hermanitos". El del gallego y de Doña Mary.
Cosas Nuestras18 de febrero de 2025Quien escribe estas líneas tiene un profundo amor por su barrio, la patria chica de barrio Gallego. Un rincón de la ciudad que nació al calor de sangre inmigrante española. Amor y respeto por su historia. Y en esa historia, un capítulo familiar que también figura en el mapa de los recuerdos de aquel popular sector de la ciudad.
Cuando era pibe, mis padres tenían comercio allá en la primera cuadra de la Mansilla, a metros de donde la calle desemboca su caudal de aguas de lluvia en el río que es la Lucas V. Córdoba cada vez que hay tormenta.
El almacén de mis viejos era un salón grande, enorme. Construido para ser utilizado de negocio. Con el tiempo fue demasiado grande, pero en su momento, cada rincón, cada estante de madera tenía algo digno de ser ofrecido a los clientes.
El negocio nació como "mercería y juguetería", pero con el tiempo, el almacén le fue ganando espacio a las cintas de raso, y los autitos de plástico fueron cediendo estantería a los fideos y los paquetes de yerba. Esteban y María, mis padres fueron acomodándose a las circunstancias.
En "Los Hermanitos", que así se llamaba el negocio en homenaje a mi hermano y a mí, sonaba todas las mañanas la voz potente y querible de Norma Landi. Como en cada comercio, como en cada casa, como en cada taller, era una sana costumbre escuchar "Ventana al Hogar". Quien no escuchaba a Norma Landi no se enteraba de lo que sucedía en el mundo cotidiano. Así de simple, y reite de la audiencia que luego tuvo Mario Pereyra.
Eran épocas en las que el fiambre aún se cortaba con una enorme y pesada máquina manual, que no tardaría en ser reemplazada por la eléctrica. La galletitas venían en enormes latas de no recuerdo cuántos kilos, para ser vendidas por peso y las clientas que iban al negocio fabricaban artesanalmente sus bolsas para compras con los sachets de leche (relativamente nuevos, reemplazando a las botellas de pico ancho sin cuello), cortándolos y tejiéndolos vaya uno a saber cómo.
El frente del negocio tenía dos ventanales enormes a modo de vidrieras y una doble puerta central. En el almacén de Don Esteban Gamero conseguías de todo.
Eran épocas en las que los supermercados quedaban demasiado lejos del barrio y siempre era más conveniente comprar "a la vuelta". Y si no había dinero, existía la libreta. A veces ni eso, porque la confianza existía y la palabra solía cotizar en oro.
El azúcar, mis viejos la compraban por bolsas de 50 kilos, y la iban vendiendo suelta. O entre todos ayudábamos a embolsarla en paquetes de 1 kilo para ganar tiempo a la hora de atender. Las bolsas de papel de varias capas, ya vacías, nos servían a mi hermano y a mí para improvisar carpas en la trastienda, para jugar o para hacer un sueñito entre el juego y la cena.
Una o dos veces por semana, con mi papá íbamos a Córdoba a comprar mercadería. En un viejo Auto Unión rural desandábamos la ruta rumbo a Garrido Rosales y a Tarquino, que estaban cerca del Mercado Norte y eran grandes mayoristas de alimentos y de embutidos. Había que arrancar bien tempranito el día, casi al amanecer. Para llegar antes que otros y poder volver más o menos temprano a casa. De paso, tratar de esquivar las largas caravanas de autos y colectivos de obreros que iban a trabajar a la Kaiser (¡dorados tiempos, aquellos de la Córdoba industrial!).
Claro que el madrugón tenía su premio: con el auto ya cargado de mercadería y las compras ya realizadas, nos íbamos a desayunar un riquísimo chocolate con churros a La Valenciana, también ahí nomás, a la vuelta del Mercado Norte.
Por aquellos tiempos, en el negocio era religión leer todos los días "Los Principios". Don Aguirre se llamaba el diariero (no era canillita, era diariero) que lo llevaba bien tempranito. Por supuesto, todos los martes la Billiken y de vez en cuando la Goles. Siempre fui más hincha de la Goles que de El Gráfico.
A mi viejo y a mí nos gustaba leer las Locuras de Isidoro y entonces... bienvenida sea también esa revista. Je.
Con el tiempo, "Los Hermanitos" fue acomodándose a una realidad más urgida de respuestas e incorporó verdulería. Ya por ese entonces, la juguetería era historia y de la mercería poco quedaba.
El mapa comercial del barrio y la ciudad había cambiado. El bolsillo del cliente ya no era el mismo. El país era diferente y poco a poco, el almacén (éste, casi todos los almacenes de barrio) fueron desapareciendo o quedándose en pequeñas despensas que apenas subsisten ante los monstruos de las ventas.
"Los Hermanitos" cerró sus puertas un par de días después que mi viejo se jubiló. Decidió que ya había trabajado suficiente. Y la verdad, que razón no le faltaba. Mis padres dejaron buena parte de su vida detrás de ese mostrador. Gracias a su trabajo, a su esfuerzo, pudimos vivir, estudiar y aprender que la cultura del trabajo es el único camino viable.
Allá por la primera cuadra de la calle Mansilla, estoy seguro que los vecinos más viejos del barrio de vez en cuando sienten la tentación de ir a comprar un cuarto de galletitas "de esas de animalitos, que vienen con huevitos", a lo del Gallego y Doña Mary.
Ellas se hicieron fuertes en base a la amistad y a querer abrirse paso en la vida, quizás sin saber que estaban escribiendo historia.
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Un recuerdo personal de este periodista, pero que forma parte de la memoria popular de barrio Gallego. El Almacén "Los Hermanitos". El del gallego y de Doña Mary.
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