DON ROSARIO LÓPEZ, UN PERSONAJE URBANO ETERNO

Conocerlo, saber sobre él, y hacerlo conocer a las nuevas generaciones era un desafío que queríamos enfrentar. Por eso hoy rescatamos de la memoria a Don Rosario López.

Personajes 03 de agosto de 2021 juan carlos juan carlos
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Conocerlo, saber sobre él, y hacerlo conocer a las nuevas generaciones era un desafío que queríamos enfrentar. Por eso hoy rescatamos de la memoria a Don Rosario López.

A los fines de conocer más sobre Rosario López charlamos con Isabelita, su nieta con quien tuvo un lazo muy especial. “Para mí, mi abuelo fue un referente. Estuvo presente siempre en mi vida de chica. Siempre me quiso mucho. Yo era “la” nietita. Me decía “Ojitos de cielo”. Como mi mamá me cuidaba tanto al ser la única hija mujer y los varones no jugaban con las nenas, mi abuelo me pasaba a buscar y me llevaba a pasear a a la estación de tren y me contaba historias, anécdotas”. Es que el tren fue parte importante de su vida. Fue quien tuvo el primer taxi. El que dejó cuando le ganó la tristeza por la muerte de su única hija mujer.

¿Cómo era Don Rosario?
“Era un ser muy especial. Lo que viví y escuché de él me sirve incluso en estos tiempos. Fueron cosas que quedan grabadas. Por ejemplo: me acuerdo que en el predio del ferrocarril había un árbol muy grande, que él le llamaba “el árbol de la vida”. Era inmenso, añoso. No quería que lo sacaran. Me dijo: “el día que lo saquen, no van a haber más trenes”. Y fue tal cual, así ocurrió”, dice Isabelita.

Rosario tenía raíces aborígenes. Cuando se hacían las Colectividades en el Tajamar y había mal tiempo, decía que eran sus ancestros que se enojaban porque estaban usurpando su lugar, donde había muchos sepultados.
“Tuvo que irse de su tribu por la zona de Capilla del Monte cuando se enamoró de una criolla y no se lo permitían. Así fue que vino a Alta Gracia y empezó su vida por acá. Ella era de apellido Contreras. “No alcancé a
conocerla. Sé que era bien morocha”.

Hombre de su casa
Nunca salía a ningún lado, salvo a la estación de tren. Usaba pelo largo, que se lo trenzaba y luego se lo acomodaba en la cabeza, y se ponía un sombrero. En la camiseta, siempre usaba una cinta negra en señal de luto por la muerte de su esposa. Lo usó siempre. Isabel recuerda: “Cuando iba a comer a casa, entonces se ponía bombachas de gaucho. Si no, andaba siempre con el chiripá de bolsa, blanco y siempre con la camiseta malla. Una imagen clásica era verlo sentado en el banco de piedra que tenía en la vereda, o apoyado en la ventana, diciéndole algo a la gente, hablando con todos. Era un hombre muy gentil, muy afable. La casa estaba
en calle Agustín Aguirre, a poco de llegar a Méjico. Tenía un pasillo largo. “Los fondos daban a los de mi casa materna que estaba a la vuelta, al lado del negocio original de Mascó”.

Rosario, en el fondo de su casa, tenía una batea de cemento llena de agua. Allí, no importaba si fuera invierno o verano, se bañaba al alba. Muchas veces debiendo romper la escarcha para sumergirse. ¡Le salía vapor del cuerpo con el frío que hacía! Así comenzaba sus días. Y tan mal no le debe haber hecho, ya que vivió hasta los 91 años... 

DON ROSARIO LOPEZ

Conocido y reconocido
Fue muy querido en el barrio. Los Liendo, los Ternasky, los Mateo, por supuesto los Suaid, eran vecinos por aquellos tiempos… A Don Rosario López lo pintaron artistas de nuestra ciudad. Loris Suaid y Leo Rugani supieron retratarlo en sus lienzos. Cuando la gente pasaba lo veía en la reja de su ventanita o en el banco de la vereda, y charlaba con ellos siempre. Siempre fue una persona muy querida.

Rosario y la famlia
“Me crié con él porque de la familia fui la única que salí con pelo rubio y ojos claros. Decía que era la nieta distinta. “yo sé que vos sos bien López. Y te voy a poner un nombre indio que es Ojitos de cielo”. Yo era la
nieta mujer, con cabello bien rubio, que desentonaba de todos los demás. Pero él decía que lo más importante eran los sentimientos y que yo era la más López de todos. Y me inculcó que no importaba el color de piel, porque debajo de ella, somos todos iguales. Siempre tuve mucho vínculo con él. Y eso que no era de aquellos
abuelos que te iban a abrazar o acariciar, pero eran otros tiempos y a su modo me daba todo
su cariño”.

