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Américo Moreschi, su vida y sus sentimientos durante casi nueve décadas.
Hace unos días me encontré casi de casualidad con un amigo de otros tiempos (y de siempre, porque los amigos son de siempre) y me dijo: “escribite algo de los asaltos”.
Cosas Nuestras 13 de abril de 2024Hace unos días me encontré casi de casualidad con un amigo de otros tiempos (y de siempre, porque los amigos son de siempre) y me dijo: “escribite algo de los asaltos”.
Pedro (él fue quien me lo pidió) se refería a aquellas tardes cuando realmente tomábamos por asalto la casa de alguien y organizábamos una fiesta.
Las chicas la comida, los chicos la bebida. No hacía falta decirlo porque ya se sabía que era así, era una ley no escrita pero conocida por todos. Y allí íbamos. Con los viejos long plays bajo el brazo para colaborar con el dueño de casa, por si no había música suficiente. Con la pasta frola y las Cocas para matar la sed y el apetito que te daba bailar.
No eran muchas las madres que daban permiso, dicho sea de paso. Luego había que limpiar y ordenar y ahí nadie se anotaba.
En los asaltos pasaba de todo. Había chicas que nos gustaban. Y estoy seguro que lo sabían, porque se hacían las indiferentes. Otras, no oponían (por suerte) la más mínima resistencia. Pero nada pasaba de un besito, un abrazo o un ratito de mimos. Afuera, lejos de la casa, porque ahí estaba vigilado por los padres.
Primero, todo muy movido. Música con buen ritmo, como para empezar a ponerse a tono. Después, el turno para los “lentos”. Ahí, algunos y algunas arrugaban. Otros, empezaban a conocer el lado más lindo de los asaltos.
Pero no todo pasaba por bailar y escuchar música, en estas fiestas. ¿Quién de los que hoy llegamos o pasamos los sesenta no ha jugado alguna vez a “la botella”?
¿Qué cómo era? Vamos... no te hagás el zonzo... pero si es necesario, te lo explico.
Sentados en ronda, se ponía en el centro del círculo una botella cuyo contenido previamente habíamos liquidado. Se la hacía girar y aquel o aquella a quien quedaba apuntando su pico, tenía que levantarse y darle un beso a la chica o al chico que quisiera. Cada beso era una velada declaración de amor. O al menos, de cariño.
Era un juego inocente, como éramos en aquella época. Hasta tonto podría sonar hoy en día, pero hermoso y por entonces disfrutado al máximo. Ya llegaría el tiempo de crecer y de hacernos maduros y más duros.
Estábamos transitando los últimos meses de nuestra primaria y todo comenzaba a verse con otros ojos, con una mirada diferente.
Recuerdo algunos asaltos en mi casa. Otros, en lo de Mariano Sánchez. O en lo del Negro Florencio Ruggeri. Solían ser los sábados, a la tarde, para no terminar a horas desmedidas. Estoy dispuesto a mandar al frente a varios de los que concurríamos. A ver... Ricky Papp (sus cumpleaños en la casa de Villa Montenegro eran impagables) , Claudia Martínez, Analía Torralba, el Juanca Montamat, Silvita Anzótegui, Gerardo Moreschi, Anita Burghini, Javier Campos, Rubén Lorente, Marcela y Sandra Escalada, Pedro Do, Sofía Duer...
Bueno, basta de nombrar. Por empezar, a varios les he destapado las cartas de su edad. Pero creo que valía la pena el recuerdo.
Para ilustrar algo del espíritu que se vivía en aquellos tiempos, bien vale compartir este tema de Los Enanitos Verdes: "Aun sigo cantando"...
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