
Hace unos días me encontré casi de casualidad con un amigo de otros tiempos (y de siempre, porque los amigos son de siempre) y me dijo: “escribite algo de los asaltos”.
El Barrio Díaz fue un emprendimiento privado de esos que hoy conoceríamos como barrio privado. Ubicado detrás de lo que luego se urbanizó como barrio Poluyan, en territorio de grandes desniveles, fue un conjunto de chalets que para la época, se convirtieron en toda una novedad.
Fernando Bepmale, en su libro “Alta Gracia después de Solares” da cuenta de ello en su capítulo “Crecimiento urbano de Alta Gracia”. Hablando de la década de 1920, dice Bepmale: “el cuadrante sudoeste permanece casi sin intervenciones, salvo el emprendimiento del denominado Barrio Díaz el que prácticamente es un conjunto residencial familiar”.
Para los desprevenidos, estamos hablando de lo que hoy conocemos como la Colonia Santa Fe, ya que por distintos motivos económicos y financieros terminó en manos del gobierno de esa provincia.
En uno de sus archivos, el álbum de 1927 de la Provincia de Córdoba habla del bario Díaz.
Compartimos algunos de los conceptos bajo el título “El Pintoresco Barrio Díaz”:
“Situado en la parte alta de la Villa, al pie de las sierras y dominando un paisaje maravilloso matizado por doquier con el verde vivo de una vegetación exuberante, se encuentra este barrio constituido por 7 chalets de caprichosa construcción, sólidamente edificados, en cuya distribución se han consultado prácticamente todos los detalles para munirlos del máximo de comodidades a fin de proporcionar a sus moradores también el máximo de bienestar”.
¡Pavada de piropos!
Pero la descripción continúa:
“La condición especial del Barrio Díaz une a sus muchas ventajas la de ofrecer una absoluta tranquilidad y un vecindario selecto, constituido siempre por distinguidas familias que, procedentes de distintos puntos del país, buscan allí el cómodo alojamiento que contribuye a hacer más provechoso y encantador el veraneo”.
En otro de sus párrafos se refiere al Sr. Juan E. Díaz, su administrador.
Vaivenes económicos y algunas abultadas deudas hicieron que el predio y las construcciones terminaran en manos de la Provincia de Santa Fe. Pero más allá de eso, fue y sigue siendo un ícono arquitectónico en nuestra ciudad.
Y un orgullo tenerlo, claro.
Hace unos días me encontré casi de casualidad con un amigo de otros tiempos (y de siempre, porque los amigos son de siempre) y me dijo: “escribite algo de los asaltos”.
Jugó al fútbol, al básquet y a las bochas. Fue dirigente de clubes y asociaciones. Pero además, un decano del periodismo deportivo local. Como si fuera poco, un gran tipo, querido y respetado por todos...
Jugar a los autitos rellenos con masilla y con gomas de tapas de penicilina fue uno de los pasatiempos preferidos de nuestra niñez de barrio.
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Hace unos días me encontré casi de casualidad con un amigo de otros tiempos (y de siempre, porque los amigos son de siempre) y me dijo: “escribite algo de los asaltos”.
A veces una foto, por ajada que esté, por vieja que parezca es toda una postal de un acontecimiento. Y a partir de esa imagen, la foto misma dispara recuerdos e historias que están muy bien guardadas en la mente colectiva.
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