Don Rosario manejaba códigos tan simples como valiosos que lo pintaban perfectamente: “Iba a almorzar y cuando él llegaba a las doce en punto, en casa se apagaba la radio. No porque él lo pidiera por capricho, sino que decía por qué había que hacerlo. El momento más importante de la familia es cuando se reúnen a almorzar -decía-, allí se sientan todos y cada uno puede decir lo que siente. Todos esperábamos que se sentara él a la mesa antes de sentarnos nosotros. Lo quise mucho, y eso que no era de aquellos abuelos que
te iban a abrazar o acariciar, pero eran otros tiempos y a su modo me daba todo su cariño.

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Los gustos de Don Rosario
Isabelita sigue contándonos sobre su abuelo: “Comía cualquier cosa. Le gustaba mucho el charqui. En su pieza tenía colgado el charqui en una fiambrera. Tomaba mate todo el día y cuando se le antojaba, cortaba un poquito y lo saboreaba. Su primer plato de comida en cada almuerzo era la sopa. Luego lo demás, pero primero
siempre la sopa”. Almorzaba como un rey y luego durante la tarde o a la noche tomaba mucho mate. Amargo, por cierto. “A la mañana solía ir al Matadero, y cuando empezaban a carnear, llevaba un jarrito y se lo hacía llenar con sangre de la vaca, que se bebía así caliente. Me llevaba, mintiéndole a mi mamá diciendo que me llevaba a pasear. En el Matadero le daban las patas de los animales, y él las hervía y hacía el queso de pata que era muy rico.

También le gustaba mucho la mazamorra y el quepi, que lo conoció a través de la familia Suaid que vivía al frente. Le gustaba comer picante, le ponía mucho cilantro y él siempre estaba masticando menta que además decía que era curativa. Igual con la ortiga, que la usaba para curarse, muchas veces lo ví castigándose las piernas con ortiga.

¿Otro dato color sobre Rosario López? Se sacaba las muelas solo. Una vez se sacó una con una tenaza y luego se echó alcohol para no infectarse. “A mí de niña me sacaba los dientes que estaban por caerse. Me los ataba con un hilito y al picaporte de la puerta. “Cerrá los ojitos, me decía, y pum”. Pero no me dolía porque me lo hacía “mi” abuelo”, recuerda con nostalgia Isabel.

Se fue apagando de a poco
Rosario López murió con 91 años, un noviembre, luego que un familiar directo decidiera llevárselo a vivir a Córdoba, aún contra su voluntad. Al decir de Leo Rugani en su libro “Personajes y lugares de Alta Gracia”, Don Rosario fue chofer de taxímetro, piropeador y versiador…Gozaba de la estima general, todos lo saludaban cordialmente, en donde fuera. Llevado por un familiar a la ciudad de Córdoba, a fin de sacarlo de ésta que parecía eterna soledad, ello constituyó el derrumbe, parece, de Don Rosario. Pues allá no era nadie, mientras que en esta ciudad tenía su prosapia y el orgullo de vivir en el mejor lugar del mundo.
Así es como se fue apagando hasta que se fue al país del que no se vuelve. Nostalgia del terruño, que le llaman.

Cuando era chofer tenía un automóvil de alquiler marca Maxwuell o algo así. Viejo y mañero. El coche era de los que había que ponerlo en marcha una media hora antes de que llegara el tren de las ocho. Otros choferes también le dieron sabor a estos pagos. Hombres como Guido Rochi, Indalecio García, Rogelio Freytes, entre varios más de aquellos tiempos... Pero Don Rosario era único. Al final, claro, sucedió como a los calamares que los sacan de su tinta...”. 

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Tití Suaid:
“Lucía sus dientes de oro que él mismo se había hecho”

Era un hombre muy de su casa. Así como se lo veía en las fotos, estaba todo el día todos los días. Camiseta malla, chiripá de bolsa que se hacía él mismo con una bolsa de harina desflecada, con una faja negra. Así todo el año, sea invierno o verano. Algunos decían que abajo no tenía nada, yo eso no lo puedo saber… jajaja
Usaba sombrero porque tenía el pelo largo, con trenzas y se lo levantaba y se ponía su sombrero negro.
Aún en los días más fríos se bañaba en el patio en un piletón que tenía al fondo de la casa. A veces entraba rompiendo la escarcha, bien tempranito.
Lucía siempre sus dientes de oro que se había hecho él mismo. Se daba mucha maña para todo. Era muy habilidoso. En casa, se nos rompiera lo que se nos rompiera, él lo arreglaba. Era buen vecino, buena gente. Con nosotros tenía un trato especial, éramos muy cercanos.
Fue quien tuvo el primer taxi de Alta Gracia, era un auto negro, tal vez un Ford. Hacía los viajes desde la Estación de trenes hasta el Sierras. Era todo un personaje. Yo no conocía a su esposa. Sí a sus hijos Oscar, Orlando e Isabel, y a sus nietos. Algunos de ellos vivían con Rosario y otros, a la vuelta, sobre calle México.
Tenía una cama de bronce que era una belleza. El sombrero no se lo levantaba nunca, muy pocas veces se lo podía ver con el pelo sin sombrero.

Era hijo de una india y llevaba el apellido de su madre. Había gente que le tenía miedo por su aspecto, pero la verdad es que con nosotros siempre se portó muy bien y fue muy educado siempre. 

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