Tambo de Uranga: Historias con buena leche

La historia de una ciudad se nutre de las historias de su gente, de sus vecinos. Y en este caso, el “Tambo de Uranga” es un mojón ineludible de la vida altagraciense.

Cosas Nuestras21 de agosto de 2024juan carlosjuan carlos
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La historia de una ciudad se nutre de las historias de su gente, de sus vecinos. Y en este caso, el “Tambo de Uranga” es un mojón ineludible de la vida altagraciense.

La calle Montevideo, en los linderos de la ciudad al sudeste marcaban uno de los límites de lo que fueran las 50 hectáreas conocidas hace años como “El Tambo de Uranga”.

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Aún hoy se conservan en parte los tapiales de piedra que demarcaban los corrales. Todavía quedan en pie, resistiendo el paso del tiempo, las paredes y techos de la vieja casona y hasta existe parte de lo que fue el sitio por donde desfilaban las vacas para ser bañadas.

Recuerdos en piedra, cemento y ladrillo que hablan de un pasado que se resiste al olvido y que debiera revalorizarse como patrimonio histórico de la ciudad.

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Vamos a las fuentes

“Es la primera vez que hablo de esto, para mí es muy personal porque yo me crié de chico haciendo travesuras en este tambo. En esa vieja casa vivieron mis padres y según tengo entendido, ahí nací”. Así inicia contando historias Rodolfo Uranga, recordando lo que fue el establecimiento que perteneció a su abuelo, Don Nemesio Uranga.

Pero vayamos a lo concreto. Los límites del campo lo marcaban al oeste el actual canal Falucho. Costeando el arroyo o canal hasta lo que hoy es la laguna sanitaria estaba lo que llamaban Agua Fría. ”Era una pequeña laguna donde íbamos a pescar mojarras, viejas del agua, dientudos… en la parte de barro sacábamos anguilas”, recuerda Rodolfo.

El campo iba hasta la curva de la S al sur. Los otros límites eran la ruta y la calle Montevideo. Un total de 50 hectáreas de tierra.

“Tengo dudas si nací en esta casa, que era del campo y vivían mis abuelos. Ahí vivieron mis padres hasta un tiempo después que se casaron. Es que mi abuelo, a mi padre, lo hacía trabajar como peón, cuando se casó se independizó y se fue a vivir sobre la  Libertador, al lado de la casona”.

Pero... ¿cómo llegó Nemesio Uranga a tener este tambo? Nemesio venía de la guerra. España lo había mandado a luchar a Africa y luego de eso no quiso saber más nada. Llegó a Argentina en 1918 y se instaló primero en Bajo Chico. Arrendó primero y compró después. Era muy habilidoso a la hora de comerciar con animales y supo hacerse un lugar en ese ámbito. Lo suyo eran los animales y para él, como para cualquier vasco de aquel entonces, lo de ordeñar era cosa de toda la vida.

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“Mis abuelos llegaron desde Bajo Chico y arrendaron este campo para trabajarlo como tambo. Era propiedad de las hermanas Aguina”.

Toda la pirca que aún se sostiene era el límite del tambo. Todo el campo era tambo, estaba dividido en distintos potreros y hacían pastar las vacas en diferentes lugares. “Mi abuelo tenía los toros en Bajo Chico y acá tenía las vacas con terneros. Tenía 50 vacasm una por hectárea. La leche en esa época era muy barata, y en aquel entonces, tener 50 vacas era ser rico, pero no tanto. Era tener un buen pasar. Acá venía gente de todos lados para comprar la leche. Hacían cola con los tachos, con las damajuanas buscando la leche”.

Los corrales, el ordeñe

Rodolfo mira las viejas piedras y recuerda: “En este corral se encerraban los terneros y se los hacía salir de a uno para que fueran con su madre, que lo estaba llamando. Iba a mamarle la teta. En ese momento se le ponía una manea del cogote, se tiraba de ella y se lo ataba a la pata delantera de la vaca para que no pudiera seguir mamando. Esto, luego de hacerle mamar las cuatro tetas: era para limpiarlas y además para ablandarlas y poder ordeñarlas”.

Era todo trabajo manual, no había nada de maquinarias. Había que saber hacerlo, eso de atarle las patas y la cola antes del ordeñe.

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“Mi abuelo tenía dos o tres peones, que eran familia entre ellos. Eran los Cuello. Benito Cuello vive en barrio Parque San Juan, allí está toda su familia. Lo adoraban a mi abuelo. El horario que tenían no era muy prolongado, pero eso si: se arrancaba tempranito”.

Y sigue contando: “Acá en estos corrales jugué, me divertí e hice las travesuras que todo chico hace cuando tiene 8 o 10 años. Había un corral para los terneros, y también uno para el ordeñe. Toda la leche se llevaba a una habitación con un sitio con mucha agua para enfriarla. Había una cantidad de tachos a los que se le ponía una tela para filtrar esa leche antes de venderla. Todo muy artesanal, claro. La leche salía de acá y había que hervirla pronto. Si no la hervías, las bacterias te la ponían agria. ¡No quiero contarte lo lindo que era recoger la crema de esa leche! La sacábamos con un cucharón, la batíamos y hacíamos manteca…. Y de la buena”.

Existía un camino que cruzaba hasta el medio del campo, llegaba hasta un molino con un tanque australiano donde hasta nadaban tilapias, que son peces grandes de colores. En el molino había un caño para trasladar el agua y existía también un sistema de compuertas para derivar a las vacas en distintos lotes de acuerdo a la pastura que debieran comer.

Hubo también algunos galpones y más atrás, el lugar donde se guardaba el pasto. La alfalfa se sembraba, se cosechaba y se almacenaba en parvas gigantescas. “Recuerdo una vez que se prendió fuego una de esas parvas y hubo que apagar ese fuego a puro balde de agua y chicotes”.

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Nemesio Uranga como dijimos, le alquilaba el campo a Charito Aguina y a su hermana. Les decían las viudas Aguina, pero en realidad eran solteras. Una de ellas falleció hace poco, vivía en Anisacate. “Tuvieron una excelente relación, muy firme que duró muchos años. Mi abuelo dejó el tambo porque los hijos no lo acompañaron en la tarea (allá por 1966 más o menos). Fue en ese momento que le devolvió el campo a sus dueñas para que ellas decidieran qué hacer”.

Recuerdos y más recuerdos

Este conocido tambo comenzó a funcionar a mediados de la década del 40. La vieja casa, que a fuerza de arreglos aún sigue en pie, deja ver un arco en su ingreso.

“¡En algún lado tengo una foto de mis padres sentados junto a esa arcada. No te das una idea los recuerdos que me mueve esta charla!”, acota Rodolfo

Entre las estructuras que aún siguen como detenidas en el tiempo está un pozo de donde se sacaba el agua para la casa y hasta un baño tipo excusado a metros de la vieja casona. Unos metros más atrás dos viejos cipreses marcan con sus ramas añosas el tiempo que todo esto funcionó como tambo. Testigos de lo que fue un símbolo del barrio y un hito ineludible que marcó un tiempo de la ciudad.

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No hace tanto, otro recolector de historias, Walter Villarreal tuvo la idea que los restos del Tambo de Uranga fueran declarados Patrimonio del barrio y de la ciudad. Sería bueno que la idea anidara en quienes puedan llevarlo a cabo. Es que en definitiva, es una de las tantas historias que escriben “la” historia de Alta Gracia.

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